martes, 10 de noviembre de 2020
martes, 24 de marzo de 2020
Ganadores II Concurso de Cuento Corto UN en la Web
II Concurso de Cuento Corto UN en la Web
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Puesto y categoría
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Cuento
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Autor
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Primer puesto
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Yesid Andrés Zapata Arango
Estamento: estudiante de Ingeniería Agrícola de la Facultad de Ciencias Agrarias.
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Segundo puesto
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Cindy Paola Martínez
Estamento: estudiante de Ciencias Políticas de la Facultad de Ciencias Humanas y Económicas.
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Tercer puesto
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María Isabel Montoya Medina
Estamento: estudiante de ingeniería biológica, de la Facultad de la Facultad de Ciencias.
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Mención especial
| Destino o casualidad |
María Alejandra Garcés Isaza
Estamento: estudiante de ingeniería de minas y metalurgia, de la Facultad de Ciencias.
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viernes, 28 de marzo de 2014
Un Almuerzo De Cuento
Estuvimos
detenidos muy poco tiempo, pues sólo al sonar el claxon ya el portón se estaba
moviendo, y al abrirse aquella puerta se fue desvelando lentamente un camino
inclinado que curveaba a la izquierda a unos 300 metros, bordeado de aves del
paraíso, jazmines, orquídeas, hortensias y muchas, muchas margaritas blancas y
amarillas, ya no era asfaltado, era un camino de rieles de cemento muy bien
delineado y en perfecto estado, parecía recién construido, como si nunca ningún
auto hubiese pasado por allí, entonces retomando la marcha comenzamos a subir
la empinada curva, y luego de ésta otra más hacia la derecha, más adelante se
vislumbraba una pequeña cabaña, era el puesto del vigilante, de allí salió
calmadamente una figura barrigona, bajita y muy peculiar, con los pantalones
recogidos y una escopeta al hombro, haciéndonos señal de pare; preguntó quién
era yo, y mi compañero le indicó que venía a hablar con el jefe para ver si
podía trabajar allí, nos hizo señal y continuamos la marcha por unos minutos
más, yo seguía sorprendido de que pasaran los segundos sin ver siquiera señal
alguna de casas o construcciones, pero logré ver tras unos árboles de mango más
arriba una estructura blanca y muy amplia que no se distinguía con claridad.
Cuando
el camino aplanó se abrió un sendero empedrado y llegamos al parqueadero
exterior, allí descendimos del taxi y mi compañero pagó el pasaje, luego se
volteó y me dijo: “Bienvenido a un mundo de encanto”, a mí me pareció muy
gracioso, pero no comprendí por qué me decía esas palabras. Había entonces otro
portón equivalente al anterior, pero éste estaba sostenido en el medio de una
larga muralla blanca de unos dos metros y medio que rodeaba por todo el sector,
y que se perdía entre los árboles dando la impresión de no terminar nunca, se
abrió una pequeña puerta en medio del portón y ésta vez la figura de un hombre
delgado y con bigote muy bien arreglado salió a nuestro encuentro, yo no pude
dejar de recordar a ‘Don Quijote’ mientras veía aquel hombre acercarse paso a
paso con su camisa blanca y reluciente, abrochadas las mangas y el cuello muy
rigurosamente, sus pantalones negros y sus zapatillas brillantes, traía en su
mano izquierda un radio
de comunicaciones de esos que únicamente
había visto yo en las películas de guerra, cuando el general le decía a su
capitán: “manténgase firme soldado, pronto estaremos con usted…”; el hombre
venía muy serio, con el ceño fruncido por el sol y caminando firmemente en
nuestra dirección, en silencio hizo un gesto con la cabeza y mi compañero
presuroso se despidió de mi con otro gesto similar y enfiló hacia el interior de
los muros. Luego, mirándome fijamente me dijo: “Bienvenido a un mundo de
encanto, el trabajo es duro, y las jornadas extensas, pero hay muchos
beneficios y la paga es buena, si estás interesado te puedo decir que deberás
trabajar en la noche, que tendrás derecho a tu comida, y un casillero donde
guardar tus cosas, se te dará un uniforme igual al mío y podrás seguir
estudiando sin problemas, sígueme…”
La
noche comenzó al día siguiente con una gran fiesta de gala, había invitados por
todos lados y cada uno en un auto más lujosos que el anterior, vestidos
hermosos, mujeres más hermosas todavía, jóvenes y voluptuosas, caballeros muy
serios todos, pero cordiales y educados; daban las 2:00AM cuando uno de los
vigilantes del exterior llegó presuroso hasta mí y me dijo en voz baja: “ se
nos entró un animal negro grandísimo, no lo hemos podido ubicar, ya mordió a
uno de los muchachos y parece que se metió al jardín por el paso de servicio…”
Yo corrí a buscar a mi jefe para contarle, y en cuestión de segundos habíamos
montado todo un operativo de búsqueda y asegurado las cercanías del jardín y la
casa; dispusimos una trampa y seguimos vigilantes; lo vimos un par de veces
acercarse sigiloso, y volver sobre sus pasos como si adivinara la emboscada.
La
fiesta terminó y a eso de las 4:50 AM sentimos el chiflido de nuestro compañero
que cuidaba la trampa, había llegado la presa y todos nos apresuramos para ver
de qué animal se trataba: era un perro de raza ‘Rottweiler’ de esos que usan
los vigilantes de los bancos, muy alto, y fornido, con ojos profundos y muy
elegante en su postura.
Encerrado
en la perrera pasó más de 4 días sin comer y apenas bebió agua suficiente para
seguir viviendo, conservando una postura casi inmóvil se mantuvo en el fondo de
la jaula, al quinto día habían decidido los dueños de casa sacrificar al animal, yo, atrevidamente, pedí que me
permitieran entrar a revisarlo para ver si estaba sano, y además que si lo iban
a sacrificar mejor dejaran que me lo llevara a mi casa, pues me encantaba la
idea de conservarlo como mascota; lo pensaron un rato y al fina terminaron
aceptando mi solicitud.
Al día siguiente, luego de un baño forzado a través
de las rejas, entré en la jaula y le coloqué un bozal y un collar nuevos que
había adquirido la noche anterior, así, apenas despuntando el sol, emprendimos
la marcha hacia mi casa. Hice con mi nuevo amigo un camino de más de 4 horas
atravesando toda la ciudad, lo llevé al veterinario, le colocamos vacunas, le
revisamos los dientes y le tomamos muestras de sangre; cuando llegamos a casa
eran casi las 9:40AM, Mamá se asustó muchísimo al verlo y mis hermanas se
escondieron en sus cuartos, pero él simplemente se acomodó rápidamente en el
balcón y se dedicó a observar los autos y la gente que pasaba, de vez en cuando
me miraba como preguntándose:¿quién eres, y por qué me has traído aquí?, pero
desde ese día fuimos compañeros inseparables.
Autor: Luis Fernando Sánchez Pérez
Medicina de Valkiria
Nels era un
joven, que según algunas personas era rebelde, pero él siempre pensaba que lo
decían porque eran adultos y habían perdido su sed de aventura, le gustaba
explorar, investigar y conocer cosas, sobre todo lugares, cosa que lo metía
siempre en problemas. Los que lo conocían bien sabían que para él su madre era
lo primero, pensaba mucho en ella y la cuidaba mucho ya que no tenía un padre
que velara por ellos. Para las demás personas de la ciudad donde vivía con su
madre era un total problema, porque a sus
18 años no se vestía organizado como los demás muchachos de su edad, se reía
fuerte, era altanero según algunos y siempre estaba despeinado, como si nunca
parara de correr y arrastrarse, entre otras cosas. Nels y su madre se querían
mucho, y él era feliz porque ella lo apoyaba en todo cuanto se refería a
explorar y aventurarse.
Vivían muy hacia
el norte de cualquier lugar, en un gran poblado llamado “Ciudad”, así que los
vientos eran fríos, pero no esos vientos fríos que soplan en las noches y te
hacen tiritar y arroparte con fuerza, sino vientos realmente fríos, vientos que
te pueden dejar en cama con gripe por semanas si no se está acostumbrado a
ellos. Todos en Ciudad eran personas resistentes a los vientos de su hogar, era
extraño ver personas enfermas porque sabían cómo cuidarse y eso sumado a el
largo tiempo que llevaban viviendo ahí les suponía una gran ventaja. Era
extraño, pero no imposible, y así, en una temporada de nieve bastante fuerte, Malene,
la madre de Nels, enfermó gravemente. Al principio, pensaron que era cuestión
de descansar en cama unos cuantos días y todo estaría bien de nuevo, pero pasó
un mes y la enfermedad parecía empeorar, se consultó con muchos de los chamanes
de Ciudad, pero ninguno sabía dar respuesta a la causa de la enfermedad que
Malene sufría. La situación era preocupante, Nels no sabía qué hacer, no podía
dormir pensando en cómo ayudar a su madre, y aunque afortunadamente las
cosechas antes de la nevada habían sido abundantes y no se tenían que preocupar
por la comida, la enfermedad de Malene rondaba la cabeza de su hijo, haciéndolo
sentir impotente y derramar algunas lágrimas, las que ocultaba para no
preocupar a su madre.
Pasados
aproximadamente dos meses de la terrible situación de la madre de Nels, éste,
caminaba por el bosque cercano a Ciudad, buscando algunas hierbas medicinales
para hacer menos dolorosa la enfermedad de Malene, cuando frente a sus ojos
apareció una de las maravillas más grandes de las que había oído hablar o leído
en libros, una Valkiria. Había leído sobre ellas, sabía que viajaban en
hermosos caballos tan blancos que se podían confundir fácilmente en la nieve,
que sus cabellos eran largos y se manifestaban en una trenza dorada, que a
pesar de finalizar un poco más allá de su espalda, no les impedía ser unas
temibles guerreras, razón por las que eran mayormente reconocidas. También
había leído y escuchado relatos de épicas batallas que ellas protagonizaban,
batallas de las que salían victoriosas aunque pelearan ante el más temible de
los oponentes; era una hazaña ver una Valkiria en frente tuyo y más aún estar
vivo luego de haberla visto, pero no estaban en medio de una batalla, así que
Nels no tenía por qué temer por su vida. La Valkiria, que estaba en ese momento
arreglando la montura de su caballo, se dirigió al muchacho que la observaba
totalmente maravillado y le pidió que se acercara, metió la mano en un pequeño
compartimiento que estaba a un lado de la montura del caballo y sacó algunas
raíces verdes y moradas, se acercó a Nels y se las entregó, -Dáselas a tu madre
- dijo ella -son fuertes en sabor, - continuó - pero si se toma una bebida
hecha con estas raíces, se curará -, con esto dicho, la Valkiria se montó en su
espléndido caballo blanco y cabalgó hacia la espesura del bosque,
confundiéndose en el blanco de la nieve. Nels se quedó completamente
estupefacto viendo cómo desaparecía frente a él, luego reaccionó y al mismo
tiempo unas lágrimas de alivio y felicidad recorrieron sus mejillas, se las
secó y corrió de vuelta a su casa. Cuando llegó, le contó todo lo sucedido a su
madre, que se mostraba siempre con cara de sorpresa y total atención a las
historias que su hijo le contaba, misma cara que puso cuando Nels le relató su
encuentro con la Valkiria, aunque la tapara un poco su expresión enferma. El
joven, inmediatamente después de terminar su historia, hizo el bebedizo con las
raíces que tenía en sus manos, se lo dio a beber a Malene, que casi no
aguantaba su sabor amargo y potente, por lo que inmediatamente cayó en un sueño
profundo que la hizo dormir hasta la mañana del siguiente día. Cuando Nels
despertó, se levantó sorprendido y a la vez feliz a abrazar a su madre, al ver
que se encontraba de pie, con su rostro vivo y alegre de siempre, ahora
totalmente curada de su enfermedad.
Luego de esto,
la noticia se difundió por toda Ciudad y ahora es una hermosa leyenda contada a
los niños que se interesan por las Valkirias y sus historias.
Autor: Octavio David Díaz.
jueves, 27 de marzo de 2014
Hijo de un dios menor
Siempre he tenido fe,
aún después de ver como la más pura felicidad se me escapaba de las manos.
Aquél día dejé de creer en un Dios tan abstracto y pasé a adorar algo más
físico y presente, el amor humano. Ese que aparece en las flores, en nuestros sueños,
en las sílabas que pegamos lentamente una tarde lluviosa en un oído amado, ese
que no admite sacrificios injustos ni falsas pruebas de
arrepentimiento. Mi antiguo Dios no podía justificar lo que para mí era la
muerte de Irene, sin embargo, ahora, bajo la potestad de mi nuevo padre, mi
nuevo dios, puedo comprender que no hubo muerte alguna pues el sentimiento
sigue vivo.
I rene es
la persona más encantadora y hechizante que he conocido. No era perfecta a los
ojos de nadie pero toda ella era una construcción
imperfectamente fascinante de la naturaleza. Jamás hubiese llegado a
ser demasiado buena, ella lo sabía, y me fascinaba que lo intentase a cada momento. La conocí cuando
despertaba de mi siesta habitual debajo de un hermoso árbol cerca a
la casa de mi abuela, a las afueras de la ciudad. Adoro estar
ahí. Todo es siempre pacífico y hermoso. Nunca había visto a nadie más en
ese lugar. Ese árbol era de mi entera exclusividad pero ella, al parecer,
no lo sabía o pretendía desconcertarme pues allí
estaba mirándome fijamente.
Durante varias semanas repetimos el mismo ritual. Yo hacía mi siesta y cuando despertaba la encontraba junto a mí, leyendo en voz alta y de una manera muy pausada. Al verme despierto interrumpía su lectura y hablábamos hasta que el sol se ocultaba. Nunca hablamos de nuestras vidas o experiencias, sólo de lo que ella leía, de esos personajes y situaciones que le entretenían, de los pensamientos que pasaban por tales humanos de tinta que nos acompañaban cada tarde. Nada más se nos hacía importante.
Decidimos un día caminar, recorrer al menos el lugar que nos rodeaba, explorar el riachuelo que quedaba cerca, espantar los pájaros que acechaban las plantaciones, darle descanso a nuestro árbol. No fue idea mía, la verdad me tenía sin cuidado algo distinto a dormir y despertar encontrándola junto a mí. Fue algo de ella. Aquél día no llevó su bicicleta, no quise suponer que se le hubiese dañado o que realmente viviera cerca, sin duda tenía algo en mente. Me asusté, naturalmente, pues las cosas estaban a punto de cambiar y yo no necesitaba nada más, no podía ser más feliz.
Caminamos larga y extrañamente durante horas, sin testigos, sin vida, sin viento. La mayor parte del tiempo sólo miraba sus ojos y escuchaba sus palabras. No sé cómo no tropecé ni cómo ella pudo hablar durante lo que fue una eternidad sin recibir respuesta o expresión alguna en mi rostro, salvo el profundo deseo de no querer parar nunca aquél recorrido. Volvimos al árbol al caer el sol. Su bicicleta y sus libros estaban allí, esperándonos. Nuestros amigos de tinta conversaban sobre trivialidades y gozaban sonoramente nuestra ausencia. Irene no hizo ningún comentario. En ese momento calló para siempre. Me miró una vez más con sus iluminados ojos, agarró mi mano y me pidió perdón en silencio, me pedía perdón todo su cuerpo. Yo asentía mientras me derrumbaba.
Desperté al otro día. El ruido cerca al árbol era ridículo. Todo mi ser estaba adolorido y lloroso. Me limpié un poco las ropas, espanté el ruido de mi cabeza, tomé su bicicleta, sus libros, y caminamos ciegamente buscando algún rastro de ella.
-¿Qué
haces aquí?-le pregunté.
Me sentí realmente
estúpido haciendo esa pregunta, así que sin que me respondiera se la cambié por
un ¿Quién eres?
Me dijo que solía ir a ese
árbol a leer. Al escuchar eso me percaté que detrás suyo había una
bicicleta y en la canasta de ésta algunos libros, no sabía si creerle pero me
llamó mucho la atención el brillo en sus ojos. No es un brillo de estos lados
del país, pensé. De hecho, puedo decir que ese brillo no pertenece a lugar
conocido. Le dije que podía leer sin ningún inconveniente pues yo ya había
terminado mi siesta. Ella respondió graciosamente diciendo que ya lo había
hecho, que había leído ruidosamente mientras yo roncaba, es más, que
también procedía a irse pero quería preguntarme sobre mis sueños. Al parecer,
había intercalado mis ronquidos con pequeñas sonrisas. No creo en el amor a
primera vista pero sí a primera charla. Ese día hablamos durante horas hasta
que la noche cayó pesadamente sobre nuestros hombros. Durante varias semanas repetimos el mismo ritual. Yo hacía mi siesta y cuando despertaba la encontraba junto a mí, leyendo en voz alta y de una manera muy pausada. Al verme despierto interrumpía su lectura y hablábamos hasta que el sol se ocultaba. Nunca hablamos de nuestras vidas o experiencias, sólo de lo que ella leía, de esos personajes y situaciones que le entretenían, de los pensamientos que pasaban por tales humanos de tinta que nos acompañaban cada tarde. Nada más se nos hacía importante.
Decidimos un día caminar, recorrer al menos el lugar que nos rodeaba, explorar el riachuelo que quedaba cerca, espantar los pájaros que acechaban las plantaciones, darle descanso a nuestro árbol. No fue idea mía, la verdad me tenía sin cuidado algo distinto a dormir y despertar encontrándola junto a mí. Fue algo de ella. Aquél día no llevó su bicicleta, no quise suponer que se le hubiese dañado o que realmente viviera cerca, sin duda tenía algo en mente. Me asusté, naturalmente, pues las cosas estaban a punto de cambiar y yo no necesitaba nada más, no podía ser más feliz.
Caminamos larga y extrañamente durante horas, sin testigos, sin vida, sin viento. La mayor parte del tiempo sólo miraba sus ojos y escuchaba sus palabras. No sé cómo no tropecé ni cómo ella pudo hablar durante lo que fue una eternidad sin recibir respuesta o expresión alguna en mi rostro, salvo el profundo deseo de no querer parar nunca aquél recorrido. Volvimos al árbol al caer el sol. Su bicicleta y sus libros estaban allí, esperándonos. Nuestros amigos de tinta conversaban sobre trivialidades y gozaban sonoramente nuestra ausencia. Irene no hizo ningún comentario. En ese momento calló para siempre. Me miró una vez más con sus iluminados ojos, agarró mi mano y me pidió perdón en silencio, me pedía perdón todo su cuerpo. Yo asentía mientras me derrumbaba.
Desperté al otro día. El ruido cerca al árbol era ridículo. Todo mi ser estaba adolorido y lloroso. Me limpié un poco las ropas, espanté el ruido de mi cabeza, tomé su bicicleta, sus libros, y caminamos ciegamente buscando algún rastro de ella.
Todavía
camino. La bicicleta se cansó al poco tiempo, su abandono fue peor.
Autor:
Edwar Samir Posada Murillo.
El Difícil Camino del Dinero Fácil
–
¿Richard, entonces si va a venir para que veamos el partido y nos tomemos unos
guaros? – Bueno, pero de los guaros se encarga usted porque me quedé sin un
peso – Listo – contestó Adrián – A propósito, que pasó con aquella vuelta que
me había comentado el otro día ¿si la vamos a hacer o no? – Todavía no sé, me
quedaron de avisar – Bueno, ya le caigo entonces.
Richard
tenía por aquél entonces veinticinco años de edad, trigueño, con una estatura
por encima del promedio, de contextura gruesa, cabello rubio y ojos verdes.
Luego de hablar por teléfono con Adrián, se puso la camiseta de su equipo
preferido, tomó las llaves que había dejado en su mesita de noche, bajó al
trote por las escaleras y justo cuando se disponía a salir su madre le preguntó
– ¿Va a visitar a mi nieta? – No, voy para donde Adrián a ver el partido – Me
llama si se va a demorar – Si me acuerdo la llamo y sino marque usted. Salió
deprisa y cuando cruzaba la calle para esperar el bus se topó casi de frente
con un joven cuatro años menor que él. No le saludó, por el contrario lo miró
con frialdad e indiferencia, pese a ser su hermano menor.
Una
vez en casa de Adrián, lo primero que hizo Richard al llegar fue preguntar por
el licor, el cual se suponía estaría a la orden del día – ¿Y el guaro dónde
anda? – Nada de licor mijo, Don José llamó hace como media hora y me dijo que
descansáramos bastante, que nada de emborracharnos porque en cualquier momento
nos llama y tenemos que estar listos – En ese caso vemos el partido y de una
salgo para mi casa a dormir lo que más pueda – respondió Richard con tono de
resignación. Durante el segundo tiempo Adrián fue a la tienda para comprar una gaseosa,
mientras Richard se quedó en el balcón observando la casa que estaba al frente.
Allí vivió durante toda su infancia y recordó que se pasaba la mayor parte del
tiempo con Manuel, su mejor amigo en aquella época y del que no sabía nada desde
hace ya varios años. Dicho distanciamiento obedecía principalmente a que Doña
Gabriela, la madre de Richard, lo comparaba de vez en cuando con Manuel
diciendo que éste último era más casero, más juicioso, que respetaba a sus
padres y tenía una muy buena relación con su hermano menor. Con este tipo de
comentarios lo único que lograba Doña Gabriela era discutir y alejarse más de
su hijo mayor, a la vez que sembraba en éste algunos resquemores respecto a
Manuel. Una vez terminado el partido, Richard salió para su casa tal y como lo
había anunciado. Sin embargo, cuando estaba en el bus, nació en él un
inesperado deseo de ver a su hija Luisa, la cual había nacido hace dos meses –
Yo pensé que no ibas a venir, y menos hoy que es domingo – le dijo Yuri a su
novio Richard a manera de saludo – Cambio de planes – repuso él – Pues me
extrañó, como estuviste aquí prácticamente toda la semana y me habías dicho que
no ibas a salir hoy – Lo que pasa es que posiblemente mañana salga con Adrián y
no sé si pueda venir a ver a mi niña – Y eso para donde se van – A lo de
siempre, a trabajar. Eran ya las diez de la noche y Richard estaba ya en su
cuarto. Si algo lo caracterizaba era su facilidad para conciliar el sueño, pero
esta vez le estaba costando demasiado y no entendía el motivo de su inquietud.
A las dos y media de la mañana el teléfono sonó. Cuarenta y cinco minutos
después Richard ya se había bañado y vestido. Luego entró al dormitorio de sus
padres para despedirse – Má, chao, no sé si pueda pasar a recogerla en la tarde
– Tranquilo mijo. Que le vaya bien – Pá, hasta luego – Hasta luego mijo. Se
cuida. Al cabo de quince minutos una lujosa camioneta negra de vidrios
polarizados paró junto a Richard. En la banca de atrás se hallaba Adrián y éste
le presentó al conductor y al copiloto, los cuales se mostraron un tanto
amables. Durante la mayor parte del trayecto reinó un silencio incómodo y
eterno, el cual fue interrumpido cuando Richard preguntó hacia donde se
dirigían, ya que estaban dejando la autopista para tomar una carretera
destapada y muy solitaria – Vamos a encontrarnos con Gerardo según las
instrucciones de Don José. Él es el único que conoce el camino – respondió
secamente el hombre que estaba al volante. Pasados veinte minutos, desde que
abandonaron la vía principal, llegaron a una pequeña finca pésimamente
iluminada y de muy mal aspecto – Miren, ahí está Gerardo – señaló el conductor
hacia el corredor de la casa – Ese se duerme cuidando un tigre – dijo el
copiloto en tono jocoso. Efectivamente se lograba ver a un señor que estaba
sentado y que permanecía inmutable por la llegada de aquellos hombres. Todos
descendieron de la camioneta, caminaron hasta el corredor, y cuando se
disponían a saludar a Gerardo se escuchó el trote de unos desconocidos, los
cuales aparecieron por todos los costados de la propiedad fuertemente armados y
sin dar oportunidad a huir.
Doña
Gabriela estaba todavía en la oficina. Quiso hacer un poco de tiempo para ver
si Richard aparecía, pero no fue así. Decidió entonces no esperar más e irse
para su casa. Cuando llegó, lo primero que hizo fue cambiarse de ropa y darse a
la tarea de preparar la comida. A la mañana siguiente, antes de salir para el
trabajo, Doña Gabriela entró al cuarto de Richard pensando que tal vez él había
llegado en medio de la noche sin hacer ruido para no despertar a nadie. Todas
sus cosas estaban tal y como las había dejado. Tomó el teléfono y llamó a casa
de Yuri – ¿Richard está con usted? – preguntó Doña Gabriela – Como así, yo
pensé que estaba allá. Él no vino ayer, y le he estado marcando al celular pero
parece que lo tiene apagado ¿Será que se fue de juerga con Adrián y se quedó
allá con él? – No lo dude, nada raro sería ¿Usted me hace el favor de averiguar
si está en la casa de Adrián? – Claro suegrita, yo la llamo apenas me comunique
con él – Gracias mija.
Richard
y Adrián llevan varios años desaparecidos. Una de las hipótesis apunta a que
fueron asesinados y enterrados en algún lugar del Magdalena Medio. Hace algunos
meses Don José fue acribillado mientras salía de su casa debido a un ajuste de
cuentas, y por ahí derecho, para hacerse al control de los negocios que éste
manejaba referente a la producción de alcaloides, contrabando y quien sabe
cuántas cosas más. Pese a todo el tiempo que ha transcurrido, a Doña Gabriela
le ha costado mucho superar lo sucedido con su hijo. A veces culpa a Adrián por
haber involucrado a Richard en sus negocios ilícitos, o a su hijo por ir en
busca del dinero fácil, o a ella misma por dedicarse más al trabajo que al
hogar. Este último pensamiento es el que la martiriza, pero inmediatamente
cobra fuerzas y renueva sus ánimos al saber que le queda su nieta, quien le
ayuda a transformar poco a poco la tristeza en alegría.
Autor: Sergio
Andrés Suaza Palacio
DESTINO O CASUALIDAD
En
aquella mañana todo transcurría normalmente, la rutina de los viernes no se hacía
esperar: levantarse temprano, empezar el día con un vaso de zumo de naranjas y
un baño de agua fría para despertarse completamente. Tendía la cama antes del
desayuno cuando comencé a recordarlo, era como si hubiera soñado parte del día
que se avecinaba desconocido y misterioso, como si se rompiera ese estrecho
vinculo que hay entre abrir los ojos y saber qué te espera sólo por la
costumbre de los oficios de siempre.
No
he sido una persona supersticiosa como suelen serlo mis parientes y amigos, que
se atienen a la sección del noticiero en la que una señora gorda de unos
sesenta años vestida con una bata y un turbante que varía de color según lo que
ella dice que es conveniente para el día, rodeada de velones y flores del mismo color de
su ropa. La frase con la que empezaba aquella dama sus predicciones siempre
era: “Destino o casualidad” a lo que posteriormente agregaba un sinnúmero de
palabras claves para el día antes de iniciar la lectura del Tarot.
“Destino
o casualidad”, empezaron a rondarme la cabeza esas necias palabras a las que
trataba de no prestar la más mínima atención cuando mi hermana mayor subía el volumen
de la televisión y sin poder quejarme me veía obligada a escuchar yo también. Pero
esa mañana de viernes 13 de abril, de
cielo límpido y radiante sol no hubo noticiero, la televisión estaba
descompuesta y mi hermana había cruzado la calle aún en pijama (situación
demasiado extraña puesto que juró por toda la familia que nunca saldría fuera
de casa con un pijama puesto), se encontraba sentada en una de las mesas de una
cafetería vecina, despeinada, pálida y sin parpadear siquiera para no perderse
cada uno de los detalles de la sección de la señora robusta que usa turbante.
Bajé
al primer piso a desayunar sola en la cocina como solía hacerlo cada día,
agarré mis libros y salí sin despedirme de mamá, olvidé algo que era importante
para las dos: un beso y un “nos vemos para almorzar”. Las clases empezaban a
las ocho en punto, a decir verdad para mí a las siete y media, no soportaba
llegar tarde a ninguna parte, aún así, esta vez no asistí al colegio. Estuve en la
entrada pero decidí irme a caminar un poco. Después de dar varias vueltas por
las calles me senté en un parquecito
solitario y lleno de árboles que dejaban caer un par de hojas de vez en
cuando, al que nunca había ido. Tomé una libreta de apuntes de entre mis libros
y una pluma para dibujar algo, quería que fuera un dibujo interesante, pero de pronto
no dibuje nada, lo único que resultó fue una frase que me pareció ridícula:
“DESTINO O CASUALIDAD”. Me llené de pánico al darme cuenta que estaba pasando
algo extraño en mí pero no lograba descifrar lo que me desequilibraba de esa
manera.
Luego
recordé vagamente aquel sueño que la noche anterior me desveló un poco, el
parque seguía solitario con sus árboles y yo, nada más, situación que permitió
abrir el corazón a tal enigma, en un momento me hallé llorando
inexplicablemente con un dolor tan profundo que se hacía cada vez más intenso,
fue entonces cuando vi pasar una a una las crueles escenas de aquél sueño que
describían algo que deseaba tener pero no estaba a mi alcance conseguirlo. Pude
comprender que todo confluía, eran como dos mundos paralelos que nunca quise
ver: el primero mostraba una realidad, fruto de mis acciones y el otro
verdaderos anhelos; casi imperceptibles empezaron a desfilar frente a mí las
consecuencias de las medidas tomadas frente al sueño, que en realidad era algo
que quería con aberración y que cuando estaba más cerca permitía que escapara.
Causas
y consecuencias se quedaron atrás para darle paso a eso que tanto deseé, me
miró tan dulcemente, tomó mi mano ofreciéndome el poder de moldearlo todo a mi
antojo, de regresar el tiempo, acortar distancias, reacomodar el mundo, me
invitaba a pertenecerle. En un principio el miedo seguía siendo dominante,
porque eran precisamente mis temores e inseguridades lo que me alejaba de él (el
sueño), de seguir así nunca encontraría un camino para alcanzarlo sin
posibilidades de perderme, sin fracasos ni dolores. Tomé su mano y cerré los
ojos para verle con el corazón y hacer de sus palabras una única verdad. Era lo
que siempre esperé con ansias, con tanta fuerza y obsesión hasta que lo
conseguí. Me abrazaba, entonces abrí los ojos de nuevo y realmente los abrí. Envuelta en una fiebre altísima, mi hermana
veía el noticiero en nuestra televisión,
yo no tomaría clases con lo enferma que
estaba después de haber delirado toda la noche repitiendo a cada momento:
“Destino o casualidad”. Mamá me ponía compresas de papa para bajarme la
temperatura un poco.
Tocaron
el timbre de la casa, aun me sentía muy mal, me dolía la cabeza y molestaba la
luz de una aparente mañana de cielo límpido y radiante sol. Era el panadero,
dijo mamá, cuando regresó a mi habitación angustiada por mi salud. Un sueño
dentro de otro sueño era algo que hacía más evidente ese deseo que no podía
alcanzar, ese imposible que había llegado a mi vida y seguía diciéndome al
oído: “Destino o casualidad.” Poco después recordé que papá compraba pan solo
los viernes, por lo que pregunté la fecha, mamá respondió: viernes 13 de abril,
querida vamos a llevarte al médico, ya regreso.
Autor: María Alejandra Garcés.
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