Caían
ya las últimas hojas victimas del otoño y el invierno penetrante congelaba
entre sombras la poca naturaleza de una ciudad con paisaje gris y textura a
concreto. Él se encontraba solitario en una descubierta banca del parque
central intentando explicar a sus demonios internos la razón de aquella
ausencia. El frío era más hiriente y el crepúsculo más melancólico sin ella,
entre susurros la lógica y los sentimientos de aquel hombre discutían el
destino de su vida sin que él pudiera aportar más que resignación. Cada
historia vivida hacia poco a poco la metamorfosis de convertirse en un lejano
recuerdo carente de esperanzas y una tristeza inundaba su cuerpo sin el deseo de
apartarse de él.
El
camino a su apartamento tuvo como coprotagonistas miles de desconocidos que
veían en su rostro pálido un retrato difuminado de una locura a causa de sus
lágrimas. Eran lentas y seguían el contorno de sus facciones sin el afán de descansar
en otro lugar. El sentimiento que lo dominaba era superior a su orgullo mas la
calma de su entrega en cada instante junto a ella le permitía controlar la
velocidad con la cual su desgracia tallaba surcos sobre él.
Amurallado
ya en su habitación, anhelaba el suicidio honroso de una realidad bajo sus
parpados construida sobre la base utópica de sus sueños. Allí, en aquel mundo
irreal, su felicidad podía continuar sin interrupciones y el futuro que en el
pasado imagino podía ser sin limitación alguna su presente. La oscuridad lo
refugiaba de la verdad de apreciar como a su costado había tan solo un vacio
mas su tacto le delataba a su interior la falta de una tensa piel y un largo
cabello que antes, noche tras noche, le acompañaba en el tiempo que ha sido
siempre dominio de la luna. Los minutos recorrían su eterno sendero y para él
estos eran militantes despiadados de un insomnio que amenazaba con consumirlo
inyectándole el veneno de una pena fatal. Su aliento se disponía a exhalar un
suspiro de impotencia pero en ese instante una brisa, que se presento como una
caricia, lo abrigo y sin notar la presencia de un misterioso ser justo frente a
él su vista fue vencida e inicio su ansiado devenir por en medio de las
ilusiones.
Al día siguiente, la rutina devoro
sus atenciones y su obligación de hacer un poco más sólido el horizonte ocupo
su mente hasta que su cuerpo se agoto. Pero al igual que la anterior noche, sus
ojos no se sellaron hasta que aquel enigmático ser lo socorrió de los fantasmas
dibujados por ese aroma extrañado que seguía impregnado en las sabanas que
alguna vez, dentro de sí, compendiaron su universo entero en una armoniosa y
femenil figura.
Al
ritmo invariable que ha cuantificado la existencia de todo lo que este cosmos
singular ha soportado, la vida de aquel hombre seguía su curso pero aún en
medio de sus deberes diarios siempre había un momento al despertar para
bosquejar a su amada en su pupila al mirar en el espejo y del mismo modo, en
las breves brechas de su rutina, la esperanza de una llamada o un mensaje de
ella siempre germinaba palpitante en su corazón.
Tras
muchos ocasos en aquella banca del parque central que lo separaba del caos de
la multitud, una noche al llegar a su departamento una carta yacía tras la
puerta principal esperando cambiar la monotonía de sus banales noches. Al
abrirla noto que tales letras eran de aquella personificación de la belleza que
tantas veces le había escrito cuanto lo quería pero lo que en esta carta decía
eran palabras que sus sueños no esperaban. Esta vez no hubo un combate contra
un tiempo que se desperdiciaba sin sentido alguno, los minutos pasaron mientras
al reverso de la carta, que había encontrado horas antes, él buscaba expresar
todo lo que su interior pensaba y sentía. Su orgullo, rencor, frustración y
desesperanza se hallaban silenciados por una mano que empuñaba con
determinación, aunque nerviosa por el nubloso porvenir, aquella herramienta que
para él sentenciaría el destino de su vida. Sin percibirlo, a sus espaldas,
aquel ser de visitas nocturnas ponía su mano en el antebrazo del hombre y
aunque insensible su acto, de esta forma le era sostenido su pulso para que no
decayera y su corazón delineara sobre el papel lo que todo su ser quería
liberar.
Las
estrellas se sepultaban ya tras el brillo del sol y el camino a casa de su
anhelo era extenso, aunque a su favor la distancia le permitía recobrar la
calma tras la excitación en que se convertía la última lucha por descansar
eternamente en el regazo que siempre sereno sus tormentos.
Era inevitable transitar por un
solitario pasaje de altos obstáculos crudos a ambos lados y fue en ese momento
cuando dos sujetos se acercaron, sin mediar palabra alguna, dieron dos disparos
mortales al hombre y luego de hurtar el dinero de su billetera la abandonaron y
huyeron. Un policía que patrullaba cerca escucho el aturdidor e inconfundible
sonido a muerte y con la cautela que se requiere se acerco prontamente a la
escena. Descubrió lo que para él era un individuo victima de homicidio, su
deceso fue instantáneo a causa de dos disparos en el pecho por un posible robo
ya que en la billetera junto al cadáver solo había documentos personales y un
par de fotos de una hermosa mujer de largos cabellos oscuros. Contiguo al
cuerpo encontró también dos rosas rojas que reposaban sobre la acumulación de
sangre derramada por el desafortunado y una carta escrita por cada faz. En una
de estas vio con delicada letra escrito: “Gracias por todo mas ya no te amo; lo
nuestro sólo no funciono. No me busques. Adiós”, al reverso, con un trazo
tembloroso y con varias lágrimas marcadas sobre el papel decía: “Esta rosa roja
será el símbolo de mi eterna entrega, pasión y amor hacia ti. La rosa blanca
que la acompaña significara la silenciosa esperanza guardada de que el destino
una nuestros caminos de nuevo. Estaré esperándote. Por siempre”.
Al
ser posible su reconocimiento sus restos fueron entregados a su familia y en un
alba con tono fantasía, una dama entrego sus cenizas y sus posesiones más
preciadas a un cristalino rio que emanaba de las blancas montañas de un
paradisiaco bosque. Tras su partida apareció una silueta tan maravillosa,
radiante y abrumadora que su naturaleza no podía ser jamás humana. Alada y de
impecable aspecto su presencia hacia florecer a su alrededor los congelados pastos.
Delicadamente se aproximo a la orilla y dejo caer un pergamino. Las hojas que
flotaban suavemente sobre las aguas danzaron cada una a una posición y
escribieron efímeramente a lo largo del rio: “A una mujer me has prometido
eternamente y por mi has luchado. Te acompañe anónimamente en tu historia y
aunque no hay esperanza para hacer tus sueños realidad descansa sabiendo que lo
último que perdura es el amor”.
Autor: Daniel Andrés Gómez Vásquez
Buena historia
ResponderEliminarexcelente :)
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