“Un, dos, tres… son los trenes que tu
vez
Cuatro, cinco, seis… suman quince ya lo
ves
Siete, ocho, nueve… y en la calle llueve
y llueve”
En un solo palpitar, cruzas la calle y
ese soldadito de plomo que se gloriaba al estar parado sobre tu mesita de noche
cae bruscamente, ahora ya no es soldado, ya no apoya sus piernas y las botas de
lustre pierden lentamente esa negrura particular.
En las escaleras de la casa 44 bloque
norte se escucha el crujir de unas botas contra la madera que parece saludar en
su marcha, no es para menos que a cada paso un simple tablón haga una fiesta,
quien tiene la dicha de friccionar a tan ilustre caballero, el general Montalvo digno oficial del ejército sale de
su casa muy temprano para cumplir con su rutina, el saludo a su homónimo de
hierro “Montalvito el cagadito ” como lo llama la gente que pasa por la avenida
libertador y ve dos metros cubiertos de dicha de pájaro –si las botas están
limpias es digno hermano mío, decía el general mientras su paso se aceleraba
para alcanzar el tren que lo llevaba a su oficina.
El chirrido del tren acompasaba el
zapateo de los nuevos pasajeros, subió con aires de superioridad un caudillo de
cincuenta años con traje de gala ensayando el discurso de posesión, el señor de
cuarenta con uniforme militar listo para su condecoración, un hombre de treinta
a punto de caminar hacia el altar, el joven de veinte sudoroso cargando morral
y fusil para la batalla, una mujer con
su bebe que se sentó al lado del General y sonriéndole le pidió que cargara a
su hijo, se cerró la puerta del vagón y el niño
de diez años corría hacia la estación, la lluvia cegándolo y empujándolo
logro precipitarlo hacia los rieles donde sus piernas fueron despedazadas.
“Un,
dos, tres… son los trenes que tu vez
Cuatro, cinco, seis… suman quince ya lo
ves
Siete, ocho, nueve… y en la calle llueve
y llueve” repite el General mientras su apoltronado cuerpo busca el lado tibio
de la cama, estira su brazo para alcanzar el tarro de aspirinas y el soldadito
vuelve a caer.
Entra una enfermera a la habitación 44
bloque norte del hospital san Ignacio donde el llanto y el pitido del monitor
cardiaco acompañan a la muerte, el cadáver con las piernas cercenadas y la mano
empuñada es cubierto con una manta blanca, Ignacio Montalvo de diez años a
muerto y con él su soldadito de plomo, aquel que quiso ser un imponente
general, en la puerta de la habitación hace su última parada un tren.
Autor: Mayra Alejandra Cáceres
No hay comentarios:
Publicar un comentario