Acostado en el llano
con una tacita rota a su lado con esencia de café, el niño de ojos saltones, de
cabellos negros, con sus mejillas rosadas de tanto correr y jugar con el bosque
cálido y verde, miraba en lo alto de un árbol primaveral y lleno de fruta
fresca una enorme manzana roja que parecía brillar con los rayos de sol, sin
vacilar subió rápidamente por las ramas trenzadas que formaban aquel árbol para
lograr alcanzar esa fruta que por un instante calmaría su sed física, aunque no
pudiera lograr calmar su sed de amor que le hacía falta en ese momento en el alma.
Al caer la tarde aquel
niño de ojos saltones ya se hacía en la
plaza en medio de la gente como una persona más, con el corazón ausente de lo
que él realmente buscaba para aquel momento de soledad en el que se encontraba,
y que a pesar de la necesidad biológica de alimentarse mientras se
escabullía en busca de comida que
ágilmente tomaba de los puestos de mercado no dejaba de dedicar tiempo a
observar con gran atención a los transeúntes, algunos veía salir de sus casa
otros llegar, otros en sus ojos se veía que caminaban sin rumbo y uno que otro
se topaban con gente a la cual con sonrisas se lograban saludar, sin embargo
para aquel niño de cabellos negros ninguna acción tomaba algún sentido de que
en realidad lo que veía eran personas pues más bien le parecían estampillas con
movimiento sin corazón, para él en ese momento se sintió en un lugar al cual el
no conseguía pertenecer, pues creía que a ese lugar le faltaba magia, esa magia
que un niño necesita para vivir.
Cansado de no encontrar
ese algo que lo hiciera sonreír, comenzó a caminar con su mirada hacia el suelo
que en medio de su soledad sin darse cuenta tropezó con una pequeña niña, que
lucía un bello vestido blanco, con cabellos oscuros y ojos negros frustrantes y
en sus manos unas flores blancas y al parecer tal figura logro estremecer el cuerpo
y el corazón del pequeño niño, pues vio en ella el ingrediente que le hacía
falta a su existencia, ese sabor y ese olor que hacía mucho no los percibía.
Claramente las flores
cayeron al suelo por el impacto de los dos cuerpos, el niño muy avergonzado las
recogió, pidió disculpas y al situar las flores en las manos de aquella niña,
accidentalmente sus manos se rosaron y en ese instante fue cuando el niño de
los ojos saltones percibió una energía que recorrió todo su cuerpo y su mente,
recordando esa delicada pie como si fuese conocida y por siempre amada, ella
solo asintió con la cabeza y siguió su recorrido sin regresar la mirada.
Con la aparición de la
luna, regreso a su hogar, una pequeña choza que su madre le había dejado poco
antes de morir. Sacudió sus zapatos y entro con un poco de comida que había logrado
robar y como siempre en ese lugar todo iba igual; solo y sin el calor humano de
un ser que lo pudiese amar.
Compartió la comida con
su única compañía, un desaliñado cachorro que días atrás lo había encontrado en
la puerta de su morada, casi muerto del frio, convirtiéndose ahora en su único
amigo con el cual sentía que podía hablar para no sentir demasiada soledad. Se
recostó en la cama pensativo, anhelando poder ver aquel rostro que le inspiro
tanta ternura y confianza, la niña de las flores blancas, de pronto dentro de
su bolsillo algo había encontrado, deslizo su mano delicadamente sobre este
para lograr encontrar una flor blanca y mientras pensaba como pudo haber
llegado ahí, absorbió su perfume y tendido en aquella cama dura como un bebe
durmió.
Al día siguiente aun sin
salir el sol, un ruido suave pero a la vez brusco golpeaba la puerta mientras
que el pequeño cachorro guardián y compañero de su soledad corría de un lado
hacia otro cerca del portón y dando pausados ladridos despertó al niño ahora
aturdido pues el chico no esperaba a nadie, se levanto de sus aposentos y camino
hacia la puerta para ver quién podía ser, preguntando con voz algo temerosa
quien estaba al otro lado de la puerta y sin tener ninguna respuesta, suavemente
halo la puerta de madera y su mayor sorpresa y alegría se encontraba ahí parado
en frente de él, pues era la pequeña de ojos negros y vestido del color de las
flores y que como la primera vez que la vio, en sus manos llevaba un manojo de
flores sin marchitar pero que ahora parecían brillar aun mas que el anterior
primípara momento.
En un interrogatorio de
asombro cuestiono la llegada de la niña a aquel lugar, pero ella no le respondió
y tan solo se lanzo a sus brazos dejando resbalar una lagrima por su mejilla y el
niño con tan solo sentir el calor que emanaba el cuerpo de la niña se engrandeció
inmediatamente, el muchacho perdió el control de sus sentidos y en un solo
desmayo cayo.
Cuando recupero el
conocimiento se encontraba en un lugar completamente vacío, con la mente
ocupada pensando en el paradero de la niña empezó a mirar de un lado a otro , pero
él lo encontraba todo absurdo puesto que el solo veía un espacio en blando y
nada más que el dentro del lugar, de pronto una luz en lo alto apareció, de
donde le pareció ver un ángel descender, pero en realidad solo pudo ver su rostro cuando se puso en
frente de él a unos cuantos pasos, dándose de cuenta que era aquella niña de
las flores blancas y a medida que caminaba hacia el niño de los ojos saltones, para ella parecía pasar el tiempo pues fue
tomando forma de un ser bendito, con el olor del amor, de la esperanza, del
perdón y la figura de la compañía.
Cuando ella quedo a
unos tantos centímetros en frente de él, este pequeño no tuvo otra opción que
romper en llanto y con su corazón a
punto de estallar por tanta emoción, abrió sus brazos y se le lanzo a ese
tierno espíritu susurrándole al oído: “te extrañe mucho mamá”
Tanto había esperado
por ese re encuentro que lo sintió como una gran llama que avivaba su alma, tan
fuerte fue ese momento que él no paraba de suplicarle que no lo deje nunca más,
que prometiera estar siempre a su lado, pues no podía olvidar los besos de cada
mañana, el acurruco de la noche, esa sonrisa tierna en aquellos días grises y
sobre todo su amor que para el niño de ojos saltones era el alimento a su alma.
Pero ella ya no podía
volver, solo en sus recuerdos la encontraría y que aunque de cuerpo no estaría
la mujer que le dio la vida, en los momentos más tristes y solitarios que
pudiese llegar a tener, ella siempre a su lado estaría aun sin poderla ver pues
el amor incondicional de una madre toda la vida lo tendría.
De pronto mientras su
imagen desvanecía su olfato captaba un aroma de café de una tarde dulce que muy
suave lo despertó, con los ojos llenos de lagrimas al lado de sus pies la taza
rota en mil pedazos por el movimiento brusco de su brazo sobre la meza al
tratar de acariciar a su madre que algo preocupada se encontraba al no
encontrar a su hijo en casa, pues era un niño travieso que le encontraba placer
Salir a ver la ciudad desde el árbol de sus vecinos.
Autor:
Paula
Andrea Córdoba Acosta
(y) me gusto
ResponderEliminar