Él era un hombre como cualquiera; sin ningún atributo físico más allá de lo aparentemente “normal”; con una actitud y por consiguiente, con una manera de actuar si se quiere grotesca, enfermiza y hasta contradictoria; que no actuaba bajo perjuicios éticos ni morales algunos, a pesar de que se consideraba a si mismo como un individuo con una conducta intachable; que no poseía además un objetivo que llegase a ser el fin último de su “excéntrica” forma de vida; y que solo se regía bajo tres parámetros a los cuales consideraba como su todo, “actuar evitando al máximo verse influido por los demás”, “no exasperarse por las maneras de los demás sino me afectan”, “razonar más allá de lo figurativo, y de lo banal como las apariencias e intentar garantizar lo que él denomina, un bien común”.
Un hombre que esperaba el devenir de cada día sin mayores agitaciones; como si cada acción que fuese a realizar ya la tuviera perfectamente calculada. Algo que por cierto, aunque suene ilógico, creía que era completamente aberrante, pues odiaba la rutina en su significado más profundo; no solo repudiaba el hecho de repetir una y otra vez las mismas acciones, las mismas situaciones, y por ende las mismas circunstancias; sino que lo que más aborrecía era que de manera casi instintiva, recaía en ésta para así no dejar expuesto el sin sentido de lo que podría denominarse como su mutilada alma. Pero cada vez más sentía que se anegaba en la desesperación; aniquilado por su propio artificio; colmado como cuando un incauto deja un grifo abierto que vierte agua constantemente sobre un par de tinajas, ignorando la imposibilidad tan obvia de que estas nunca se desbordasen.
Sin embargo, se las había arreglado para ocultar su verdadera naturaleza de todos; mientras que como un loco buscaba “la luz”, esa luz con la cual al fin pudiese iluminar aquel cuarto que a oscuras pareciese vacio. Y es en este punto, donde al fin se encontraba con los límites de su presunción, y empezaba lo empírico, “lo real”. Es allí en donde por fin todos sus dilemas y desagravios repuntaban en una misma solución; cuando aparecía la imagen de ella. Ella tan inalcanzable; ella tan inerte, tan impenetrable e inasequible. Ella, esa figura siempre preponderante y escurridiza; tan solida y al mismo tiempo fugaz. Ella y nada más que ella.
Había
un problema; que ella; esa mujer, era la única que tenía la facultad de
escudriñar enteramente en su ser. Conocía entonces sus desmanes, su risible
forma de pensar y vivir. Sabía por sentado que a él le agobiaba su mundo; que
su manera “utilitarista” de razonar, no se debía nada más que a la carencia de
esa fuerza vital, de ese impulso interior que empuja y obliga a las personas a
luchar por aspiraciones y objetivos meramente individuales. Motivo por el cual
ella veía en él, a un ser que simplemente no podía haber sido diseñado para
habitar este mundo, o por lo menos no en este tiempo; pasando así por alto el
hecho de que ella fuese lo que él verdaderamente buscaba.
Los
días pasaban normales, se dirigía de su casa a trabajar como siempre; pasando
por la calle, haciendo observaciones tibias sobre lo que realmente sucedía a su
alrededor; reconociendo formas, tal vez estructuras difusas a cada paso que
daba. Pero él como de costumbre se encontraba ensimismado, abstraído totalmente
del mundo; siendo la posibilidad inconfundible de la muerte, la única capaz de
momentáneamente ubicarlo en su contexto espacio-temporal.
Terminaba
el día que fuese como siempre predecible; hasta que de forma súbita la viera a
ella acercarse. Era seguro que aquello no era una alucinación; ni una especie
de ilusión, como cuando de manera enfermiza esperaba verla en cada acto, en
cada circunstancia; como si su mundo se convirtiera en una imagen redundante de
nada más que ella. Ella se acercó de la manera más sutil posible, sabiendo igualmente que nada cambiaría el hecho de que para él, nada que tuviera que ver con ella podría ser sutil o intrascendente. Lo corroboraba viendo como él la observaba; como estudiaba cada detalle de ella; desde su forma de caminar, hasta la manera en que parpadeaba, Sabía entonces que nada se le escapaba, ni un solo detalle. Hubo entonces un ligero cruce de palabras sin mayor relevancia; pero que para él fue un infinito, comparado con el resto del día. No obstante, se daba cuenta de que estaba equivocado, cuando la veía alejarse a la distancia como todas las tardes por la misma calle; es en ese momento cuando su finitud se daba a conocer más tangible que nunca.
De regreso en su casa tras su común día, repetía lo mismo de siempre; su tradicional comida y su posterior lectura, y luego al fin a la cama. Sólo que esta noche no tenía nada de normal; sentía como su inconfundible desprecio a lo repetitivo lo envolvía y lo consumía. Casi era capaz de ver el grifo abierto llenando las tinajas; empezó a preocuparse y a intentar calmarse, pero de nuevo estaban allí; el grifo, el agua y las tinajas; y una vez más, las tinajas, el agua, el grifo. Supo entonces que no faltaba mucho para el fin; ya tenía la soga al cuello, cuando de repente apareció ella. Esta vez no podía darse cuenta de si era sólo un sueño, pues lo único que hacía era observarla vagamente; apenas distinguía su imagen, siempre tan incorruptible, tan pulcra, tan entusiasta y confiable; siempre ella…
Autor: Daniel Montes Pinzón
Genial!
ResponderEliminar