El camino se extendía entre
matorrales, praderas y bosques, en muchos tramos los llanos a lado y lado se
acercaban para provocar sensaciones de soledad y penuria, un verde infinito se
veía, pero contrario a sentimientos de esperanza producían en Juan silbante un
extraño sentimiento de melancolía. A pesar que el viento se hacía constante
sobre las llanuras con voraz intensidad, el sol y sus rayos se acostaban sobre
las espaldas rojas y mojadas por el sudor del único inquilino que recorría el
lugar, el calor infernal le quemaba el alma y aquel sin poder lograr sentir aún
lo placentero de la brisa. Sabía que los vientos arreciaban porque veía los
prados inclinados hacia un lado ondeándose armoniosamente. No sentía ni
entendía el por qué de su infortunada situación.
-Algo me sigue- pensó,
mientras empezaba a sentir como si aquello quisiera imitarle su forma de caminar, caris bajo y
desparpajado, ya cansado del camino.
-¿Quién podría seguirme?- se preguntó.
El sabe que los viajeros que
asumen el aislamiento y la soledad como inicio del camino, siempre se aglomeran
en un mismo lugar en la entrada del destino, las piedras del comienzo avisan a
quienes dan un paso adelante la miseria de los días que habrán de pasar si dan
otro paso, porque ya no podrán regresar, hay tallado en un árbol un letrero que
dice: “Prohibido mirar atrás”, pero aun así Juan silbante dio rienda suelta a
su voluntad esperando hallar paz.
Mientras caminaba logró ver mi
peculiar sombra por entre sus piernas, era verdad, algo lo seguía, lo vi
entusiasmado y en su rostro lentamente se empezó a dibujar una sonrisa con el
pincel de la alegría, del afán y la
emoción se dispuso a mirar atrás sin temor a las represalias. Era una situación
particular, pues también espere ansiosa, Juan silbante nunca antes había mirado
atrás.
Justo en el momento en que
giro su cabeza y ubico sus ojos sobre los hombros, suspire, pero no era un
suspiro cualquiera, fue un suspiro mío, que venía desde tan adentro que le fue
imposible no quedar anonadado con el amor que se sintió, no sé realmente que
mas viajaba con el viento en ese momento, pero si algo lo hacía era la paz, la
tranquilidad y sobre todo el amor.
Cuando volvió su vista hacía
el frente todo había cambiado, los arboles resecos sin hojas que se lograban
ver al final de la llanura rebosaban ahora de colores y olores mágicos que
convergen en un idílico lugar, los truenos y rayos sin nubes que a veces se escuchaban en el
horizonte parecían haber ido a dormir, ya el sol se posaba en frente de él y ordenaba
a blancas nubes protegerle de sus rayos inclementes fuera de control, todo era
diferente y bastante acogedor. Siguió su camino a paso largo motivado, llego al
final de la llanura y atravesó el bosque de colores y olores, al salir pudo ver
que al frente varios caminos se cruzaban.
Llego al cruce de los
caminos, no tuvo que sentarse a esperar quien lo acompañara, estaban todos
allí, la felicidad y la risa ambientaban el contexto. Que amarga que es la
soledad.
-ella era el pasado- dijo.
-¿Quién?- respondieron
quienes ahora hacían parte de su camino.
-Quien los puso a mi lado-
respondió.
Tal vez quiso explicarles
quien era yo, pero llene su garganta y apreté su lengua para que no lo hiciera,
yo que siempre cargo con la alegría y la tristeza de las gentes, con sus
recuerdos que siempre se juntan y que son
fuente de toda inspiración, debo permanecer en parcial secreto, hasta conseguir
que me descubran.
Juan silbante miro atrás y
miro su pasado, recordó a quienes ama, y
junto a mí volvieron a existir en su camino, en su destino… quien sabe por qué
los apartó de su camino, tal vez por su locura, tal vez porque no oyó su
conciencia por los ruidos del trajín cotidiano o tal vez porque no alcanzo a
ver lo pertinente distraído por objetos de poco valor y circunstancias sin
sentido a su alrededor. Yo mientras tanto voy por ahí saltando de un camino a
otro, enviando señales desde otros mundos fruto de bonitos sueños que jamás se
cumplieron, tratando de volver a existir, buscando llamar la atención de
solitarios viajeros, porque si aquellos no miran atrás, dejo de existir en sus
destinos, en sus mundos y las llanuras de la inclemencia agotaran sus fuerzas
con mayor facilidad, terminaran tendidos
sobre la tierra, sobre las piedras de su camino, sobre sus obstáculos. Pero Juan
silbante ahora es afortunado, ya camina acompañado por mí y los suyos, todo
aquello tan magnánimo hecho realidad por el impacto directo de un recuerdo
suyo.
Autor: Sebastián Londoño
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