La vi por primera vez en aquella biblioteca, era hermosa, su pelo oscuro, su mirada profunda y cegadora... Leía un libro de García Marquez, tal vez de Galeano o de Benedetti, no lo sé; Desde aquel instante empecé a creer que era la chica que quería, aquella que había esperado toda mi vida, no me atreví a hablarle, no quería molestarla, además yo era feo y ni siquiera notó mi presencia cuando entré a la sala ¿a quién le habría de importar alguien como yo? Me senté lejos, apartado de todos los que se encontraban allí, no era nadie importante, tampoco era como ellos, era alguien estúpido, sin sentimientos, alguien...En fin, empecé a leer el libro, era un gran libro de los mejores de Cortázar. Agotado mi tiempo y ya cansado, decidí ir a casa, total, no tenía más planes; Salí de la biblioteca con ese aire de tranquilidad, pero con esa incertidumbre de saber quién era, cuáles eran sus sueños, sus aspiraciones, de saber, que quería y que hacía... De saber todo y nada de ella. Llegué a casa, era tarde, así que, resolví acostarme había sido un día agotador y solo quería descansar, desafortunadamente, no lo pude hacer, estuve toda la noche pensando en ella en sus profundos y penetrantes ojos, en su lisa cabellera, pero sobre todo, en la forma como susurraba sus lecturas, eso fue lo que más me atrajo de ella, entonces dispuse ir al siguiente día quizá la encontrara y decidiera hablar con ella. Como no pude dormir, preferí ir a dar una vuelta por la ciudad, quizá eso me calmara un poco. Salí y empecé a andar por las callejuelas, la ciudad estaba desolada, oscura, tranquila como nunca; Se escuchaban gritos y sirenas alejados, aun así nada podía perturbar mi tranquilidad mezclada con algo de incertidumbre. Pasé por el viejo muelle, parecía que no había cambiado en años, hace mucho no estaba allí, así que me senté a disfrutar la noche allí.
Desperté, la luna había acompañado mi soledad y el sol lanzaba sus primeros rayos de esperanza, me hallaba allí acostado, entre el mar y la brisa, me sentía feliz y muy tranquilo. Me levanté y retorne a mi casa, me arreglé e inicie mi tarea de siempre: Escribir. Escribía lo que sabía, lo que veía, escribía sobre mí, sobre otros, escribía poesía. Pensé todo el día en ella, ella se convirtió en mi inspiración. Por la tarde salí a la biblioteca, allí estaba de nuevo sentada, leyendo algo, me senté junto a ella pero tenía temor de hablarle, no sabía sobre que hablarle ¿qué le diría? Me aterrorizaba la idea de que me despreciara, pero nada perdía con intentar.
Estaba loca, fue una tarde increíble,
la lluvia mojaba nuestros cuerpos mientras nos besábamos, era maravillosa, era
única, era...Era ella. Le llevé a su casa, me invitó a seguir, sin pensarlo
entré me senté en la sala y se paró frente a mí, su mirada penetraba mis ojos,
mi alma, enseguida se quitó la camisa, se acercó y nos besamos como nunca,
nuestros cuerpos se untaron de pintura, de arte, y mientras tanto nuestros
cuerpos ardían en aquel frío y desolado piso, mis manos acariciaban sus
pensamientos y éramos uno.
Se llamaba Luciana no sabía de donde venía ni quien era su
familia, pero eso ahora no importaba, lo que importaba era que estaba conmigo y
que éramos felices, cada día escribía de ella y para ella, su sonrisa, sus
ojos, su cuerpo...ella. Mientras tanto, ella se ocupaba en otras cosas, en las
tardes nos veíamos en la biblioteca y allí empezaba todo de nuevo, como si no
nos hubiéramos visto antes. Cada tarde era única, era como si el destino nos
juntara y nos separara cada día, cada noche, a veces, en las noches no dormía, escribía,
mis manos me llevaban y yo dejaba que ellas hicieran el trabajo, no pensaba en
lo que escribía o en lo que hacía, porque ella era mi inspiración. Yo para
ella, era todo y era nada, era como si me quisiera y me odiara, era tan
indescriptible que nunca me lo pudo decir.
Un día, la vi por la calle, quería mirar que hacía, no sabía
mucho de ella, pero era todo para mí, la seguí hasta que llegó a una casa muy
bonita. Al vernos esa tarde, no quise preguntarle nada, mi cabeza me decía que
lo hiciera, mi corazón solo quería que la amara, que no me importara nada más,
que era ella y ya. Estuve toda la tarde callado, el ambiente era pesado y no
quería hablar, no quería preguntarle, no quería nada, nuestros ojos se posaban
en aquel hermoso atardecer, era único, el atardecer que jamás pude volver a
ver...
Luego de aquella tarde, regresé a mi casa, no quería pensar en
nada en nadie, quería despejar mis dudas, pero no me atrevía a preguntarle, me
senté con una botella de Ardbeg Galileo a escribir a la luz de una vela, como
siempre me gustaba hacerlo, esa noche era melancólica y fría, como pocas, cada
vez más mis pensamientos se me iban y me enfurecía poco a poco, no sabía lo que
hacía, la furia me poseyó como un demonio, era ira mezclada con duda. Rompí
toda clase de cosas: Desde cuadros hasta
Amanecí con una jaqueca terrible, mi casa estaba desastrosa.
Me arreglé y salí a dar un paseo a visitar el viejo muelle y el centro de la
ciudad, se respiraba un aire único allí, quería
pensar en lo que había hecho,
en lo que quería hacer. En la tarde fui a la biblioteca, su mirada cegadora me
hacía perder en ella, no pude decirle nada, no era capaz, así que la seguí;
entró de nuevo a aquella casa, miré cuidadosamente por su ventana, salía una
niña gritando “mamá” y un señor bastante bueno, y luego de acariciarla y
besarla la tomaba de la mano. La furia entró en mí, pero me fui de aquel lugar
no quería hacer nada, aunque hubiera sido mejor hacerlo, así no hubiera pagado
yo las consecuencias...
La tarde siguiente no fui a la biblioteca, no quería hacerlo, despejé un poco mi cabeza, ahora sabía que tenía familia y eso me dolía, quería que fuera solo mía, que fuera invisible para el mundo, que fuéramos invisibles para el mundo. Tomé algo de Brandi e invadido por la furia y el desconsuelo fui allí, ya era de noche. Golpee y salió ella tan radiante como siempre, con su sonrisa y su profunda mirada, sorprendida me invitó a seguir. Iba dispuesto a cualquier cosa, a matarla a matarme, pero ella me trataba tan suave como siempre, que no podía. Me llevó a la cama y una vez más lo hicimos como nunca. Empezamos a hablar, le reclamé, ¿por qué nunca me lo dijo? ¿por qué simplemente no me hacía daño?, se acercó muy tranquila a mí, y me dijo “yo te quiero” luego me besó, era el beso más sincero que me había dado, de repente, sentí frío dentro de mi cuerpo, las sábanas blancas se empezaban a teñir de rojo mientras ella se apartaba. La danza roja, con lindos pétalos y una pieza que jamás volveríamos a bailar, había empezado. La hoja de aquella daga entraba lentamente a mi cuerpo mientras ella sonreía, desnuda y limpia, frente a mí, una vez más se acercó y me besó mientras sacaba la daga y la metía en mi corazón. Quedé allí tendido, saboreando su beso mientras su cuerpo se teñía de sangre y las sábanas blancas saboreaban la dulce muerte.
vas por buen camino, tienes mucho por delante para tu edad caminas por el camino de la verdad te felicito
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