Es oscuro, hace frio y tan solo un abrigo de lana
roto, no es suficiente para Nicol. Siente ya dolor. Sus manos, sus brazos, sus
pies le duelen. Cada día se arrepiente, pero volver para ella no es una opción.
Cuando
era joven harta del maltrato y la barbarie de su padre, decidió fugarse a
buscar una mejor vida, aquella que no encontró. Su madre había muerto y su padre harto de la
vida y cansado de todo ya solía beber y embriagarse todo los días; pronto su
querido padre cambio su forma de ser era violento y desagradable. El maltratar
a su pobre hija se volvió recurrente en él, y su hija fue alimentando poco a
poco un odio y un rencor por él.
La
pequeña Nicol perdido todo respeto y todo amor hacia su padre arremetía con
violencia ya hacia él. Devolviendo golpe con golpe, mano por mano; se cobraba
ya cada golpe, era su batalla su vida, su dolor, su gran dolor. Pero aun así y
a su lucha, no lograba ganar la batalla, ni esa ni ninguna, el maltrato fue
cada vez peor; a su vida llego por fin una esperanza, una luz, un primer amor. En
la tarde mientras su padre dormía la resaca o dormía por dormir escapaba de su
encierro y su cárcel. He iba a ver a su enamorado, él le prometía el cielo y la
luna y ella se lo creía, veía en él la única esperanza para escapar de allá. Y así
fue como muy pronto, ciega de amor y sin conocer su destino, en una noche
mientras su padre bebía y bebía, empaco sus cosas y se fue de su hogar buscando
en su amor un refugio al dolor que sentía.
Y
con aquel hombre nada fue como ella soñaba, como esperaba, como creía que iba a
ser. Y no es que a él le hubiese importado alguna vez ella; solo buscaba una
chica más a quien utilizar y explotar, buscaba una chica que les pudiese dar a
sus clientes lo que querían, belleza y juventud. Con sus casi 1.70 de altura,
sus hermosos ojos castaños, y su hermoso cabello negro y rizado, era según él
la mercancía que necesitaba. Y su hogar soñado para ella nunca llego. En lugar
de ello tuvo encierro y reclusión, maltrato, insomnio y violación.
Largos
años pasaron y el dolor y la rabia se convirtió en odio y resignación, palabra
que ella nunca aprendió, pero entendía; la jovencita convertida en mujer, amada
por sus clientes, odiada por la sociedad por ser algo que ella nunca quiso ser,
estaba muerta por dentro por el dolor y muerta por que así sentía su ser. La
Doncella, su nombre para aquellos que gustaban de ella, era un engaño, ni
doncella, ni princesa, ni nada; era
esclava, esclava del capricho de otros, esclava adolorida engañada por la vida.
Jamás pudo antes escapar a ese encierro, siempre la encontraban la ataban y la
maltratan y el dolor era peor, peor porque no lo pudo hacer, no lo logro, dolor
por los golpes que le infligían, dolor porque su alma ya estaba suficientemente
dolida, y el intentar escapar una vez más para ella era muerte total, aunque no
física.
De
un hombre a otro, nunca cesaban, no vacaciones, no había descansos.
Uno
tras otro siempre se iban; cada vez que pudo huir de allí lo intento, pero solo
fue esa noche en la que pudo subir a hurtadillas a ese carro, el carro del
hombre que no conocía y con el cual ya había estado; ocultarse dentro, no hacer
ni un ruido, no hacer presencia. Y al salir por fin el mundo le desconcertó, no
era lo que ella esperaba de nuevo, no obtuvo ayuda, cada vez fue empeorando, su
dolor se convirtió en agonía, y sin tener donde dormir, que comer, ni como
abrigarse, la intemperie pronto se convirtió en su hogar. Vivía por si misma de
la caridad porque nada mas pudo hallar; de aquella hermosa viejecita que le
regalo un abrigo, del joven que la observo con repudio, pero le obsequio unos
pesos; de la gente que regala cualquier cosa por pura lastima o vergüenza de no
dar, y es así siempre, mientras ella vive al límite todas las noches, porque el
frio aumenta y la temperatura desciende, sus dedos se hielan, sus manos se
tensan, el dolor persiste, las luces se extinguen, y Nicol vuelve y morir una vez más.
Autor: Cristian Camilo Marín
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