martes, 24 de marzo de 2020

Ganadores II Concurso de Cuento Corto UN en la Web


II Concurso de Cuento Corto UN en la Web

Puesto y categoría
Cuento
Autor
Primer puesto
Yesid Andrés Zapata Arango

Estamento: estudiante de Ingeniería Agrícola de la Facultad de Ciencias Agrarias.
Segundo puesto
Cindy Paola Martínez

Estamento: estudiante de Ciencias Políticas de la Facultad de Ciencias Humanas y Económicas.
Tercer puesto
María Isabel Montoya Medina

Estamento: estudiante de ingeniería biológica, de la Facultad de la Facultad de Ciencias.
Mención especial
Destino o casualidad
María Alejandra Garcés Isaza

Estamento: estudiante de ingeniería de minas y metalurgia, de la Facultad de Ciencias.

viernes, 28 de marzo de 2014

Un Almuerzo De Cuento




Estuvimos detenidos muy poco tiempo, pues sólo al sonar el claxon ya el portón se estaba moviendo, y al abrirse aquella puerta se fue desvelando lentamente un camino inclinado que curveaba a la izquierda a unos 300 metros, bordeado de aves del paraíso, jazmines, orquídeas, hortensias y muchas, muchas margaritas blancas y amarillas, ya no era asfaltado, era un camino de rieles de cemento muy bien delineado y en perfecto estado, parecía recién construido, como si nunca ningún auto hubiese pasado por allí, entonces retomando la marcha comenzamos a subir la empinada curva, y luego de ésta otra más hacia la derecha, más adelante se vislumbraba una pequeña cabaña, era el puesto del vigilante, de allí salió calmadamente una figura barrigona, bajita y muy peculiar, con los pantalones recogidos y una escopeta al hombro, haciéndonos señal de pare; preguntó quién era yo, y mi compañero le indicó que venía a hablar con el jefe para ver si podía trabajar allí, nos hizo señal y continuamos la marcha por unos minutos más, yo seguía sorprendido de que pasaran los segundos sin ver siquiera señal alguna de casas o construcciones, pero logré ver tras unos árboles de mango más arriba una estructura blanca y muy amplia que no se distinguía con claridad.

Cuando el camino aplanó se abrió un sendero empedrado y llegamos al parqueadero exterior, allí descendimos del taxi y mi compañero pagó el pasaje, luego se volteó y me dijo: “Bienvenido a un mundo de encanto”, a mí me pareció muy gracioso, pero no comprendí por qué me decía esas palabras. Había entonces otro portón equivalente al anterior, pero éste estaba sostenido en el medio de una larga muralla blanca de unos dos metros y medio que rodeaba por todo el sector, y que se perdía entre los árboles dando la impresión de no terminar nunca, se abrió una pequeña puerta en medio del portón y ésta vez la figura de un hombre delgado y con bigote muy bien arreglado salió a nuestro encuentro, yo no pude dejar de recordar a ‘Don Quijote’ mientras veía aquel hombre acercarse paso a paso con su camisa blanca y reluciente, abrochadas las mangas y el cuello muy rigurosamente, sus pantalones negros y sus zapatillas brillantes, traía en su mano izquierda un radio
de comunicaciones de esos que únicamente había visto yo en las películas de guerra, cuando el general le decía a su capitán: “manténgase firme soldado, pronto estaremos con usted…”; el hombre venía muy serio, con el ceño fruncido por el sol y caminando firmemente en nuestra dirección, en silencio hizo un gesto con la cabeza y mi compañero presuroso se despidió de mi con otro gesto similar y enfiló hacia el interior de los muros. Luego, mirándome fijamente me dijo: “Bienvenido a un mundo de encanto, el trabajo es duro, y las jornadas extensas, pero hay muchos beneficios y la paga es buena, si estás interesado te puedo decir que deberás trabajar en la noche, que tendrás derecho a tu comida, y un casillero donde guardar tus cosas, se te dará un uniforme igual al mío y podrás seguir estudiando sin problemas, sígueme…”

La noche comenzó al día siguiente con una gran fiesta de gala, había invitados por todos lados y cada uno en un auto más lujosos que el anterior, vestidos hermosos, mujeres más hermosas todavía, jóvenes y voluptuosas, caballeros muy serios todos, pero cordiales y educados; daban las 2:00AM cuando uno de los vigilantes del exterior llegó presuroso hasta mí y me dijo en voz baja: “ se nos entró un animal negro grandísimo, no lo hemos podido ubicar, ya mordió a uno de los muchachos y parece que se metió al jardín por el paso de servicio…” Yo corrí a buscar a mi jefe para contarle, y en cuestión de segundos habíamos montado todo un operativo de búsqueda y asegurado las cercanías del jardín y la casa; dispusimos una trampa y seguimos vigilantes; lo vimos un par de veces acercarse sigiloso, y volver sobre sus pasos como si adivinara la emboscada.

La fiesta terminó y a eso de las 4:50 AM sentimos el chiflido de nuestro compañero que cuidaba la trampa, había llegado la presa y todos nos apresuramos para ver de qué animal se trataba: era un perro de raza ‘Rottweiler’ de esos que usan los vigilantes de los bancos, muy alto, y fornido, con ojos profundos y muy elegante en su postura.


Encerrado en la perrera pasó más de 4 días sin comer y apenas bebió agua suficiente para seguir viviendo, conservando una postura casi inmóvil se mantuvo en el fondo de la jaula, al quinto día habían decidido los dueños de casa sacrificar al animal, yo, atrevidamente, pedí que me permitieran entrar a revisarlo para ver si estaba sano, y además que si lo iban a sacrificar mejor dejaran que me lo llevara a mi casa, pues me encantaba la idea de conservarlo como mascota; lo pensaron un rato y al fina terminaron aceptando mi solicitud.

Al día siguiente, luego de un baño forzado a través de las rejas, entré en la jaula y le coloqué un bozal y un collar nuevos que había adquirido la noche anterior, así, apenas despuntando el sol, emprendimos la marcha hacia mi casa. Hice con mi nuevo amigo un camino de más de 4 horas atravesando toda la ciudad, lo llevé al veterinario, le colocamos vacunas, le revisamos los dientes y le tomamos muestras de sangre; cuando llegamos a casa eran casi las 9:40AM, Mamá se asustó muchísimo al verlo y mis hermanas se escondieron en sus cuartos, pero él simplemente se acomodó rápidamente en el balcón y se dedicó a observar los autos y la gente que pasaba, de vez en cuando me miraba como preguntándose:¿quién eres, y por qué me has traído aquí?, pero desde ese día fuimos compañeros inseparables.

Autor: Luis Fernando Sánchez Pérez

Medicina de Valkiria



Nels era un joven, que según algunas personas era rebelde, pero él siempre pensaba que lo decían porque eran adultos y habían perdido su sed de aventura, le gustaba explorar, investigar y conocer cosas, sobre todo lugares, cosa que lo metía siempre en problemas. Los que lo conocían bien sabían que para él su madre era lo primero, pensaba mucho en ella y la cuidaba mucho ya que no tenía un padre que velara por ellos. Para las demás personas de la ciudad donde vivía con su madre era un total problema,  porque a sus 18 años no se vestía organizado como los demás muchachos de su edad, se reía fuerte, era altanero según algunos y siempre estaba despeinado, como si nunca parara de correr y arrastrarse, entre otras cosas. Nels y su madre se querían mucho, y él era feliz porque ella lo apoyaba en todo cuanto se refería a explorar y aventurarse.

Vivían muy hacia el norte de cualquier lugar, en un gran poblado llamado “Ciudad”, así que los vientos eran fríos, pero no esos vientos fríos que soplan en las noches y te hacen tiritar y arroparte con fuerza, sino vientos realmente fríos, vientos que te pueden dejar en cama con gripe por semanas si no se está acostumbrado a ellos. Todos en Ciudad eran personas resistentes a los vientos de su hogar, era extraño ver personas enfermas porque sabían cómo cuidarse y eso sumado a el largo tiempo que llevaban viviendo ahí les suponía una gran ventaja. Era extraño, pero no imposible, y así, en una temporada de nieve bastante fuerte, Malene, la madre de Nels, enfermó gravemente. Al principio, pensaron que era cuestión de descansar en cama unos cuantos días y todo estaría bien de nuevo, pero pasó un mes y la enfermedad parecía empeorar, se consultó con muchos de los chamanes de Ciudad, pero ninguno sabía dar respuesta a la causa de la enfermedad que Malene sufría. La situación era preocupante, Nels no sabía qué hacer, no podía dormir pensando en cómo ayudar a su madre, y aunque afortunadamente las cosechas antes de la nevada habían sido abundantes y no se tenían que preocupar por la comida, la enfermedad de Malene rondaba la cabeza de su hijo, haciéndolo sentir impotente y derramar algunas lágrimas, las que ocultaba para no preocupar a su madre. 

Pasados aproximadamente dos meses de la terrible situación de la madre de Nels, éste, caminaba por el bosque cercano a Ciudad, buscando algunas hierbas medicinales para hacer menos dolorosa la enfermedad de Malene, cuando frente a sus ojos apareció una de las maravillas más grandes de las que había oído hablar o leído en libros, una Valkiria. Había leído sobre ellas, sabía que viajaban en hermosos caballos tan blancos que se podían confundir fácilmente en la nieve, que sus cabellos eran largos y se manifestaban en una trenza dorada, que a pesar de finalizar un poco más allá de su espalda, no les impedía ser unas temibles guerreras, razón por las que eran mayormente reconocidas. También había leído y escuchado relatos de épicas batallas que ellas protagonizaban, batallas de las que salían victoriosas aunque pelearan ante el más temible de los oponentes; era una hazaña ver una Valkiria en frente tuyo y más aún estar vivo luego de haberla visto, pero no estaban en medio de una batalla, así que Nels no tenía por qué temer por su vida. La Valkiria, que estaba en ese momento arreglando la montura de su caballo, se dirigió al muchacho que la observaba totalmente maravillado y le pidió que se acercara, metió la mano en un pequeño compartimiento que estaba a un lado de la montura del caballo y sacó algunas raíces verdes y moradas, se acercó a Nels y se las entregó, -Dáselas a tu madre - dijo ella -son fuertes en sabor, - continuó - pero si se toma una bebida hecha con estas raíces, se curará -, con esto dicho, la Valkiria se montó en su espléndido caballo blanco y cabalgó hacia la espesura del bosque, confundiéndose en el blanco de la nieve. Nels se quedó completamente estupefacto viendo cómo desaparecía frente a él, luego reaccionó y al mismo tiempo unas lágrimas de alivio y felicidad recorrieron sus mejillas, se las secó y corrió de vuelta a su casa. Cuando llegó, le contó todo lo sucedido a su madre, que se mostraba siempre con cara de sorpresa y total atención a las historias que su hijo le contaba, misma cara que puso cuando Nels le relató su encuentro con la Valkiria, aunque la tapara un poco su expresión enferma. El joven, inmediatamente después de terminar su historia, hizo el bebedizo con las raíces que tenía en sus manos, se lo dio a beber a Malene, que casi no aguantaba su sabor amargo y potente, por lo que inmediatamente cayó en un sueño profundo que la hizo dormir hasta la mañana del siguiente día. Cuando Nels despertó, se levantó sorprendido y a la vez feliz a abrazar a su madre, al ver que se encontraba de pie, con su rostro vivo y alegre de siempre, ahora totalmente curada de su enfermedad.

Luego de esto, la noticia se difundió por toda Ciudad y ahora es una hermosa leyenda contada a los niños que se interesan por las Valkirias y sus historias.

Autor: Octavio David Díaz. 

jueves, 27 de marzo de 2014

Hijo de un dios menor

Siempre he tenido fe, aún después de ver como la más pura felicidad se me escapaba de las manos. Aquél día dejé de creer en un Dios tan abstracto y pasé a adorar algo más físico y presente, el amor humano. Ese que aparece en las flores, en nuestros sueños, en las sílabas que pegamos lentamente una tarde lluviosa en un oído amado, ese que no admite sacrificios injustos ni falsas pruebas de arrepentimiento. Mi antiguo Dios no podía justificar lo que para mí era la muerte de Irene, sin embargo, ahora, bajo la potestad de mi nuevo padre, mi nuevo dios, puedo comprender que no hubo muerte alguna pues el sentimiento sigue vivo.

Irene es la persona más encantadora y hechizante que he conocido. No era perfecta a los ojos de nadie pero toda ella era una construcción imperfectamente fascinante de la naturaleza. Jamás hubiese llegado a ser demasiado buena, ella lo sabía, y me fascinaba que lo  intentase a cada momento. La conocí cuando despertaba de mi siesta habitual debajo de un hermoso árbol cerca a la casa de mi abuela, a las afueras de la ciudad. Adoro estar ahí. Todo es siempre pacífico y hermoso. Nunca había visto a nadie más en ese lugar. Ese árbol era de mi entera exclusividad pero ella, al parecer, no lo sabía o pretendía desconcertarme pues allí estaba mirándome fijamente.

 -¿Qué haces aquí?-le pregunté.  

 Me sentí realmente estúpido haciendo esa pregunta, así que sin que me respondiera se la cambié por un ¿Quién eres? 
Me dijo que solía ir a ese árbol a leer. Al escuchar eso me percaté que detrás suyo había una bicicleta y en la canasta de ésta algunos libros, no sabía si creerle pero me llamó mucho la atención el brillo en sus ojos. No es un brillo de estos lados del país, pensé. De hecho, puedo decir que ese brillo no pertenece a lugar conocido. Le dije que podía leer sin ningún inconveniente pues yo ya había terminado mi siesta. Ella respondió graciosamente diciendo que ya lo había hecho, que había leído ruidosamente mientras yo roncaba, es más, que también procedía a irse pero quería preguntarme sobre mis sueños. Al parecer, había intercalado mis ronquidos con pequeñas sonrisas. No creo en el amor a primera vista pero sí a primera charla. Ese día hablamos durante horas hasta que la noche cayó pesadamente sobre nuestros hombros.  

Durante varias semanas repetimos el mismo ritual. Yo hacía mi siesta y cuando despertaba la encontraba junto a mí, leyendo en voz alta y de una manera muy pausada. Al verme despierto interrumpía su lectura y hablábamos hasta que el sol se ocultaba. Nunca hablamos de nuestras vidas o experiencias, sólo de lo que ella leía, de esos personajes y situaciones que le entretenían, de los pensamientos que pasaban por tales humanos de tinta que nos acompañaban cada tarde. Nada más se nos hacía importante. 

Decidimos un día caminar, recorrer al menos el lugar que nos rodeaba, explorar el riachuelo que quedaba cerca, espantar los pájaros que acechaban las plantaciones, darle descanso a nuestro árbol. No fue idea mía, la verdad me tenía sin cuidado algo distinto a dormir y despertar encontrándola junto a mí. Fue algo de ella. Aquél día no llevó su bicicleta, no quise suponer que se le hubiese dañado o que realmente viviera cerca, sin duda tenía algo en mente. Me asusté, naturalmente, pues las cosas estaban a punto de cambiar y yo no necesitaba nada más, no podía ser más feliz. 

Caminamos larga y extrañamente durante horas, sin testigos, sin vida, sin viento. La mayor parte del tiempo sólo miraba sus ojos y escuchaba sus palabras. No sé cómo no tropecé ni cómo ella pudo hablar durante lo que fue una eternidad sin recibir respuesta o expresión alguna en mi rostro, salvo el profundo deseo de no querer parar nunca aquél recorrido. Volvimos al árbol al caer el sol. Su bicicleta y sus libros estaban allí, esperándonos. Nuestros amigos de tinta conversaban sobre trivialidades y gozaban sonoramente nuestra ausencia. Irene no hizo ningún comentario. En ese momento calló para siempre. Me miró una vez más con sus iluminados ojos, agarró mi mano y me pidió perdón en silencio, me pedía perdón todo su cuerpo. Yo asentía mientras me derrumbaba.  

Desperté al otro día. El ruido cerca al árbol era ridículo. Todo mi ser estaba adolorido y lloroso. Me limpié un poco las ropas, espanté el ruido de mi cabeza, tomé su bicicleta, sus libros, y caminamos ciegamente buscando algún rastro de ella.  

   Todavía camino. La bicicleta se cansó al poco tiempo, su abandono fue peor.
 
Autor: Edwar Samir Posada Murillo.
 

El Difícil Camino del Dinero Fácil



– ¿Richard, entonces si va a venir para que veamos el partido y nos tomemos unos guaros? – Bueno, pero de los guaros se encarga usted porque me quedé sin un peso – Listo – contestó Adrián – A propósito, que pasó con aquella vuelta que me había comentado el otro día ¿si la vamos a hacer o no? – Todavía no sé, me quedaron de avisar – Bueno, ya le caigo entonces.

Richard tenía por aquél entonces veinticinco años de edad, trigueño, con una estatura por encima del promedio, de contextura gruesa, cabello rubio y ojos verdes. Luego de hablar por teléfono con Adrián, se puso la camiseta de su equipo preferido, tomó las llaves que había dejado en su mesita de noche, bajó al trote por las escaleras y justo cuando se disponía a salir su madre le preguntó – ¿Va a visitar a mi nieta? – No, voy para donde Adrián a ver el partido – Me llama si se va a demorar – Si me acuerdo la llamo y sino marque usted. Salió deprisa y cuando cruzaba la calle para esperar el bus se topó casi de frente con un joven cuatro años menor que él. No le saludó, por el contrario lo miró con frialdad e indiferencia, pese a ser su hermano menor.

Una vez en casa de Adrián, lo primero que hizo Richard al llegar fue preguntar por el licor, el cual se suponía estaría a la orden del día – ¿Y el guaro dónde anda? – Nada de licor mijo, Don José llamó hace como media hora y me dijo que descansáramos bastante, que nada de emborracharnos porque en cualquier momento nos llama y tenemos que estar listos – En ese caso vemos el partido y de una salgo para mi casa a dormir lo que más pueda – respondió Richard con tono de resignación. Durante el segundo tiempo Adrián fue a la tienda para comprar una gaseosa, mientras Richard se quedó en el balcón observando la casa que estaba al frente. Allí vivió durante toda su infancia y recordó que se pasaba la mayor parte del tiempo con Manuel, su mejor amigo en aquella época y del que no sabía nada desde hace ya varios años. Dicho distanciamiento obedecía principalmente a que Doña Gabriela, la madre de Richard, lo comparaba de vez en cuando con Manuel diciendo que éste último era más casero, más juicioso, que respetaba a sus padres y tenía una muy buena relación con su hermano menor. Con este tipo de comentarios lo único que lograba Doña Gabriela era discutir y alejarse más de su hijo mayor, a la vez que sembraba en éste algunos resquemores respecto a Manuel. Una vez terminado el partido, Richard salió para su casa tal y como lo había anunciado. Sin embargo, cuando estaba en el bus, nació en él un inesperado deseo de ver a su hija Luisa, la cual había nacido hace dos meses – Yo pensé que no ibas a venir, y menos hoy que es domingo – le dijo Yuri a su novio Richard a manera de saludo – Cambio de planes – repuso él – Pues me extrañó, como estuviste aquí prácticamente toda la semana y me habías dicho que no ibas a salir hoy – Lo que pasa es que posiblemente mañana salga con Adrián y no sé si pueda venir a ver a mi niña – Y eso para donde se van – A lo de siempre, a trabajar. Eran ya las diez de la noche y Richard estaba ya en su cuarto. Si algo lo caracterizaba era su facilidad para conciliar el sueño, pero esta vez le estaba costando demasiado y no entendía el motivo de su inquietud. A las dos y media de la mañana el teléfono sonó. Cuarenta y cinco minutos después Richard ya se había bañado y vestido. Luego entró al dormitorio de sus padres para despedirse – Má, chao, no sé si pueda pasar a recogerla en la tarde – Tranquilo mijo. Que le vaya bien – Pá, hasta luego – Hasta luego mijo. Se cuida. Al cabo de quince minutos una lujosa camioneta negra de vidrios polarizados paró junto a Richard. En la banca de atrás se hallaba Adrián y éste le presentó al conductor y al copiloto, los cuales se mostraron un tanto amables. Durante la mayor parte del trayecto reinó un silencio incómodo y eterno, el cual fue interrumpido cuando Richard preguntó hacia donde se dirigían, ya que estaban dejando la autopista para tomar una carretera destapada y muy solitaria – Vamos a encontrarnos con Gerardo según las instrucciones de Don José. Él es el único que conoce el camino – respondió secamente el hombre que estaba al volante. Pasados veinte minutos, desde que abandonaron la vía principal, llegaron a una pequeña finca pésimamente iluminada y de muy mal aspecto – Miren, ahí está Gerardo – señaló el conductor hacia el corredor de la casa – Ese se duerme cuidando un tigre – dijo el copiloto en tono jocoso. Efectivamente se lograba ver a un señor que estaba sentado y que permanecía inmutable por la llegada de aquellos hombres. Todos descendieron de la camioneta, caminaron hasta el corredor, y cuando se disponían a saludar a Gerardo se escuchó el trote de unos desconocidos, los cuales aparecieron por todos los costados de la propiedad fuertemente armados y sin dar oportunidad a huir.

Doña Gabriela estaba todavía en la oficina. Quiso hacer un poco de tiempo para ver si Richard aparecía, pero no fue así. Decidió entonces no esperar más e irse para su casa. Cuando llegó, lo primero que hizo fue cambiarse de ropa y darse a la tarea de preparar la comida. A la mañana siguiente, antes de salir para el trabajo, Doña Gabriela entró al cuarto de Richard pensando que tal vez él había llegado en medio de la noche sin hacer ruido para no despertar a nadie. Todas sus cosas estaban tal y como las había dejado. Tomó el teléfono y llamó a casa de Yuri – ¿Richard está con usted? – preguntó Doña Gabriela – Como así, yo pensé que estaba allá. Él no vino ayer, y le he estado marcando al celular pero parece que lo tiene apagado ¿Será que se fue de juerga con Adrián y se quedó allá con él? – No lo dude, nada raro sería ¿Usted me hace el favor de averiguar si está en la casa de Adrián? – Claro suegrita, yo la llamo apenas me comunique con él – Gracias mija.

Richard y Adrián llevan varios años desaparecidos. Una de las hipótesis apunta a que fueron asesinados y enterrados en algún lugar del Magdalena Medio. Hace algunos meses Don José fue acribillado mientras salía de su casa debido a un ajuste de cuentas, y por ahí derecho, para hacerse al control de los negocios que éste manejaba referente a la producción de alcaloides, contrabando y quien sabe cuántas cosas más. Pese a todo el tiempo que ha transcurrido, a Doña Gabriela le ha costado mucho superar lo sucedido con su hijo. A veces culpa a Adrián por haber involucrado a Richard en sus negocios ilícitos, o a su hijo por ir en busca del dinero fácil, o a ella misma por dedicarse más al trabajo que al hogar. Este último pensamiento es el que la martiriza, pero inmediatamente cobra fuerzas y renueva sus ánimos al saber que le queda su nieta, quien le ayuda a transformar poco a poco la tristeza en alegría. 
Autor:   Sergio Andrés Suaza Palacio

DESTINO O CASUALIDAD

En aquella mañana todo transcurría normalmente, la rutina de los viernes no se hacía esperar: levantarse temprano, empezar el día con un vaso de zumo de naranjas y un baño de agua fría para despertarse completamente. Tendía la cama antes del desayuno cuando comencé a recordarlo, era como si hubiera soñado parte del día que se avecinaba desconocido y misterioso, como si se rompiera ese estrecho vinculo que hay entre abrir los ojos y saber qué te espera sólo por la costumbre de los oficios de siempre.

No he sido una persona supersticiosa como suelen serlo mis parientes y amigos, que se atienen a la sección del noticiero en la que una señora gorda de unos sesenta años vestida con una bata y un turbante que varía de color según lo que ella dice que es conveniente para el día,  rodeada de velones y flores del mismo color de su ropa. La frase con la que empezaba aquella dama sus predicciones siempre era: “Destino o casualidad” a lo que posteriormente agregaba un sinnúmero de palabras claves para el día antes de iniciar la lectura del Tarot.

“Destino o casualidad”, empezaron a rondarme la cabeza esas necias palabras a las que trataba de no prestar la más mínima atención cuando mi hermana mayor subía el volumen de la televisión y sin poder quejarme me veía obligada a escuchar yo también. Pero esa mañana de viernes 13  de abril, de cielo límpido y radiante sol no hubo noticiero, la televisión estaba descompuesta y mi hermana había cruzado la calle aún en pijama (situación demasiado extraña puesto que juró por toda la familia que nunca saldría fuera de casa con un pijama puesto), se encontraba sentada en una de las mesas de una cafetería vecina, despeinada, pálida y sin parpadear siquiera para no perderse cada uno de los detalles de la sección de la señora robusta que usa turbante.

Bajé al primer piso a desayunar sola en la cocina como solía hacerlo cada día, agarré mis libros y salí sin despedirme de mamá, olvidé algo que era importante para las dos: un beso y un “nos vemos para almorzar”. Las clases empezaban a las ocho en punto, a decir verdad para mí a las siete y media, no soportaba llegar tarde a ninguna parte, aún así,  esta vez no asistí al colegio. Estuve en la entrada pero decidí irme a caminar un poco. Después de dar varias vueltas por las calles me senté en un parquecito  solitario y lleno de árboles que dejaban caer un par de hojas de vez en cuando, al que nunca había ido. Tomé una libreta de apuntes de entre mis libros y una pluma para dibujar algo, quería que fuera un dibujo interesante, pero de pronto no dibuje nada, lo único que resultó fue una frase que me pareció ridícula: “DESTINO O CASUALIDAD”. Me llené de pánico al darme cuenta que estaba pasando algo extraño en mí pero no lograba descifrar lo que me desequilibraba de esa manera.
Luego recordé vagamente aquel sueño que la noche anterior me desveló un poco, el parque seguía solitario con sus árboles y yo, nada más, situación que permitió abrir el corazón a tal enigma, en un momento me hallé llorando inexplicablemente con un dolor tan profundo que se hacía cada vez más intenso, fue entonces cuando vi pasar una a una las crueles escenas de aquél sueño que describían algo que deseaba tener pero no estaba a mi alcance conseguirlo. Pude comprender que todo confluía, eran como dos mundos paralelos que nunca quise ver: el primero mostraba una realidad, fruto de mis acciones y el otro verdaderos anhelos; casi imperceptibles empezaron a desfilar frente a mí las consecuencias de las medidas tomadas frente al sueño, que en realidad era algo que quería con aberración y que cuando estaba más cerca permitía que escapara.

Causas y consecuencias se quedaron atrás para darle paso a eso que tanto deseé, me miró tan dulcemente, tomó mi mano ofreciéndome el poder de moldearlo todo a mi antojo, de regresar el tiempo, acortar distancias, reacomodar el mundo, me invitaba a pertenecerle. En un principio el miedo seguía siendo dominante, porque eran precisamente mis temores e inseguridades lo que me alejaba de él (el sueño), de seguir así nunca encontraría un camino para alcanzarlo sin posibilidades de perderme, sin fracasos ni dolores. Tomé su mano y cerré los ojos para verle con el corazón y hacer de sus palabras una única verdad. Era lo que siempre esperé con ansias, con tanta fuerza y obsesión hasta que lo conseguí. Me abrazaba, entonces abrí los ojos de nuevo y realmente los abrí.  Envuelta en una fiebre altísima, mi hermana veía el noticiero en  nuestra televisión,  yo no tomaría clases con lo enferma que estaba después de haber delirado toda la noche repitiendo a cada momento: “Destino o casualidad”. Mamá me ponía compresas de papa para bajarme la temperatura un poco.
Tocaron el timbre de la casa, aun me sentía muy mal, me dolía la cabeza y molestaba la luz de una aparente mañana de cielo límpido y radiante sol. Era el panadero, dijo mamá, cuando regresó a mi habitación angustiada por mi salud. Un sueño dentro de otro sueño era algo que hacía más evidente ese deseo que no podía alcanzar, ese imposible que había llegado a mi vida y seguía diciéndome al oído: “Destino o casualidad.” Poco después recordé que papá compraba pan solo los viernes, por lo que pregunté la fecha, mamá respondió: viernes 13 de abril, querida vamos a llevarte al médico, ya regreso.
Autor: María Alejandra Garcés.