jueves, 27 de marzo de 2014

PAQUETES


Viernes, Cinco de la tarde, llovía.

Él era un hombre guapo pero tímido, solitario y hasta algo torpe, tal vez, muy torpe. Trabajaba en la última oficina de aquel pasillo oscuro en ese gran edificio de la calle más transitada de la capital, en su fachada colgaba un letrero de fondo blanco y letras azules pintadas a mano “oficina de correos”.

Eran las siete de la noche cuando él salió de su trabajo, se dirigía a la estación del tren. Mientras esperaba el tren que lo llevaría a su casa la vio, usaba un bonito vestido azul, era hermosa y llevaba consigo un paquete, al parecer estaba apurada pues miraba el reloj de la estación cada dos o tres segundos, debía llegar a tiempo a algún sitio que él no imaginaba. Al fin llegó el tren, él subió detrás de ella y la observó hasta que él llegó a su destino, se bajó del tren y deseó algún día volverla a ver.

El lunes siguiente se realizaron cambios en la oficina de correos, a él de ahora en adelante le tocaría atender público y eso al parecer le molestaba, su torpeza lo ponía nervioso y eso lo hacía sudar, pensar se convertía en la tarea más difícil del mundo y él era de los pocos que lo hacían bien en aquel lugar, claro, eso mientras no tuviera la obligación de hablar con gente desconocida dispuesta a juzgar su labor.

Había tantas personas en la cola que él no tenía contacto visual con nadie, sin embargo, entre el recibir paquetes e identificaciones se percató que algo le resultaba familiar, era su foto, había olvidado aquel encuentro casual en la estación pero esa foto se lo recordó, era ella, era hermosa y tenía un bonito nombre. Solo por curiosidad, subió la mirada y sus ojos se cruzaron con los de ella, ella le sonrió e inmediatamente después el sudor le bajaba por la frente, sus dedos temblaban y se equivocó digitando su identificación el mayor número de veces en todo el día, tres, pero eso lo enojaba y lo enojaba aún más el darse cuenta treinta minutos después que ella no reclamó su identificación y él tampoco se la dio.


Martes, miércoles, jueves, ella no volvió, tal vez no la volvería a ver, pero seguramente ella necesitaba su identificación y volvería cualquier día. Así fue, ella volvió ese viernes con otro paquete y se lo entregó pero antes de que él pudiera al menos levantar la mirada, ella le entrego una identificación diferente, tenía su foto sí, pero tenía otro nombre y era tan bonito como el anterior. Esta vez él no sudaba simplemente porque lo que sucedía le parecía tan extraño que olvidó su timidez y su torpeza, no se equivocó, solo pensó. Esta vez, la que parecía nerviosa era ella.


Eran las 7 de la noche y él continuaba su rutina, se dirigía a la estación del tren y finalmente a su casa, cocinaría algo para él, buscaría alguna absurda película en televisión y dormiría. Allí estaba ella, apurada, nerviosa esperando de nuevo el tren y a él se le ocurrió cambiar sus planes y seguirla sin que ella se diera cuenta.


Faltando una estación para finalizar el recorrido ella se bajó y caminó hasta una casa común y corriente como cualquier otra, él se bajó detrás y entro a la cafetería que estaba al otro lado de la calle y se sentó, como no, en la ventana para poder observar y pidió una cerveza porque era viernes y estaba lejos de casa. La puerta de la casa se abrió y salió un hombre alto y musculoso quien miro primero a ambos lados de la calle antes de dejarla entrar, la agarró del brazo y de un tirón la llevó al interior de la casa. Él pagó su cerveza y cruzo la calle para asomarse por la ventana de la casa, empezó a sentir miedo por ella y algo le decía que algo no andaba bien. Escuchó gritos y sollozos, parecía una pelea, una grande, debía entrar y entonces la salvaría, la llevaría a casa, la protegería, ¡se enamorarían!, ¡se casarían!

Él era alguien torpe, tal vez muy torpe.

Autor: Michelle Alexandra Caicedo Alvarez

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