Por fin, era viernes, noche libre. A las siete fue a su casa, se duchó con menjurjes aromáticos mientras se relajaba escuchando los caprichos de Niccolo Paganini, se planchó el cabello y se puso un vestido de seda roja que le sentaba bastante bien, sus piernas parecían dos pilares de bronce que conducían al sendero de la lujuria y sus senos, volcanes que hacía mucho tiempo estaban apagados.
Tomo
su abrigo, salió de su casa y empezó a andar sin rumbo hasta que se encontró en
un bar de la zona rosa. Entró, dio un vistazo a su alrededor, se sentó y pidió
un coñac. Un aroma a cigarrillo y a licor invadía el salón y caballeros y damas
de la élite se burlaban de la desgracia del pobre. Al frente de la mesa había
un tipo barbado de traje informal y gafas oscuras que contrastaba con el resto
del lugar. Ella desde el primer momento no dejó de observarlo, le llamó la
atención su cierto aire de misterio.
Al
cabo de un rato el mesero le trajo una copa de su vino preferido. – es del
caballero del frente- dijo con un guiño bastante fingido. La mujer se sonrojó y
aceptó la invitación.
-
¿Me permite?- dijo el hombre acercándose a la mesa.
-
¿Cómo sabía que me gusta este vino?-
-
Pues digamos que… soy adivino-
Compartieron
anécdotas, bailaron y se embriagaron; a ambos les interesaba el arte. Él era un
malogrado escritor y ella una artista de la moda.
Serían
las dos de la mañana cuando se dirigieron a su casa. Vino y pasión. Sus
elixires y sus jugos eran una canilla abierta, hasta la luna que los miraba
desde la ventana parecía excitarse y excitarlos. Los volcanes estallaban y el
sendero lujurioso se desvanecía en medio del frenesí.
Nada
mas se supo de aquella noche infernal hasta la mañana siguiente cuando su ama
de llaves la encontró desnuda y sin corazón.
Autor: Vivian Katherine
Colorado Gómez
Su misterio se complementa solo a si mismo.
ResponderEliminarExcita el solo leerlo