jueves, 27 de marzo de 2014

EL DIAGNOSTICO




 Ese gesto, el de llevarse la mano a la cabeza y rascarse un poco, siempre lo hace mientras piensa, lo veo resolviendo sus problemas de matemáticas, ¡tan inteligente!, siempre concentrado. Últimamente lo he notado más de lo usual, me hace falta en los recreos y desearía que se sentara conmigo en los columpios, pero que puedo decirle, ¿qué me gusta? No, no soy capaz. Hoy particularmente me gusta más que todos los días, y siento que me sonríe, pero no estoy segura, además a todos les gusta Laura, seguro a él también.


De pie todos que vamos a comenzar, dice la profesora rompiendo mi concentración, primero, escojan una pareja, cualquiera, traten de no emparejarse con el amigo, así funciona mejor. Quiero hacerme con Juliana, pero ella está en la otra mesa, Julia… ya está, Mari… ya está. Me quedé sin pareja. ¡Ni siquiera lo veo a él, ya todos tienen pareja!, alguien me toca el hombro, ¡pero ¿dónde está?!Insiste, ¡no lo veo!, sigue insistiendo y si no volteo no podré seguir buscándolo.


Todo desde este punto sucede en cámara lenta, o por lo menos mis reacciones; no puedo excusarme, pero es que justo volteo y es él, ¡es él!, me sonríe, con esa risa que pensaba no era para mí, me dice: no tengo pareja ¿nos hacemos juntos?, el corazón se detiene un segundo, vuelve latir, ojala la voz hubiera vuelto así de rápido, eeh, sí; apenas estoy intentado descifrar la situación. ¿Ya todos tienen pareja?, ahora les voy a explicar la actividad, para empezar cojan la mano de su compañero, ¿la mano? ¿La profe dijo que la mano? Volteo la cabeza nerviosa él me mira con su sonrisa y me ofrece la mano, la miro, no pareciera real, cógeme la mano, me dice, Sí, sí. La profe habla algo sobre compañerismo, respeto, querernos unos a otros, yo no puedo dejar de mirar nuestras manos.


Ey, ¡ey!, levanto la mirada, la profe dijo que hay que abrazar al compañero, ¿dijo eso, de verdad, dijo eso? Pienso; nos acercamos, huele a yogur y papitas, no sé cuánto tiempo quedarme, si de mí dependiera sería toda la vida, el tiempo sigue pasando lento, y es como si me quedara flotando un poquito, un centímetro sobre el suelo. Apenas logro percatarme de que ya me ha soltado, ¡cambio de parejas!
Ahora me toca con Santiago, después con Luisa, pero todavía sigo flotando, sigo abrazada a él.

Si me preguntan cómo llegue hasta mi casa diré que no lo recuerdo, todavía no he puesto mis pies en el suelo, aun no entiendo que pasó, pero es cómo si siguiera abrazada a él, tanto así que… ¡Ay!, me pica un poco la cabeza; que no podría asegurar que todo lo que sucedió fuera rea… otra vez esta piquiña, el asunto es que apenas puedo creerlo, en especial que fuera él quien me bus, ¡Aj, otra vez esto, me está comenzando a desesperar!.


¿¡Qué tanto se está rascando usted!? Me recibe mi mamá y me agarra la cabeza, déjeme mirar, ¡hay que no vaya a ser, no vaya a ser que en el colegio le hayan pegado!, hizo una pausa, ¡le pegaron piojos! No hay peor diagnóstico.


No quiero ni decirle jovencita lo difícil que es quitar esos animales, justo la hija del vecino también le pegaron en estos días, y no hubo cruz azul que se los quitara, si hasta intentó con el tal petróleo crudo y nada, y ni le cuento como le quedo el cabello… Si apenas ayer tenía la cabeza limpia, quien sabe usted dónde estuvo metida, pero le digo de una vez que hoy mismo acabamos con esto. No sé ni que decir, me quedo callada, estuve todo el día tranquila sin piquiña, flotando y… que manera de poner los pies en el suelo.


Siéntese, me dice mi mamá, y en medio de mi desconcierto ignoro por completo las enormes tijeras que tiene en la mano, pero si yo estaba con él, será que era él y que, chaz chaz, el sonido de las tijeras me petrifica, chaz chaz, sólo veo la sombra en la pared y los mechones de mi largo cabello cayendo al suelo.


El último mechón cae, y la sombra en la pared no parece, por un segundo, tan terrible, no se ve tan mal, hasta me gusta corto, quiero levantarme y mirarme al… siéntese que no hemos acabado, y escucho el peor sonido: la rasuradora.


Ya no me pica la cabeza, pero es de esperarse, no tengo ni un solo cabello en ella. No me mire así señorita, con eso nos evitamos que le vuelvan a dar piojos por un buen tiempo. Seguro.


Me siento extraña entrando así al salón, la diadema no me queda bien, pero sin ella siento mi cráneo más desnudo. Lo vi, sonriendo sentado en su silla, esperando a comenzar clase, aún esa sonrisa me provoca cierta paz, me hace flotar un poco, y sin cabello me siento aún más liviana. De pronto me nota, me mira y su sonrisa cambia poco a poco a una mueca burlona, ¿Quién le hizo ese peinado, un ciego? Suelta una carcajada, ¡¡fueron tus piojos, tus piojos!! Quiero gritarle, pero la voz no me sale, me tiemblan las manos y se me aguan los ojos, el sigue riéndose, me siento en mi puesto, la clase comienza. No puedo mirarlo, flotar y caer al suelo, ¡en cuestión de un día!, es que ahora lo miro y siento que… está sonriendo como siempre, con ese entusiasmo que tanto me gusta, recuerdo lo que es flotar en ese abrazo y él en su silla me mira y se… rasca la cabeza. Mejor dejo ya de mirar.

Autor: Maria Camila Quintero 

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