jueves, 27 de marzo de 2014

LA COMPAÑÍA SILENCIOSA




Se sentía el frio del amanecer, apenas empezaba a descansar, mi sueño se arrullaba escuchando melodías de los locales donde se baila al son de música grabada. Cuando aquel ruido cesaba, mis párpados se apagaban len-tamente, me sentía ahogada y en medio de mi angustia reaccioné gracias a las voces embriagadas de dos hom-bres. Ese día la labor comenzó más temprano, claro nunca me había pasado esto, pero ¿quién dormía con ese ruido tan constante? Recuerdo que no podía entender lo que decían aquellos hombres, tal vez porque apenas estaba terminando mi sueño o porque su borrachera les cortaba la voz. Más tarde entendí esta conversación tan descaradamente coloquial. Se quejaban del frío y de sus problemas recientes, creo que uno de ellos había peleado con su mujer y el otro estaba sin trabajo. Nunca supe el por qué de estos problemas el hecho es que la temperatura baja del ambiente les ganó. Se abrazaron y reí, porque se balanceaban de un lado para otro y parecían un par de marionetas movidas por aquellos invisibles hilos que a veces mueven el destino de muchos.

Tuve un sentimiento grato al saber que al fin iba a poder descansar, pero el ruido de los vehículos del trans-porte público recogiendo a los laboriosos, lo impedía. Escuchaba estos ruidos y me asusté al oír unos pasos en-taconados y rítmicos que se acercaban. Cuando cesaron sentí unas piernas frías y delgadas que descansaban en mi lecho. Vi que sacó unas hojas delgadas de su colorida bolsa, las doblaba y desdoblaba como si estuviera con-tándolas. Parecía ser una mujer joven, con maquillaje vistoso ya corrido y sus ojos enrojecidos, su rostro cansa-do dejaba ver una trajinada noche y las ansiosas manos que habían recorrido su cuerpo. Ambas estábamos cansadas. Sonreí al compararla conmigo: ambas usadas por el tiempo. Todos llegan y se van, cargamos pesos i-guales-pensé-.

Mientras contaba sus hojas un huesudo y sucio perro se acercó hacia nosotras. La mujer lo mimaba y el mamí-fero expresaba gozo. Después de tanto acariciarlo, el perro se le echó a sus pies y aquella quedadamente le de-cía que era una “trabajadora nocturna”-hasta llegué a pensar que ejercía mi oficio-. Le hablaba de una tal fami-lia y se quejó de su empleo, dijo ser extenuante, que no se imaginaba la semana tan pesada que le esperaba.

Si no recuerdo mal el perro ya dormía cuando un suave viento pasó e inmediatamente dijo: “¿Oyes la tranquili-dad? ¿Escuchas el choque del agua con las rocas y como el río corre? ¿Verdad que es lindo?". La angustia se a-poderó de mí, había dicho la palabra, ¡Qué curioso término! ¿Por qué me atrae tanto? Y lo repetía: “río, río, río,…”. Algunos dicen que es algo grande, otros dicen lo contrario, pero en lo que muchos aciertan es que por este terreno, este prado, este jardín destinado para la diversión pasa reluciente y además lo llaman “La ilu-sión”. ¿Cómo será? ¿Por qué está allí? Muchos dicen que es un camino largo con mucha “agua” y que va arrasando todo lo que encuentra.

Lo único con que lo puedo identificar es con los melodiosos y cantarines sones, pero sencillos y nobles que me acompañan cuando nadie descansa sobre mí. A pesar de tener tanto deseo de responder estas preguntas, sien-to y sé que hay un inconveniente que tumba todo lo hablado. Entiendo que soy totalmente diferente a todos los demás y que soy la compañía silenciosa de todo aquel que la quiera. Conozco hechos admirables y otros que no causan ninguna reacción, lo que en verdad quiero averiguar, no lo sé. Pero muchas veces dudo de man-tenerme firme en mi deseo de conocer y saber hasta donde van las aguas que siguen impávidas su recorrido. Sentir cada objeto que hay en esta gran extensión, objetos que despiertan infinidad de carcajadas y saben infundir vigor en todos. De lo único que estoy segura es que tanto ellos como yo estamos unidos a este concreto que nos mantendrá ahí por siempre, hundidos, anclados al hierro corroído que con piedras y asfalto nos clavó en este declive de la leve meseta del parque. Pero… lámpara, puente, palmera, los que transitan, los que pa-san, van y vienen. Todos anclados en su propio sitio… aquí o allá… ¡el rio! El río es el único que sigue su camino y deja su silenciosa y a veces monorrima melodía.

Mientras pensaba en lo que jamás sabré el perro desapareció de mi vista y mientras tanto ella cambió el cruce de piernas y las dejó caer resonando sus tacones, aquel ruido me sacó abruptamente del letargo y mis sueños de las cinco de la mañana. La mujer se acuesta llenando todo mi lecho, al tiempo que se queja de la dureza y frío que atraviesan sus huesos, se enrosca para no dejar en el aire del amanecer sus largas piernas–va a descan-sar-pensé-. Me sentí segura al sentir su cuerpo–es bueno sentir otra piel, otro calor, otro temblor, es bueno que ella esté aquí-. Le fueron requeridos veinte minutos para tomar energías.

El canino regresó apresurado con algo en su boca. Yo ya reconocía ese olor: pan fresco; es lindo ver como el sucio perro comparte su fresco pan con la joven quien desprevenida lo saborea como si fuera algo de todos los días. El perro la mira con ojos tristes e inmediatamente ella se conmueve y parte su pequeña porción de pan para compartirla con el animal, pero éste no se la come.

A lo lejos se veían los perfiles de un hombre y un niño. El hombre llevaba un gorro elevado, un delantal y una pieza de madera en una de sus manos. El niño traía los pies descubiertos y los dos se acercaban a gran veloci-dad. La joven inmediatamente se dio cuenta que el delicioso pan que se había comido había sido robado por el animal y que el panadero y el niño venían a golpearlos. La mujer del maquillaje corrido se quitó sus tacones, sa-lió de prisa con ellos en sus manos y asustada. El perro recogió el trozo de pan que ella le había ofrecido antes y se alejó deprisa. Cuando el panadero y el niño llegaron al lugar, se encontraron faltos de fuerza y volvieron a sus recintos.

Mientras se alejaban, se veía por el oriente la luz de nuestra estrella luminosa, también se observaban las personas ir de un lado para otro comenzando un día como cualquiera: niños y jóvenes a sus establecimientos de enseñanza, adultos a sus labores, entre otras acciones que abrían el día: principio de semana.

Mientras todo esto ocurría y mientras yo miraba el parque pensando en que solo se iba a quedar en una simple mirada y en que nunca podría tocar a los que comparten conmigo ese lugar de trabajo y mucho menos a esa corriente de agua continua y más o menos caudalosa, me llevé la sorpresa de que el juguetón perro había vuel-to e hizo algo curioso: saco de su boca el mismo trozo de pan que la joven le dio, lo puso en frente mío, me la-mió y alzó su pata para descargar una interminable cantidad de liquido amarillo. Se fue feliz… ¿hacia dónde irí-a? Otro que sigue su camino-pensé- y… mientras yo sigo aquí.

Autor: David Esteban Gil 

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