jueves, 27 de marzo de 2014

EL IMPACTO DIRECTO DE UN SUSPIRO MÍO




El camino se extendía entre matorrales, praderas y bosques, en muchos tramos los llanos a lado y lado se acercaban para provocar sensaciones de soledad y penuria, un verde infinito se veía, pero contrario a sentimientos de esperanza producían en Juan silbante un extraño sentimiento de melancolía. A pesar que el viento se hacía constante sobre las llanuras con voraz intensidad, el sol y sus rayos se acostaban sobre las espaldas rojas y mojadas por el sudor del único inquilino que recorría el lugar, el calor infernal le quemaba el alma y aquel sin poder lograr sentir aún lo placentero de la brisa. Sabía que los vientos arreciaban porque veía los prados inclinados hacia un lado ondeándose armoniosamente. No sentía ni entendía el por qué de su infortunada situación.

-Algo me sigue- pensó, mientras empezaba a sentir como si aquello quisiera  imitarle su forma de caminar, caris bajo y desparpajado, ya cansado del camino.
-¿Quién podría seguirme?-  se preguntó.

El sabe que los viajeros que asumen el aislamiento y la soledad como inicio del camino, siempre se aglomeran en un mismo lugar en la entrada del destino, las piedras del comienzo avisan a quienes dan un paso adelante la miseria de los días que habrán de pasar si dan otro paso, porque ya no podrán regresar, hay tallado en un árbol un letrero que dice: “Prohibido mirar atrás”, pero aun así Juan silbante dio rienda suelta a su voluntad esperando hallar paz.

Mientras caminaba logró ver mi peculiar sombra por entre sus piernas, era verdad, algo lo seguía, lo vi entusiasmado y en su rostro lentamente se empezó a dibujar una sonrisa con el pincel de la alegría,  del afán y la emoción se dispuso a mirar atrás sin temor a las represalias. Era una situación particular, pues también espere ansiosa, Juan silbante nunca antes había mirado atrás.

Justo en el momento en que giro su cabeza y ubico sus ojos sobre los hombros, suspire, pero no era un suspiro cualquiera, fue un suspiro mío, que venía desde tan adentro que le fue imposible no quedar anonadado con el amor que se sintió, no sé realmente que mas viajaba con el viento en ese momento, pero si algo lo hacía era la paz, la tranquilidad y sobre todo el amor.

Cuando volvió su vista hacía el frente todo había cambiado, los arboles resecos sin hojas que se lograban ver al final de la llanura rebosaban ahora de colores y olores mágicos que convergen en un idílico lugar, los truenos y rayos  sin nubes que a veces se escuchaban en el horizonte parecían haber ido a dormir, ya el sol se posaba en frente de él y ordenaba a blancas nubes protegerle de sus rayos inclementes fuera de control, todo era diferente y bastante acogedor. Siguió su camino a paso largo motivado, llego al final de la llanura y atravesó el bosque de colores y olores, al salir pudo ver que al frente varios caminos se cruzaban.

Llego al cruce de los caminos, no tuvo que sentarse a esperar quien lo acompañara, estaban todos allí, la felicidad y la risa ambientaban el contexto. Que amarga que es la soledad.

-ella era el pasado- dijo.
-¿Quién?- respondieron quienes ahora hacían parte de su camino.
-Quien los puso a mi lado- respondió.

Tal vez quiso explicarles quien era yo, pero llene su garganta y apreté su lengua para que no lo hiciera, yo que siempre cargo con la alegría y la tristeza de las gentes, con sus recuerdos que siempre se juntan y  que son fuente de toda inspiración, debo permanecer en parcial secreto, hasta conseguir que me descubran.

Juan silbante miro atrás y miro su pasado, recordó a quienes ama,  y junto a mí volvieron a existir en su camino, en su destino… quien sabe por qué los apartó de su camino, tal vez por su locura, tal vez porque no oyó su conciencia por los ruidos del trajín cotidiano o tal vez porque no alcanzo a ver lo pertinente distraído por objetos de poco valor y circunstancias sin sentido a su alrededor. Yo mientras tanto voy por ahí saltando de un camino a otro, enviando señales desde otros mundos fruto de bonitos sueños que jamás se cumplieron, tratando de volver a existir, buscando llamar la atención de solitarios viajeros, porque si aquellos no miran atrás, dejo de existir en sus destinos, en sus mundos y las llanuras de la inclemencia agotaran sus fuerzas con mayor facilidad,  terminaran tendidos sobre la tierra, sobre las piedras de su camino, sobre sus obstáculos. Pero Juan silbante ahora es afortunado, ya camina acompañado por mí y los suyos, todo aquello tan magnánimo hecho realidad por el impacto directo de un recuerdo suyo.

Autor: Sebastián Londoño

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