El vagón venia atestado, el aire se percibía
un tanto sofocante por la aglomeración, pero era preciso entrar en el; la línea
directa a la terminal no pasa constantemente y seria demasiado incomodo esperar otra hora en la estación, sin contar con el aguacero que se insinuaba con sus
gotas como caricias suaves que luego se convertirían en una oleada incesante
para saturar la ropa , y luego de un tiempo infiltrarse por ella y así volverse una capa más sobre
toda la piel de los incautos que no precisaron llevar un paraguas para estos
días de invierno, como él.
Es la hora de la tarde en que todos
viajan a casa para descansar de su
agotador día, estudiantes, obreros, oficinistas… todos con sus
preocupaciones e historia propia,
tantas, tan diferentes y a la vez tan conectadas en muchos aspectos, o simplemente
por el hecho de estar en el mismo vagón de un tren. Y allí estaba él, sin mucho
por hacer, de pie en el centro del lugar
sujetándose de la barra superior con
ambas manos, no conocía a nadie y aunque cansado no le era posible dormirse, -por
obvias razones-. A su derecha había una pareja de estudiantes
en su ensueño de amor juvenil, -de los que al parecer les importa poco el resto del mundo pues con
tenerse sienten que basta-, y a su izquierda, un tipo con unos audífonos
descomunales, y quisiera el cielo que no se le estallasen los oídos por el
volumen que se percibía, y por ultimo frente
a él, una fila de personas, unas típicas y otras mas curiosas en las
sillas disponibles.
Leer las instrucciones de la salida de
emergencia en la ventana es bastante patético después de la quinta vez, pero
con tanto movimiento y las manos ocupadas es difícil sacar tan siquiera un libro para entretenerse,
pero, la unión poco precisa de uno de
los rieles causo un pequeño salto en el vagón.
Y ahí lo vio, llenando la parte izquierda de su cuello,
hecho por centenares de pequeñas pecas de un café claro, un lunar poco común
pero que a él se le antojó bastante interesante. Ella venia durmiendo
plácidamente cubriéndose hasta el cuello con su chaqueta, probablemente para
bloquear el frio y evitar que los posibles mirones atisbaran su escote, o tal vez aquel rasgo
poco típico. Hasta que el vagón vaciló e hizo deslizar su prenda protectora descubriéndole
no mucho, pero si lo suficiente.
Ella seguía en sus sueños, mientras él,
detallándole más exhaustivamente pensó que tal vez fuera por los vistos rojizos
que daba su pelo entre el gorro, o por el color de su piel, o quizá todo eso, y los rasgos de su cara; que precisamente
en ella ese lunar hacia manifiesta una sensualidad un tanto inquietante para
alguien que está durmiendo sin preocuparle mucho el lugar, la posición… y el
resto del mundo.
Tal vez fuese –y es la explicación mas
sensata que se le ocurriera- una marca de nacimiento, o quizá una de esas
infames lecciones que el sol da a quienes les preocupa poco eso de aplicarse un
tanto de protector solar en los días calurosos, o durante las vacaciones, y que
es muy insensato para aquellos que tienen una piel más sensible del promedio.
O también podría se que en las noches
pequeños seres le atacaran con pistolitas de tinta y le jugaran un mal rato sin
que se diera cuenta, o tal vez su abuelo muchos años antes enseñándole como
escribir con una pluma la hubiera dejado a merced de su propia curiosidad y le
hiciera dispararse sin querer el contenido directamente al cuello dejándola
asustada y manchada; la ropa se hubiera echado a perder, pero como el agua, la
tinta hubiera filtrado y hecho hogar en su piel asimilando la mezcla de
tonalidad y quedándose allí como una lección para prevenir posteriores
travesuras.
O tal vez ella fuera de una actitud tan
cálida y dulce que se manifestara en su piel como puntos dulces de chocolate.
Esto era quizá mas descabellado y un
tanto incomodo, pero, había que agotar todas las posibilidades para matar el
aburrimiento y permitirle a él divagar
un poco mientras llegaba a la estación.
Y así ese lunar se convirtió en un
sinnúmero de ideas; el asentamiento de una pequeña comunidad con casas de techo
café claro, con día y noche bastante dispares según las prendas que ella usara,
un lugar específico del espacio; una galaxia, o un grupo de constelaciones, o el
trabajo de un tatuador bastante creativo, que tal vez a petición de ella
hubiera hecho su trabajo para permitirle llevar para siempre un recuerdo de
algo tan intimo que solo ella supiera
por qué manifestarlo de esta forma.
No importó que el viaje durara tan solo
25 minutos (ese es el promedio de la ruta a la terminal), pero es difícil
contar cuantas situaciones se le ocurrieron a este creativo y un tanto lunático
personaje, que seguía en su ensueño cuando el tren se detuvo, las puertas se
abrieron y todos empezaron a bajar, y él con la mirada fija todo el tiempo
seguía imaginando mas posibles explicaciones.
La chaqueta comenzó a moverse
y a cubrir de la manera tradicional el cuerpo de su dueña, y en un instante se cerró
completamente, sacándolo a él de su fantasía, para enfrentarlo luego a la
mirada fulminante si bien un tanto adormilada de la dama a quien contemplara
con tanta curiosidad durante todo el trayecto. Se veía que no le gustaba para
nada que un desconocido la contemplara tan fijamente, quien sabe durante cuanto
tiempo y quien sabe con que ideas en la cabeza. Él no supo que decir y se quedó
pasmado con las manos sujetas a la barra superior, mientras ella, pasando por
su lado mirándole con desconfianza seguía su camino hacia la salida del vagón,
para dirigirse a casa.
Cuando salió de su asombro se hallaba
casi solo, el vigilante iba revisando que nadie hubiera dejado sus pertenencias.
Él se apresuró a salir del lugar para encontrarse acribillado por las gotas de
agua que ahora caían fuertes e incesantes por todas partes. Ahora se arrepentía
de no haber traído un paraguas, le hubiera servido para cubrirse y tal vez a
ella, y así poder disculpar un poco su silencioso atrevimiento anterior, tal
vez corriendo para llevarla a un taxi, o caminando en silencio bajo el paraguas
y la lluvia. Pensó también, que si hubiera estado lo suficientemente consciente
para despertarla al parar el tren antes
de ser descubierto, hubiera podido invitarla a tomar un café mientras pasara la
tormenta, tal vez charlar un poco y al final cuando pudieran salir sin temer al
agua, y cada uno tomara su rumbo, tal vez con un aspecto de consternación y
desconfianza, o con una mirada de sorpresa aunque gentil, ella le viera partir
diciendo “tienes un hermoso lunar”.
Pero era demasiado tarde, la lluvia era
fuerte, y él ya solo corría mientras pensaba que diablos andaba imaginándose cuando
no empacó su paraguas.
Autor: Johann
E. Bedoya Cardona
Muy bonito el cuento!
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