miércoles, 26 de marzo de 2014

La Muerte después de la muerte

Siempre volvía a aquel lugar, a la grama interminable, sólo caracterizada por un circulo de árboles que no protegían del sol sino de la niebla, la constante e interminable niebla y dentro de estos árboles me sentí seguro; la verdad es que era apenas la segunda vez que moría, al entrar vi que habían dos árboles más que la primera vez, es que yo los conté todos  y conocía sus nombres, fue mucho aquel tiempo que esperé la primera vez y los árboles eran todo lo que tenía; así que estando muerto viví con ellos y sentí cada una de sus historias, a través de su tacto me cantaban y me contaban anécdotas con las que me conecté más de lo que me sentí conectado con la vida, la muerte se volvió un lugar para estar, un lugar para vivir, porque en la muerte no se quiere la vida, se te es obligada, volver a la vida es el castigo por lo que aprendes en la muerte y es tal el castigo que cuando vuelves a vivir no recuerdas que moriste alguna vez y no te llevas contigo el conocimiento puro de la muerte, sólo al morir de nuevo regresa el conocimiento refrescante y puro; todo esto me lo contó mi primer árbol, es mi primer árbol porque era mi primera muerte, cada muerte te regala un árbol que te cuenta esa vida que acabó de pasar, pero te la cuenta bien porque son tu esencia y todo lo que reciben y almacenan está marcado por la pureza. Por eso al entrar en mi segunda muerte no entendí porque eran dos árboles más y no uno, y en ese instante me di cuenta que nunca había pensado porque habían tantos allí desde el principio ya que yo sólo había muerto dos veces, mi incomprensión fue rápidamente desplazada por la emoción y euforia que me generó la cercana posibilidad de escuchar los cantos hermosos de los árboles. Mientras corría hacia uno de los nuevos una voz que no cantaba dijo:

‘¿Quién eres y por qué corres hacia mis amigos, es tu finalidad lastimarlos?’
‘¡NO!’ respondí rápidamente con miedo

Y luego la miré, aunque ella sería la única muerta que vería, era sin duda más hermosa que cualquier otra muerta o viva, y contemplándola entendí la belleza incomprendida en la tierra, por la que el arte se desgarra.
‘No’ volví a responder firmemente ‘soy yo, el muerto y estos árboles son amigos, me gusta escucharlos cantar. ¿Por qué dices que son tuyos? ¿Cómo sabes? ¿Quién eres tú?’

‘Estos árboles no cantan’ habló en un tono suave pero firme ‘Mis árboles hablan, no tienen entonación en su voz, su voz no es voz mortal, es voz muerta. Como eso que tú dices escuchar, está muerto’

‘Lo que escucho está muerto pero me hace sentir vivo’ interrumpí

‘¡NO!’ refutó levantando un poco la voz ‘te hace sentir más muerto, yo lo sé’
‘¿Cómo?’

‘¡Ja!’ continuó ella volviendo al tono suave ‘yo he muerto más de lo que he vivido, y en la muerte es donde se aprende, en la vida solo se engaña el alma conociendo lo poco importante y experimentado la confusa vida, pero al final sólo destinados a volver regocijados a la muerte. Cada árbol me enseña algo diferente cada vez, mientras que en las vidas se ve lo mismo, se conoce lo mismo, se conoce lo mismo en otros lugares y con otra gente y cada vez más gente’ paró de hablar un segundo para suspirar como quien retiene desprecio’ ‘¡Qué grande es el número de gente!, y cuanto contaminan, todos quieren algo  y mienten y dañan y hieren y viven’ un poco agitada miró fijamente el conjunto de plantas y se calmó ‘En cambio mis árboles no quieren más sino enseñarme, es más gracias a ellos soy tan sabia que sé que la muerte nunca acaba y que nunca lo sabré todo’ me miró fijamente y esbozó una sonrisa ‘Yo si soy la muerta, tú no eres más que un vivo muriendo, no hay en tus ojos sabiduría y todavía añoras vivir, sigues enamorado de la gente, por eso los árboles te cantan fuerte y claro, para hacerte caer en cuenta de lo muerto que estás y lo poco que lo disfrutas. Los árboles te cantan para enamorarte, para consentirte, para matarte más y más.’

Permanecí un silencio mirándola ‘¿Cómo puedo ser un vivo muriendo? ¿No sería un vivo aún?’
‘NO’

‘¿Sería un muerto?’

‘NO’ me dijo evitándome la mirada

‘¿Qué sería entonces?’ insistí

‘¡NADA!’ dijo y volvió a darme su mirada, a pesar de su carácter no manifestaba fastidio ni perturbación y su voz era dulce y fantástica.

‘¿Lo que dices tener en sabiduría puede explicar entonces porque mis árboles crecen junto a los tuyos?’ dije

‘No, ¿no escuchas acaso que no lo sé todo?’ dijo mientras daba un par de pasos alrededor del lugar ‘nunca dije saber sobre la muerte, lo que dije saber lo sé por la muerte’
Me sentí en búsqueda de algo que decir, pero después de un tiempo descubrí que el silencio era lo ideal. Duré lo que se sintieron como días contemplando a mi alrededor y con mi atención fijada en ella que permanecía con los ojos cerrados; de repente se levantó muy determinada como quien toma una decisión que ha considerado mucho, corrió hacia uno de los árboles nuevos y posó su mano en uno de ellos, no sé cómo supe que era el mío pero simplemente lo sabía.
En el instante que tocó el árbol su semblante cambió y su belleza a través de los minutos se convirtió en debilidad y el miedo y asombro se apoderó de sus ojos, pero nunca se separó de mi árbol, después de un breve instante más se desplomó, a pesar de todo esto no reaccioné y por un triste momento pensé que estaba siendo llamada a vivir de nuevo. Pero estaba equivocado, se levantó algo confundida y cuando me vio se alteró y se levantó rápidamente; corrió hacia mi desesperada y se sentó al frente mío.

‘Me predispuse a entenderte y a conocerte’ la belleza volvía a ella rápidamente y en su rostro vi la sonrisa perfecta ‘ tu árbol me ha cantado, entonó una melodía mágica y me enamoré, luego supe que el árbol eras tú y que a pesar de lo poco muerto que estás, estás muerto y he perdido días de interacción con un igual, que piensa libremente, que me puede llevar al amor’ de sus facciones brotaba euforia y sus ojos parecieron volverse más grandes e intensos, en ese momento cuando intentaba decir algo ella dijo finalmente

‘SE FUERTE’
Tomó mi mano delicadamente y perdí la vista, el oído, el olfato y el gusto; sólo quedé con el tacto, pero no el tacto de un vivo, si no con el tacto muerto, de su mano muerta, de su alma; allí encontré tanto que palpar que mi mano se quedó corta y mi alma acudió oportuna y pude sentir, sentirla a ella tan cerca, sentir por fin a la muerta, conocí todo lo que ella conocía y ella conoció en mi más muerte escondida, nos dejamos entrar en nuestras almas, olvidándonos de la vida, alejándonos de ella, sintiendo el amor, el amor de verdad; no el de la vida, no el contaminado amor de la gente, que se ama de manera sucia, que se ama en la ira, que se ama por razones; ella me amó por amarme, y yo por conocer el amor, la amé solo por amarla y ya, fui escarbando en ella hasta llegar a su abrazo, hasta llegar al beso, el profundo beso del amor puro, del amor muerto, porque a pesar de la verdad de este amor, él sigue estando muerto.

Fuimos uno, un solo muerto, una sola muerte, pero en ella había más muerte y más vida, y su repugnancia a la vida afectó su resistencia, el vivir tanto empezó a destruir su esencia; y yo inexperto y enamorado no medí mi pasión por la vida, la diferencia era que yo todavía creía en la vida y quería volver a ella, cuando su alma se enfrentó a esto, ella, la muerta, murió. Lo que fluía en uno solo empezó a ser turbulento y se desboronó. El amor, el amor muerto acabó a la muerta y quedé yo, el muerto, sólo pero enamorado, tristemente sumido en el amor, porque el amor puro, este amor muerto, destruye y reside en la tristeza.

Al retornar a la conciencia no había más que una Gardenia, todo lo demás había desaparecido; me acerqué a la flor, que olía maravillosamente, y en su místico olor descubrí la última historia, la prueba de que yo no volvería a vivir y en la esencia de la flor está la enseñanza del verdadero amor,  lo que la sabia muerta no sabía, la flor me enseña la verdadera muerte, me enseña que el amor muerto mata por siempre y me enseña que después de morir en la muerte ya no hay más vida, ya no hay más muerte, ya no hay más amor.

Autor: Farid Alonso Saad Plata .

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