jueves, 27 de marzo de 2014

Odisea a la nada




A 30 DÍAS DE SU SEPTUAGÉSIMO ANIVERSARIO, en la mesa más fea de un café al pie de la nada, Don Héctor Fabio Montoyapresidente de Textiles «Fabitex»— leyó como una sentencia de muerte el encabezado de un periódico local que ponía: Se reduce desde hoy a 70 años la esperanza de vida”. En ese preciso momento, Don Fabio sintió un punzón fulminante que lo atravesó entre la 'nies' y la sien en menos de siete milésimas de segundo.


         Apenas digirió la noticia. Don Héctor Fabio se paró despacio, con medio tinto en el gaznate y la otra mitad en la camisa. Y sin reparar en el horóscopo palmadita de espalda habitualse lavó las manos a medias y preguntó por la cuenta del desayuno que no se comió.


        ¿Y si me quedara apenas un mes de vida? Pensaba, Don Héctor, mientras los pasos le movían las piernas de camino al despacho. Sentía como sus voces internas se convertían (de a poco y sin tregua) en una vociferancia insoportable, que en su cabeza era ruido, pero en su cara, un semblante profundamente meditativo.


         Llegó al parqueadero. Apenas asomó el ceño fruncido una versión 'express' de su rostroun portero más feo que un puño le extendió dos sobres, que Don Héctor recibió con afán y mala gana. Recién salido del ascensor se topó con su secretaria, y sin decir ni una palabra, la camisa le avisó que no hacía falta ofrecerle tinto.  


            Al fin, en la intimidad de su despacho el aún presidente de Textiles «Fabitex»—se dispuso a enfrentar la angustia de un dolor que no hallaba, que se sentía en todas partes, pero que no sabía cómo formular. Se alcanzó a tocar en partes que ni él mismo se conocía. Pero no alcanzó a distinguir nada entre la yema de sus dedos y el resto de su cuerpo.


         Intentó distraerse abriendo los dos sobres: en el primero encontró dos postales de Alejandra, su hija—posando al frente del Louvre la pobrecita—y en el segundo una carta de Gladys, su ex mujer, reclamando lo que ella llamaba “su merecida parte de «Fabitex»”. ¡Golpe bajo! Y En un movimiento semiautomático, en el reverso de una de las postales Parisinas, comenzó escribir su testamento.
        

             Justo antes de que la tinta bautizara la primera palabra de su nostálgica despedida, Don Héctor Fabio—próximo ex presidente de «Fabitex»—alcanzó a escuchar con increíble nitidez una pregunta en su interior que decía: —¿Y si no me quedan treinta, sino sólo quince días vivo?  Después de todo, ¿quién me asegura que el calendario tiene en cuenta, los bisiestos y festivos?—Ante la incontestable angustia, la tentativa de un espasmo, se volvió un presentimiento.


          — ¿Y qué tal que no exista el reino de los cielos? ¡Por Dios! ¿Qué sería entonces de mi esfuerzo? ¡Y el alquiler! ¡Los servicios! ¡Por Dios! Tanto esfuerzo... ¿de qué nos hace dignos?— Entonces, Don Héctor Fabio Montoya, —candidato a presidente en «Fabinada»—a punto de llegar al Nirvana, sin darse cuenta, comenzaba a tararear un pegajoso anuncio de radio. — ¡Ah! ¿En qué estaba pensando? ¿Galletas tulipán? ¿Tu mejor opción?... ¿Qué será eso?
           

           —Disculpe, Don Fabio, acaba de llegar Don Enrique. —Dijo su secretaria, luego de abrir la puerta sin preguntar.


               — ¡Ah! Hágalo pasar. Y apague su radio, por favor. —Ella se retiró, con rapidez y en silencio.


 Por la puerta se asomó un 'semiogro', conocido en el bajo mundo de los textiles como “don Kike”. Su hedor a empanada siempre llegaba primero que él.


                —Buenos días, Doctor, — dijo “don Kike”, mientras se sentaba sin preguntar. — ¿Si supo que ya llegaron las nuevas máquinas? Ahí están para que usted me diga qué hacer con ellas.


                 —Déjelas en el garaje, “Kike”, gracias.
                 — ¡Claro patrón!... ¿Le pasa algo?
                 Nada.
                  — ¿Y esa mancha en la camisa?
            —Un descuido en la mañana —Dijo, Don héctor Fabio, mientras miraba con ligereza las postales de Alejandra.
                  — ¿Y cómo está la familia?
                  —Alejandra aburrida en parís y Gladys empeñada en arruinarme.
                  — ¡Ah! ¡Cómo así Doctor!
                  —Sí...“Kike”, ¿qué harías si te dijeran que te vas a morir mañana?
                   —Yo no sé Doctor. Yo me imagino que: despedirme de mis hijos en la madrugada, hacer la confesión en la tarde y salir de putas por la noche.
                   — ¡Jaj! ¿Y después?
                   —Después no hay nada patrón.
                   — ¿Y el cielo?
                   —Quién sabe.


“Kike” se mordió por inercia la parte más sensible de la única uña comestible que le quedaba, y en ese inesperado corrientazo de sentido, se encontraron en el aire, un minúsculo insecto despistado y la palma de su mano. Don Héctor Fabio, notó que ambos cuerpos (el de la mosca y el suyo) se precipitaban al mismo vacío. — ¡No somos más que moscas!— se dijo, Don Héctor Fabio, —que a esta altura, ya no estaba interesado en ser el presidente de nada, — mientras caminaba al ascensor acompañado de “don Kike” y dos personas más.


             En medio del silencioso sopor que se anuncia con el cierre de puertas en todo ascensor, alguien preguntó por cortesía:


                 — ¿Qué piso?
                 —El último—Contestó, Don Héctor Fabio.
                 — ¿Bufete de abogados?
                  La nada.

Autor: Santiago Betancur

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