Se sentía el frio del amanecer, apenas
empezaba a descansar, mi sueño se arrullaba escuchando melodías de los locales
donde se baila al son de música grabada. Cuando aquel ruido cesaba, mis párpados
se apagaban len-tamente, me sentía ahogada y en medio de mi angustia reaccioné
gracias a las voces embriagadas de dos hom-bres. Ese día la labor comenzó más
temprano, claro nunca me había pasado esto, pero ¿quién dormía con ese ruido
tan constante? Recuerdo que no podía entender lo que decían aquellos hombres,
tal vez porque apenas estaba terminando mi sueño o porque su borrachera les
cortaba la voz. Más tarde entendí esta conversación tan descaradamente
coloquial. Se quejaban del frío y de sus problemas recientes, creo que uno de
ellos había peleado con su mujer y el otro estaba sin trabajo. Nunca supe el
por qué de estos problemas el hecho es que la temperatura baja del ambiente les
ganó. Se abrazaron y reí, porque se balanceaban de un lado para otro y parecían
un par de marionetas movidas por aquellos invisibles hilos que a veces mueven
el destino de muchos.
Tuve un sentimiento grato al saber que
al fin iba a poder descansar, pero el ruido de los vehículos del trans-porte
público recogiendo a los laboriosos, lo impedía. Escuchaba estos ruidos y me
asusté al oír unos pasos en-taconados y rítmicos que se acercaban. Cuando
cesaron sentí unas piernas frías y delgadas que descansaban en mi lecho. Vi que
sacó unas hojas delgadas de su colorida bolsa, las doblaba y desdoblaba como si
estuviera con-tándolas. Parecía ser una mujer joven, con maquillaje vistoso ya
corrido y sus ojos enrojecidos, su rostro cansa-do dejaba ver una trajinada
noche y las ansiosas manos que habían recorrido su cuerpo. Ambas estábamos
cansadas. Sonreí al compararla conmigo: ambas usadas por el tiempo. Todos
llegan y se van, cargamos pesos i-guales-pensé-.
Mientras contaba sus hojas un huesudo y
sucio perro se acercó hacia nosotras. La mujer lo mimaba y el mamí-fero
expresaba gozo. Después de tanto acariciarlo, el perro se le echó a sus pies y
aquella quedadamente le de-cía que era una “trabajadora nocturna”-hasta llegué
a pensar que ejercía mi oficio-. Le hablaba de una tal fami-lia y se quejó de
su empleo, dijo ser extenuante, que no se imaginaba la semana tan pesada que le
esperaba.
Si no recuerdo mal el perro ya dormía
cuando un suave viento pasó e inmediatamente dijo: “¿Oyes la tranquili-dad?
¿Escuchas el choque del agua con las rocas y como el río corre? ¿Verdad que es
lindo?". La angustia se a-poderó de mí, había dicho la palabra, ¡Qué
curioso término! ¿Por qué me atrae tanto? Y lo repetía: “río, río, río,…”.
Algunos dicen que es algo grande, otros dicen lo contrario, pero en lo que
muchos aciertan es que por este terreno, este prado, este jardín destinado para
la diversión pasa reluciente y además lo llaman “La ilu-sión”. ¿Cómo será? ¿Por
qué está allí? Muchos dicen que es un camino largo con mucha “agua” y que va
arrasando todo lo que encuentra.
Lo único con que lo puedo identificar es
con los melodiosos y cantarines sones, pero sencillos y nobles que me acompañan
cuando nadie descansa sobre mí. A pesar de tener tanto deseo de responder estas
preguntas, sien-to y sé que hay un inconveniente que tumba todo lo hablado.
Entiendo que soy totalmente diferente a todos los demás y que soy la compañía
silenciosa de todo aquel que la quiera. Conozco hechos admirables y otros que
no causan ninguna reacción, lo que en verdad quiero averiguar, no lo sé. Pero
muchas veces dudo de man-tenerme firme en mi deseo de conocer y saber hasta
donde van las aguas que siguen impávidas su recorrido. Sentir cada objeto que
hay en esta gran extensión, objetos que despiertan infinidad de carcajadas y
saben infundir
vigor en todos. De lo único que estoy segura es que tanto ellos como yo estamos
unidos a este concreto que nos mantendrá ahí por siempre, hundidos, anclados al
hierro corroído que con piedras y asfalto nos clavó en este declive de la leve
meseta del parque. Pero… lámpara, puente, palmera, los que transitan, los que
pa-san, van y vienen. Todos anclados en su propio sitio… aquí o allá… ¡el rio!
El río es el único que sigue su camino y deja su silenciosa y a veces monorrima
melodía.
Mientras pensaba en lo
que jamás sabré el perro desapareció de mi vista y mientras tanto ella cambió
el cruce de piernas y las dejó caer resonando sus tacones, aquel ruido me sacó
abruptamente del letargo y mis sueños de las cinco de la mañana. La mujer se
acuesta llenando todo mi lecho, al tiempo que se queja de la dureza y frío que
atraviesan sus huesos, se enrosca para no dejar en el aire del amanecer sus
largas piernas–va a descan-sar-pensé-. Me sentí segura al sentir su cuerpo–es
bueno sentir otra piel, otro calor, otro temblor, es bueno que ella esté aquí-.
Le fueron requeridos veinte minutos para tomar energías.
El canino regresó
apresurado con algo en su boca. Yo ya reconocía ese olor: pan fresco; es lindo
ver como el sucio perro comparte su fresco pan con la joven quien desprevenida
lo saborea como si fuera algo de todos los días. El perro la mira con ojos
tristes e inmediatamente ella se conmueve y parte su pequeña porción de pan
para compartirla con el animal, pero éste no se la come.
A lo lejos se veían los
perfiles de un hombre y un niño. El hombre llevaba un gorro elevado, un
delantal y una pieza de madera en una de sus manos. El niño traía los pies
descubiertos y los dos se acercaban a gran veloci-dad. La joven inmediatamente
se dio cuenta que el delicioso pan que se había comido había sido robado por el
animal y que el panadero y el niño venían a golpearlos. La mujer del maquillaje
corrido se quitó sus tacones, sa-lió de prisa con ellos en sus manos y
asustada. El perro recogió el trozo de pan que ella le había ofrecido antes y
se alejó deprisa. Cuando el panadero y el niño llegaron al lugar, se
encontraron faltos de fuerza y volvieron a sus recintos.
Mientras se alejaban,
se veía por el oriente la luz de nuestra estrella luminosa, también se
observaban las personas ir de un lado para otro comenzando un día como
cualquiera: niños y jóvenes a sus establecimientos de enseñanza, adultos a sus
labores, entre otras acciones que abrían el día: principio de semana.
Mientras
todo esto ocurría y mientras yo miraba el parque pensando en que solo se iba a
quedar en una simple mirada y en que nunca podría tocar a los que comparten
conmigo ese lugar de trabajo y mucho menos a esa corriente de agua continua y
más o menos caudalosa, me llevé la sorpresa de que el juguetón perro había vuel-to
e hizo algo curioso: saco de su boca el mismo trozo de pan que la joven le dio,
lo puso en frente mío, me la-mió y alzó su pata para descargar una interminable
cantidad de liquido amarillo. Se fue feliz… ¿hacia dónde irí-a? Otro que sigue
su camino-pensé- y… mientras yo sigo aquí.
Autor: David Esteban Gil
Tebis :)
ResponderEliminarExcelente redacción
ResponderEliminarInteresante historia.
ResponderEliminarBellísima
ResponderEliminarUn exquisito manejo del lenguaje y mucha dosis de creatividad. Muy bueno.
ResponderEliminarbn
ResponderEliminarMuy creativo. Me gustó mucho.
ResponderEliminarMuy bonito
ResponderEliminarExcelente
ResponderEliminarMe gusta la creatividad, el lenguaje y la estructura. Brillante!
ResponderEliminarExcelente!
ResponderEliminarVarias historias que confluyen y que siguen su curso. Es rico saber que aún algunos se interesan por recrear detalles de manera cuidadosa. Saludos!
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