Siempre
creí, que este tipo de situaciones jamás me tocarían. Siempre supe de ellas,
pero las observaba desde lejos, casi como algo fantasmal y que solamente le
pasaba a los desafortunados. Pero acá estoy; con un mundo totalmente
transfigurado y reducido. ¡Destrozado!
Me
encuentro en una guarida despreciable, ajena a mí, pero a la vez tan propia e
íntima (de una forma tan extraña). Algunas veces despierto sin recordar el
lugar donde me encuentro, y el proceso de re-asimilación es horrible, aunque
curiosamente, no es por lo mal oliente del lugar, ni por las ratas con las que
comparto cada día, o por lo maltrecho de este hueco, sino porque cada rincón,
piedra, resto o alimaña que voy observando, lleva consigo un recuerdo. Este
hecho es el que me atormenta, porque al haber recuerdos, hay realidad.
La
desesperación que tuve en un inicio de no saber dónde estaba o de lo que me
rodeaba fue desapareciendo poco a poco, e incluso puedo decir que me he ido acoplando
al lugar; no puedo negar que después de pasar tanto tiempo en este lugar (no sé
realmente el tiempo que llevo aquí, pues este…ha perdido magnitud e
importancia), me he adaptado, o mejor dicho, él me ha adaptado. Sé que es algo
extraño, pero es así; es como si este lugar se hubiese dividido para mí, por lo
que ya no veo solo un cuarto oscuro, húmedo y sucio ¡No! Ya veo tres secciones,
las cuales se han vuelto indispensables para mí (la del baño, la de dormir y la
de comer). La primera se encuentra en la esquina más alejada de la sección de
dormir, porque en ella realizo todas mis necesidades y dejo todos los deshechos
que ingresan al lugar. En la de dormir recibo a mis compañeros, sé lo que debes
pensar - ¿Qué compañeros? - Pues ¡las ratas, mi querido amigo! Aquellos
animalillos que desprecié toda mi vida, pero con los que ahora comparto este
lugar… mi “alcoba”. Suena loco, pero la compañía siempre es necesaria, y en
estos casos tan extremos, no importa su procedencia o forma, sólo importa que
estén allí, para no tener la necesidad de inventarla. La sección de comer queda
entre la del baño y la de dormir, pero allí debe estar, porque se encuentra al
lado de la puerta y es por esta que me llega el alimento necesario para
continuar viviendo; es totalmente asqueroso, lo sé, porque en
muchas ocasiones no puedo sentir más que el olor de
toda la mierda y los deshechos en descomposición, mientras como.
La comida
muchas veces llega a mí, sucia, de formas y sabores extraños; por lo cual no me
atrevía a comerla en un inicio, pero ya no me imagino sin ella, es más… Me
gusta.
Siempre
estoy sucio, sentado o acostado en este piso irregular, pero bueno, no tengo
muchas opciones en este pequeño lugar. Un día, mientras me encontraba acostado,
algo llamó mi atención al otro lado de mi prisión; era aquel montículo
asqueroso de podredumbre, el cual comenzó a moverse lentamente, como si
palpitara, pero esto no me sorprendió demasiado, porque imaginé que podía ser
una rata en busca de algo, pero cuando vi que algo surgía de allí, algo de gran
tamaño, me horroricé… vi cómo, poco a poco, salía una versión mía cubierta
totalmente de aquella mezcla asquerosa.
Al momento
de reconocerlo me aterré tanto, que mi rostro se desfiguró mientras lo cubría
con mis manos sucias. Al descubrir mis ojos, me encontré con esta figura
espectral mirándome fijamente. No soporté su mirada clavada en mí, era
perturbadora, tanto, que busqué refugiarme en la esquina de mi sección para
dormir; lloraba del miedo, pero no podía dejar de mirarlo, era extrañamente
atrayente.
Al poco
tiempo, esta figura se volvió a fundir en aquel montículo, sin hacer nada más
que mirarme. Luego de este suceso, no pude cagar durante días, ya que tenía un
temor inmenso de acercarme a aquel lugar y que aquella figura surgiera nuevamente;
pero poco a poco fui capaz de volver.
Sé, amigo mío, que tú estás al otro lado de esta
puerta y que cuidas de mí constantemente, tú eres quien me alimenta y el que
permite que pueda escribir esta carta, en parte para saber de mi estado, pero
principalmente, para que no pierda la poca humanidad que me queda. También sé
que no puedes sacarme de mi encierro, pero está bien, porque dentro de poco,
probablemente, me convierta en un montículo más de putrefacción.
Autor: William Esteban Soto.
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