José
tomó un bus que bajaba del barrio Manrique, de paso por Aranjuez —zona
nororiental— y se bajó entre las calles
Argentina y Girardot, sin premura compró una cerveza, era cerca del mediodía y
hacía un calor infernal, se dispuso entonces a caminar tranquilamente hasta el Parque
del Periodista y allí se sentó con sus piernas entrecruzadas a esperar. Sacó
unas hojas de papel y un bolígrafo, garabateó algunas figuras extrañas, unas
ramas y unos seres bastante extravagantes, y en medio de aquel revoltijo de
líneas y de inspiración, escribió: “Un
domingo y tantos domingos en Medellín. La vista de su cielo tan brillante y tan
azul, sus montañas tan verdes y resplandecientes. Sobre ellas se levantan las
casas de adobe marrón claro que se entrecruzan con los
empinados caminitos color gris. Su radiante sol, calentando los techos y
nuestras cabezas. Buena vista de esta hermosa y triste ciudad.” Esto, en
parte, le producía Medellín a José, y sólo aquel que haya caminado las calles
de esta ciudad podrá ofrecerle significado a sus palabras.
II. Allí,
aún sentado en el parque saco un libro de su mochila, de tapa más blanda que
dura y de igual color que su pantalón y su camisa, todo esto en medio de la
ruidosa ciudad, su altísimo calor y una fría cerveza pronto a terminar. Sólo
alcanzó a sacar el libro, era de un tal Beckett, cuando arribó Carolina. La
recibió leyéndole un fragmento de este: “Otro
detalle, el tono monótono. Sin vida. El mismo tono monótono todas las veces.
Para sus afirmaciones. Para sus negaciones. Para sus exclamaciones. Para sus
exhortaciones. El mismo tono monótono. Fuiste una vez. Nunca fuiste. ¿Fuiste
alguna vez? Oh, ¡no haber sido nunca! Sé de nuevo. El mismo tono monótono.”
Pensó para sus adentros que cualquiera
de esos seres que por allí pasaban obtendrían de ese texto un maravilloso
epitafio.
—
El mismo tono monótono, todos muertos en
vida (le vociferó a Carolina.)
Ella
para él no era una amiga, era su amiga. Una chica muy culta se decía, de vasta
experiencias pero curiosamente de muy baja reputación. ¿Por qué? La respuesta
no es difícil de descifrar. Seguramente era muy libre, en estos tiempos
modernos la libertad y la defensa de la misma no es recibida con los brazos
abiertos.
Así,
José le propuso a Carolina caminar un poco. Emprendieron rumbo a casa de ella,
vivía cerca y ella siempre tenía algo para beber.
Ya
en casa de Carolina, arriba, en el barrio El Salvador se tomaron unas cuantas
cervezas y unas cuantas copas de vino. Ella fue en realidad quién le enveneno
la cabeza a José desde siempre, de vez en cuando le hablaba de literatura,
filosofía y política. Su multiplicidad en la lectura también se evidenciaba en
sus gustos por la música, escuchaban y compartía desde Metal,
pasando por la música clásica, hasta punk, el tango y la salsa. En la primera de ellas era en la que en
realidad profundamente se encontraban.
El
amor copulaba cuando estaban juntos, no se comparaba a ningún romanticismo
escuálido y aparentador, por el contrario, cuando estaban juntos era como si
danzaran, como si no hubiese más que ellos, se veían tan bien. Entre tragos de
vino y de cerveza, cigarrillos y uno que otro porro les arropó la noche de
Medellín. Una noche fresca, un clima perfecto para hacer cualquier cosa: jugar
a los dados o hacer el amor, caminar o simplemente estar sentados,
emborracharse o hacer una revolución.
Allí
en medios del calor y de la calidez de la noche, le dijo José a Carolina:
—
Caro,
¿sabe qué?
—
¿Qué?,
(respondió carolina sonriendo)
—
¿Por
qué nos la pasamos queriéndole buscar un sentido a la vida y otras veces se
hace tan innecesario buscar ese sentido?
—
¿Qué
te parece ahora? ¿Tiene sentido o no lo tiene?
—
(José muy serio) Ahora no
hace falta ni siquiera preguntarse por él. Lo mismo me pasa cuando tallo la
madera, me pierdo, me ensordo con el placer, el sudor y los sonidos de la
talla. ¿Acaso hay un valor más humano qué el placer?
Pero es tan solo prender ese viejo
televisor o caminar las calles y todo te cuestiona, te jode y te instiga. ¿Hay
que ser muy mierda para no deprimirse ni un poquito con todo esto? ¿No?
—
Sí,
pero depende (nuevamente Carolina sonriendo)
—
¿De
qué?
—
De
lo que vos u otros tengan en la cabeza y entre las manos. A vos te preocupa eso
hoy, el mundo y su infinidad de problemas. ¡Menudo lio para un chico de 18 años!
¿dieciocho es qué tienes no? (le dijo con ironía)
Y
agregó:
—
Seguro
a quien lo cree tener todo, poco o nada se preocupa por lo que estás pensando y
ese parece ser el orden actual de las cosas.
José
se quedó en un profundo silencio
pensando sobre las palabras de su amiga.
Así
pasaron un largo rato, fueron un par de horas pero parecieron minutos. José
recordó que tenía un compromiso, otro compromiso con alguien más, así se lo
dijo. Nuevamente ella le sonrió. Era
algo más de las 10 de la noche, se dieron un fuerte abrazo y sonrieron, ella se
quedó sobre su mueble rojo fumándose un cigarrillo y él salió con otra sonrisa
en su rostro.
III. El muchacho recorría
las calles en busca de su nuevo encuentro, su paso era lento pero tranquilo, la
luz de la enorme luna vestida de plata brillaba sobre su piel morena. No se ve
mucha gente a pie un domingo a esas horas de la noche en el centro de Medellín,
pero él iba por allí despreocupado y tranquilo bordeando la irresponsabilidad.
Llegó
por segunda vez en el día al parque del periodista, —aunque este sólo estaba en
medio de su recorrido—. Viendo que aún contaba con tiempo paró allí dispuesto a
tomarse otra cerveza, una más. El parque se veía tranquilo, no había policía y
sólo había unas cuantas personas.
José
estaba sentado sobre la acera, cerca de la calle que dirige el tráfico
vehicular con dirección al oriente. A lo lejos diviso a dos tipos sobre un
joven muchacho, lo estaban atracando, resulta que ese joven era conocido suyo y
además era el compromiso que tenía más tarde. Sin pensarlo, el joven muchacho salió corriendo e interpelo a unos de los
sujetos, después de eso vino un manoteo y en el ajetreo que termino en un ir y
venir de golpes relució una navaja, el puñal reventó el pecho de José, todo
ocurrió bastante rápido. Nadie se imaginó ese desenlace para alguien como José,
quizás ni el mismo; aunque seguro él tenía claro que esa era una posibilidad en
las calles de la ciudad. Al día siguiente nos enteramos que fueron tres navajazos
y que murió desangrado. Cayó en medio de la calle y nunca llego a su
compromiso. Para las cifras de criminalidad el joven fue uno más en la lista de
caídos en la ciudad de las eternas posibilidades.
Autor:
Jorge
Vélez.
amigo, a mi parecer falló en el desenlace cometiendo unos errores ortográficos tales como: "a lo lejos diviso"; ese diviso lleva tilde: divisó. ""en el ajetreo que termino"; nuevamente la tilde: "terminó" .
ResponderEliminarhay unas frases que no son muy adecuadas, por ejemplo: "resulta que ese joven era conocido suyo y ademas era el compromiso que tenía mas tarde" si dijera: "resulta que ese joven era conocido suyo y ademas era con él, el compromiso que tenía mas tarde" eso cambia mucho
Gracias por el comentario, tendré en cuenta esas apreciaciones.
EliminarJorge
Uuuuyyyy ¡FASCINANTE!
ResponderEliminarMe gusta mucho el titulo y la capacidad que tienes para tallar esos cuentos urbanos de nuestra ciudad, la describes de tal forma que se siente uno en la cuidad de la eterna primavera, pero nos haces ver o caer en la cuenta mas bien, que también es la ciudad de las eternas posibilidades afortunadas o desafortunadas en este caso para José, el carpintero de ciudad.
FELICITACIONES ¡EXCELENTE!
Gracias por tu comentario. Me alegra que te haya gustado.
EliminarJorge
Hay que reconocerlo, el cuento es malo. No le encuentro la gracia, apuntaba bien, pero como dijeron arriba, el desenlace deja un inmenso sin sabor. Quizás trabajándolo mejor, el cuento pueda tener un mejor nivel.
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