Estuvimos
detenidos muy poco tiempo, pues sólo al sonar el claxon ya el portón se estaba
moviendo, y al abrirse aquella puerta se fue desvelando lentamente un camino
inclinado que curveaba a la izquierda a unos 300 metros, bordeado de aves del
paraíso, jazmines, orquídeas, hortensias y muchas, muchas margaritas blancas y
amarillas, ya no era asfaltado, era un camino de rieles de cemento muy bien
delineado y en perfecto estado, parecía recién construido, como si nunca ningún
auto hubiese pasado por allí, entonces retomando la marcha comenzamos a subir
la empinada curva, y luego de ésta otra más hacia la derecha, más adelante se
vislumbraba una pequeña cabaña, era el puesto del vigilante, de allí salió
calmadamente una figura barrigona, bajita y muy peculiar, con los pantalones
recogidos y una escopeta al hombro, haciéndonos señal de pare; preguntó quién
era yo, y mi compañero le indicó que venía a hablar con el jefe para ver si
podía trabajar allí, nos hizo señal y continuamos la marcha por unos minutos
más, yo seguía sorprendido de que pasaran los segundos sin ver siquiera señal
alguna de casas o construcciones, pero logré ver tras unos árboles de mango más
arriba una estructura blanca y muy amplia que no se distinguía con claridad.
Cuando
el camino aplanó se abrió un sendero empedrado y llegamos al parqueadero
exterior, allí descendimos del taxi y mi compañero pagó el pasaje, luego se
volteó y me dijo: “Bienvenido a un mundo de encanto”, a mí me pareció muy
gracioso, pero no comprendí por qué me decía esas palabras. Había entonces otro
portón equivalente al anterior, pero éste estaba sostenido en el medio de una
larga muralla blanca de unos dos metros y medio que rodeaba por todo el sector,
y que se perdía entre los árboles dando la impresión de no terminar nunca, se
abrió una pequeña puerta en medio del portón y ésta vez la figura de un hombre
delgado y con bigote muy bien arreglado salió a nuestro encuentro, yo no pude
dejar de recordar a ‘Don Quijote’ mientras veía aquel hombre acercarse paso a
paso con su camisa blanca y reluciente, abrochadas las mangas y el cuello muy
rigurosamente, sus pantalones negros y sus zapatillas brillantes, traía en su
mano izquierda un radio
de comunicaciones de esos que únicamente
había visto yo en las películas de guerra, cuando el general le decía a su
capitán: “manténgase firme soldado, pronto estaremos con usted…”; el hombre
venía muy serio, con el ceño fruncido por el sol y caminando firmemente en
nuestra dirección, en silencio hizo un gesto con la cabeza y mi compañero
presuroso se despidió de mi con otro gesto similar y enfiló hacia el interior de
los muros. Luego, mirándome fijamente me dijo: “Bienvenido a un mundo de
encanto, el trabajo es duro, y las jornadas extensas, pero hay muchos
beneficios y la paga es buena, si estás interesado te puedo decir que deberás
trabajar en la noche, que tendrás derecho a tu comida, y un casillero donde
guardar tus cosas, se te dará un uniforme igual al mío y podrás seguir
estudiando sin problemas, sígueme…”
La
noche comenzó al día siguiente con una gran fiesta de gala, había invitados por
todos lados y cada uno en un auto más lujosos que el anterior, vestidos
hermosos, mujeres más hermosas todavía, jóvenes y voluptuosas, caballeros muy
serios todos, pero cordiales y educados; daban las 2:00AM cuando uno de los
vigilantes del exterior llegó presuroso hasta mí y me dijo en voz baja: “ se
nos entró un animal negro grandísimo, no lo hemos podido ubicar, ya mordió a
uno de los muchachos y parece que se metió al jardín por el paso de servicio…”
Yo corrí a buscar a mi jefe para contarle, y en cuestión de segundos habíamos
montado todo un operativo de búsqueda y asegurado las cercanías del jardín y la
casa; dispusimos una trampa y seguimos vigilantes; lo vimos un par de veces
acercarse sigiloso, y volver sobre sus pasos como si adivinara la emboscada.
La
fiesta terminó y a eso de las 4:50 AM sentimos el chiflido de nuestro compañero
que cuidaba la trampa, había llegado la presa y todos nos apresuramos para ver
de qué animal se trataba: era un perro de raza ‘Rottweiler’ de esos que usan
los vigilantes de los bancos, muy alto, y fornido, con ojos profundos y muy
elegante en su postura.
Encerrado
en la perrera pasó más de 4 días sin comer y apenas bebió agua suficiente para
seguir viviendo, conservando una postura casi inmóvil se mantuvo en el fondo de
la jaula, al quinto día habían decidido los dueños de casa sacrificar al animal, yo, atrevidamente, pedí que me
permitieran entrar a revisarlo para ver si estaba sano, y además que si lo iban
a sacrificar mejor dejaran que me lo llevara a mi casa, pues me encantaba la
idea de conservarlo como mascota; lo pensaron un rato y al fina terminaron
aceptando mi solicitud.
Al día siguiente, luego de un baño forzado a través
de las rejas, entré en la jaula y le coloqué un bozal y un collar nuevos que
había adquirido la noche anterior, así, apenas despuntando el sol, emprendimos
la marcha hacia mi casa. Hice con mi nuevo amigo un camino de más de 4 horas
atravesando toda la ciudad, lo llevé al veterinario, le colocamos vacunas, le
revisamos los dientes y le tomamos muestras de sangre; cuando llegamos a casa
eran casi las 9:40AM, Mamá se asustó muchísimo al verlo y mis hermanas se
escondieron en sus cuartos, pero él simplemente se acomodó rápidamente en el
balcón y se dedicó a observar los autos y la gente que pasaba, de vez en cuando
me miraba como preguntándose:¿quién eres, y por qué me has traído aquí?, pero
desde ese día fuimos compañeros inseparables.
Autor: Luis Fernando Sánchez Pérez
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