viernes, 28 de marzo de 2014

Un Almuerzo De Cuento




Estuvimos detenidos muy poco tiempo, pues sólo al sonar el claxon ya el portón se estaba moviendo, y al abrirse aquella puerta se fue desvelando lentamente un camino inclinado que curveaba a la izquierda a unos 300 metros, bordeado de aves del paraíso, jazmines, orquídeas, hortensias y muchas, muchas margaritas blancas y amarillas, ya no era asfaltado, era un camino de rieles de cemento muy bien delineado y en perfecto estado, parecía recién construido, como si nunca ningún auto hubiese pasado por allí, entonces retomando la marcha comenzamos a subir la empinada curva, y luego de ésta otra más hacia la derecha, más adelante se vislumbraba una pequeña cabaña, era el puesto del vigilante, de allí salió calmadamente una figura barrigona, bajita y muy peculiar, con los pantalones recogidos y una escopeta al hombro, haciéndonos señal de pare; preguntó quién era yo, y mi compañero le indicó que venía a hablar con el jefe para ver si podía trabajar allí, nos hizo señal y continuamos la marcha por unos minutos más, yo seguía sorprendido de que pasaran los segundos sin ver siquiera señal alguna de casas o construcciones, pero logré ver tras unos árboles de mango más arriba una estructura blanca y muy amplia que no se distinguía con claridad.

Cuando el camino aplanó se abrió un sendero empedrado y llegamos al parqueadero exterior, allí descendimos del taxi y mi compañero pagó el pasaje, luego se volteó y me dijo: “Bienvenido a un mundo de encanto”, a mí me pareció muy gracioso, pero no comprendí por qué me decía esas palabras. Había entonces otro portón equivalente al anterior, pero éste estaba sostenido en el medio de una larga muralla blanca de unos dos metros y medio que rodeaba por todo el sector, y que se perdía entre los árboles dando la impresión de no terminar nunca, se abrió una pequeña puerta en medio del portón y ésta vez la figura de un hombre delgado y con bigote muy bien arreglado salió a nuestro encuentro, yo no pude dejar de recordar a ‘Don Quijote’ mientras veía aquel hombre acercarse paso a paso con su camisa blanca y reluciente, abrochadas las mangas y el cuello muy rigurosamente, sus pantalones negros y sus zapatillas brillantes, traía en su mano izquierda un radio
de comunicaciones de esos que únicamente había visto yo en las películas de guerra, cuando el general le decía a su capitán: “manténgase firme soldado, pronto estaremos con usted…”; el hombre venía muy serio, con el ceño fruncido por el sol y caminando firmemente en nuestra dirección, en silencio hizo un gesto con la cabeza y mi compañero presuroso se despidió de mi con otro gesto similar y enfiló hacia el interior de los muros. Luego, mirándome fijamente me dijo: “Bienvenido a un mundo de encanto, el trabajo es duro, y las jornadas extensas, pero hay muchos beneficios y la paga es buena, si estás interesado te puedo decir que deberás trabajar en la noche, que tendrás derecho a tu comida, y un casillero donde guardar tus cosas, se te dará un uniforme igual al mío y podrás seguir estudiando sin problemas, sígueme…”

La noche comenzó al día siguiente con una gran fiesta de gala, había invitados por todos lados y cada uno en un auto más lujosos que el anterior, vestidos hermosos, mujeres más hermosas todavía, jóvenes y voluptuosas, caballeros muy serios todos, pero cordiales y educados; daban las 2:00AM cuando uno de los vigilantes del exterior llegó presuroso hasta mí y me dijo en voz baja: “ se nos entró un animal negro grandísimo, no lo hemos podido ubicar, ya mordió a uno de los muchachos y parece que se metió al jardín por el paso de servicio…” Yo corrí a buscar a mi jefe para contarle, y en cuestión de segundos habíamos montado todo un operativo de búsqueda y asegurado las cercanías del jardín y la casa; dispusimos una trampa y seguimos vigilantes; lo vimos un par de veces acercarse sigiloso, y volver sobre sus pasos como si adivinara la emboscada.

La fiesta terminó y a eso de las 4:50 AM sentimos el chiflido de nuestro compañero que cuidaba la trampa, había llegado la presa y todos nos apresuramos para ver de qué animal se trataba: era un perro de raza ‘Rottweiler’ de esos que usan los vigilantes de los bancos, muy alto, y fornido, con ojos profundos y muy elegante en su postura.


Encerrado en la perrera pasó más de 4 días sin comer y apenas bebió agua suficiente para seguir viviendo, conservando una postura casi inmóvil se mantuvo en el fondo de la jaula, al quinto día habían decidido los dueños de casa sacrificar al animal, yo, atrevidamente, pedí que me permitieran entrar a revisarlo para ver si estaba sano, y además que si lo iban a sacrificar mejor dejaran que me lo llevara a mi casa, pues me encantaba la idea de conservarlo como mascota; lo pensaron un rato y al fina terminaron aceptando mi solicitud.

Al día siguiente, luego de un baño forzado a través de las rejas, entré en la jaula y le coloqué un bozal y un collar nuevos que había adquirido la noche anterior, así, apenas despuntando el sol, emprendimos la marcha hacia mi casa. Hice con mi nuevo amigo un camino de más de 4 horas atravesando toda la ciudad, lo llevé al veterinario, le colocamos vacunas, le revisamos los dientes y le tomamos muestras de sangre; cuando llegamos a casa eran casi las 9:40AM, Mamá se asustó muchísimo al verlo y mis hermanas se escondieron en sus cuartos, pero él simplemente se acomodó rápidamente en el balcón y se dedicó a observar los autos y la gente que pasaba, de vez en cuando me miraba como preguntándose:¿quién eres, y por qué me has traído aquí?, pero desde ese día fuimos compañeros inseparables.

Autor: Luis Fernando Sánchez Pérez

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