–
¿Richard, entonces si va a venir para que veamos el partido y nos tomemos unos
guaros? – Bueno, pero de los guaros se encarga usted porque me quedé sin un
peso – Listo – contestó Adrián – A propósito, que pasó con aquella vuelta que
me había comentado el otro día ¿si la vamos a hacer o no? – Todavía no sé, me
quedaron de avisar – Bueno, ya le caigo entonces.
Richard
tenía por aquél entonces veinticinco años de edad, trigueño, con una estatura
por encima del promedio, de contextura gruesa, cabello rubio y ojos verdes.
Luego de hablar por teléfono con Adrián, se puso la camiseta de su equipo
preferido, tomó las llaves que había dejado en su mesita de noche, bajó al
trote por las escaleras y justo cuando se disponía a salir su madre le preguntó
– ¿Va a visitar a mi nieta? – No, voy para donde Adrián a ver el partido – Me
llama si se va a demorar – Si me acuerdo la llamo y sino marque usted. Salió
deprisa y cuando cruzaba la calle para esperar el bus se topó casi de frente
con un joven cuatro años menor que él. No le saludó, por el contrario lo miró
con frialdad e indiferencia, pese a ser su hermano menor.
Una
vez en casa de Adrián, lo primero que hizo Richard al llegar fue preguntar por
el licor, el cual se suponía estaría a la orden del día – ¿Y el guaro dónde
anda? – Nada de licor mijo, Don José llamó hace como media hora y me dijo que
descansáramos bastante, que nada de emborracharnos porque en cualquier momento
nos llama y tenemos que estar listos – En ese caso vemos el partido y de una
salgo para mi casa a dormir lo que más pueda – respondió Richard con tono de
resignación. Durante el segundo tiempo Adrián fue a la tienda para comprar una gaseosa,
mientras Richard se quedó en el balcón observando la casa que estaba al frente.
Allí vivió durante toda su infancia y recordó que se pasaba la mayor parte del
tiempo con Manuel, su mejor amigo en aquella época y del que no sabía nada desde
hace ya varios años. Dicho distanciamiento obedecía principalmente a que Doña
Gabriela, la madre de Richard, lo comparaba de vez en cuando con Manuel
diciendo que éste último era más casero, más juicioso, que respetaba a sus
padres y tenía una muy buena relación con su hermano menor. Con este tipo de
comentarios lo único que lograba Doña Gabriela era discutir y alejarse más de
su hijo mayor, a la vez que sembraba en éste algunos resquemores respecto a
Manuel. Una vez terminado el partido, Richard salió para su casa tal y como lo
había anunciado. Sin embargo, cuando estaba en el bus, nació en él un
inesperado deseo de ver a su hija Luisa, la cual había nacido hace dos meses –
Yo pensé que no ibas a venir, y menos hoy que es domingo – le dijo Yuri a su
novio Richard a manera de saludo – Cambio de planes – repuso él – Pues me
extrañó, como estuviste aquí prácticamente toda la semana y me habías dicho que
no ibas a salir hoy – Lo que pasa es que posiblemente mañana salga con Adrián y
no sé si pueda venir a ver a mi niña – Y eso para donde se van – A lo de
siempre, a trabajar. Eran ya las diez de la noche y Richard estaba ya en su
cuarto. Si algo lo caracterizaba era su facilidad para conciliar el sueño, pero
esta vez le estaba costando demasiado y no entendía el motivo de su inquietud.
A las dos y media de la mañana el teléfono sonó. Cuarenta y cinco minutos
después Richard ya se había bañado y vestido. Luego entró al dormitorio de sus
padres para despedirse – Má, chao, no sé si pueda pasar a recogerla en la tarde
– Tranquilo mijo. Que le vaya bien – Pá, hasta luego – Hasta luego mijo. Se
cuida. Al cabo de quince minutos una lujosa camioneta negra de vidrios
polarizados paró junto a Richard. En la banca de atrás se hallaba Adrián y éste
le presentó al conductor y al copiloto, los cuales se mostraron un tanto
amables. Durante la mayor parte del trayecto reinó un silencio incómodo y
eterno, el cual fue interrumpido cuando Richard preguntó hacia donde se
dirigían, ya que estaban dejando la autopista para tomar una carretera
destapada y muy solitaria – Vamos a encontrarnos con Gerardo según las
instrucciones de Don José. Él es el único que conoce el camino – respondió
secamente el hombre que estaba al volante. Pasados veinte minutos, desde que
abandonaron la vía principal, llegaron a una pequeña finca pésimamente
iluminada y de muy mal aspecto – Miren, ahí está Gerardo – señaló el conductor
hacia el corredor de la casa – Ese se duerme cuidando un tigre – dijo el
copiloto en tono jocoso. Efectivamente se lograba ver a un señor que estaba
sentado y que permanecía inmutable por la llegada de aquellos hombres. Todos
descendieron de la camioneta, caminaron hasta el corredor, y cuando se
disponían a saludar a Gerardo se escuchó el trote de unos desconocidos, los
cuales aparecieron por todos los costados de la propiedad fuertemente armados y
sin dar oportunidad a huir.
Doña
Gabriela estaba todavía en la oficina. Quiso hacer un poco de tiempo para ver
si Richard aparecía, pero no fue así. Decidió entonces no esperar más e irse
para su casa. Cuando llegó, lo primero que hizo fue cambiarse de ropa y darse a
la tarea de preparar la comida. A la mañana siguiente, antes de salir para el
trabajo, Doña Gabriela entró al cuarto de Richard pensando que tal vez él había
llegado en medio de la noche sin hacer ruido para no despertar a nadie. Todas
sus cosas estaban tal y como las había dejado. Tomó el teléfono y llamó a casa
de Yuri – ¿Richard está con usted? – preguntó Doña Gabriela – Como así, yo
pensé que estaba allá. Él no vino ayer, y le he estado marcando al celular pero
parece que lo tiene apagado ¿Será que se fue de juerga con Adrián y se quedó
allá con él? – No lo dude, nada raro sería ¿Usted me hace el favor de averiguar
si está en la casa de Adrián? – Claro suegrita, yo la llamo apenas me comunique
con él – Gracias mija.
Richard
y Adrián llevan varios años desaparecidos. Una de las hipótesis apunta a que
fueron asesinados y enterrados en algún lugar del Magdalena Medio. Hace algunos
meses Don José fue acribillado mientras salía de su casa debido a un ajuste de
cuentas, y por ahí derecho, para hacerse al control de los negocios que éste
manejaba referente a la producción de alcaloides, contrabando y quien sabe
cuántas cosas más. Pese a todo el tiempo que ha transcurrido, a Doña Gabriela
le ha costado mucho superar lo sucedido con su hijo. A veces culpa a Adrián por
haber involucrado a Richard en sus negocios ilícitos, o a su hijo por ir en
busca del dinero fácil, o a ella misma por dedicarse más al trabajo que al
hogar. Este último pensamiento es el que la martiriza, pero inmediatamente
cobra fuerzas y renueva sus ánimos al saber que le queda su nieta, quien le
ayuda a transformar poco a poco la tristeza en alegría.
Autor: Sergio
Andrés Suaza Palacio
siento que el autor trató de hacer un cuento con un estilo analogo al de Andrés Cicedo: me refiero utilizar una jerga caracteristica de la region, en este caso se deduce que es "antioqueño"; la diferencia radica en que Andres Caicedo le dio profundidad a sus escritos con unos terminos estilizados y muy sofisticados, siento que falta mucho Sergio
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