miércoles, 26 de marzo de 2014

Flores Blancas



Acostado en el llano con una tacita rota a su lado con esencia de café, el niño de ojos saltones, de cabellos negros, con sus mejillas rosadas de tanto correr y jugar con el bosque cálido y verde, miraba en lo alto de un árbol primaveral y lleno de fruta fresca una enorme manzana roja que parecía brillar con los rayos de sol, sin vacilar subió rápidamente por las ramas trenzadas que formaban aquel árbol para lograr alcanzar esa fruta que por un instante calmaría su sed física, aunque no pudiera lograr calmar su sed de amor que le hacía falta en ese momento en el alma.

Al caer la tarde aquel niño de ojos saltones ya se hacía en  la plaza en medio de la gente como una persona más, con el corazón ausente de lo que él realmente buscaba para aquel momento de soledad en el que se encontraba, y que a pesar de la necesidad biológica de alimentarse mientras se escabullía  en busca de comida que ágilmente tomaba de los puestos de mercado no dejaba de dedicar tiempo a observar con gran atención a los transeúntes, algunos veía salir de sus casa otros llegar, otros en sus ojos se veía que caminaban sin rumbo y uno que otro se topaban con gente a la cual con sonrisas se lograban saludar, sin embargo para aquel niño de cabellos negros ninguna acción tomaba algún sentido de que en realidad lo que veía eran personas pues más bien le parecían estampillas con movimiento sin corazón, para él en ese momento se sintió en un lugar al cual el no conseguía pertenecer, pues creía que a ese lugar le faltaba magia, esa magia que un niño necesita para vivir.

Cansado de no encontrar ese algo que lo hiciera sonreír, comenzó a caminar con su mirada hacia el suelo que en medio de su soledad sin darse cuenta tropezó con una pequeña niña, que lucía un bello vestido blanco, con cabellos oscuros y ojos negros frustrantes y en sus manos unas flores blancas y al parecer tal figura logro estremecer el cuerpo y el corazón del pequeño niño, pues vio en ella el ingrediente que le hacía falta a su existencia, ese sabor y ese olor que hacía mucho no los percibía. 

Claramente las flores cayeron al suelo por el impacto de los dos cuerpos, el niño muy avergonzado las recogió, pidió disculpas y al situar las flores en las manos de aquella niña, accidentalmente sus manos se rosaron y en ese instante fue cuando el niño de los ojos saltones percibió una energía que recorrió todo su cuerpo y su mente, recordando esa delicada pie como si fuese conocida y por siempre amada, ella solo asintió con la cabeza y siguió su recorrido sin regresar la mirada.

Con la aparición de la luna, regreso a su hogar, una pequeña choza que su madre le había dejado poco antes de morir. Sacudió sus zapatos y entro con un poco de comida que había logrado robar y como siempre en ese lugar todo iba igual; solo y sin el calor humano de un ser que lo pudiese amar. 

Compartió la comida con su única compañía, un desaliñado cachorro que días atrás lo había encontrado en la puerta de su morada, casi muerto del frio, convirtiéndose ahora en su único amigo con el cual sentía que podía hablar para no sentir demasiada soledad. Se recostó en la cama pensativo, anhelando poder ver aquel rostro que le inspiro tanta ternura y confianza, la niña de las flores blancas, de pronto dentro de su bolsillo algo había encontrado, deslizo su mano delicadamente sobre este para lograr encontrar una flor blanca y mientras pensaba como pudo haber llegado ahí, absorbió su perfume y tendido en aquella cama dura como un bebe durmió.

Al día siguiente aun sin salir el sol, un ruido suave pero a la vez brusco golpeaba la puerta mientras que el pequeño cachorro guardián y compañero de su soledad corría de un lado hacia otro cerca del portón y dando pausados ladridos despertó al niño ahora aturdido pues el chico no esperaba a nadie, se levanto de sus aposentos y camino hacia la puerta para ver quién podía ser, preguntando con voz algo temerosa quien estaba al otro lado de la puerta y sin tener ninguna respuesta, suavemente halo la puerta de madera y su mayor sorpresa y alegría se encontraba ahí parado en frente de él, pues era la pequeña de ojos negros y vestido del color de las flores y que como la primera vez que la vio, en sus manos llevaba un manojo de flores sin marchitar pero que ahora parecían brillar aun mas que el anterior primípara momento.

En un interrogatorio de asombro cuestiono la llegada de la niña a aquel lugar, pero ella no le respondió y tan solo se lanzo a sus brazos dejando resbalar una lagrima por su mejilla y el niño con tan solo sentir el calor que emanaba el cuerpo de la niña se engrandeció inmediatamente, el muchacho perdió el control de sus sentidos y en un solo desmayo cayo.

Cuando recupero el conocimiento se encontraba en un lugar completamente vacío, con la mente ocupada pensando en el paradero de la niña empezó a mirar de un lado a otro , pero él lo encontraba todo absurdo puesto que el solo veía un espacio en blando y nada más que el dentro del lugar, de pronto una luz en lo alto apareció, de donde le pareció ver un ángel descender,  pero en realidad  solo pudo ver su rostro cuando se puso en frente de él a unos cuantos pasos, dándose de cuenta que era aquella niña de las flores blancas y a medida que caminaba hacia el niño de los ojos saltones,  para ella parecía pasar el tiempo pues fue tomando forma de un ser bendito, con el olor del amor, de la esperanza, del perdón y la figura de la compañía.

Cuando ella quedo a unos tantos centímetros en frente de él, este pequeño no tuvo otra opción que romper en llanto y con su corazón  a punto de estallar por tanta emoción, abrió sus brazos y se le lanzo a ese tierno espíritu susurrándole al oído: “te extrañe mucho mamá”

Tanto había esperado por ese re encuentro que lo sintió como una gran llama que avivaba su alma, tan fuerte fue ese momento que él no paraba de suplicarle que no lo deje nunca más, que prometiera estar siempre a su lado, pues no podía olvidar los besos de cada mañana, el acurruco de la noche, esa sonrisa tierna en aquellos días grises y sobre todo su amor que para el niño de ojos saltones era el alimento a su alma.

Pero ella ya no podía volver, solo en sus recuerdos la encontraría y que aunque de cuerpo no estaría la mujer que le dio la vida, en los momentos más tristes y solitarios que pudiese llegar a tener, ella siempre a su lado estaría aun sin poderla ver pues el amor incondicional de una madre toda la vida lo tendría.

De pronto mientras su imagen desvanecía su olfato captaba un aroma de café de una tarde dulce que muy suave lo despertó, con los ojos llenos de lagrimas al lado de sus pies la taza rota en mil pedazos por el movimiento brusco de su brazo sobre la meza al tratar de acariciar a su madre que algo preocupada se encontraba al no encontrar a su hijo en casa, pues era un niño travieso que le encontraba placer Salir a ver la ciudad desde el árbol de sus vecinos.

Autor:

Paula Andrea Córdoba Acosta

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