Molesta. Furiosa. Estaba hecha una fiera, como algunos podrían llamarle a mi estado de ánimo, sin exagerar. ¿Acaso este incómodo y fastidioso suceso era una forma irónica y bien lograda que ideó el Karma para ajustar alguna cuenta?
La cerveza sobre mi mesa iba cerca de la mitad sin llevar ahí más de un minuto, y consideraba seriamente la posibilidad de darle fin de un solo trago, para marcharme de allí lo más pronto posible. El hecho de que me hubiera dejado plantada, algo que jamás me había pasado en la vida, me generaba una sensación amarga y triste.
Pero, ¿y quién se cree?, ¿quién ha sido? Me preguntaba incansablemente, mientras le daba un gran sorbo a aquella fría y deliciosa cerveza, cuyo sabor amargo estaba más remarcado de lo habitual.
Durante
un tiempo de profunda oscuridad, él representó para mí un sol. Había sido una
luz que evito que me perdiera entre mis propios demonios. Con el tiempo,
también se había convertido en un amigo incondicional de esos que siguen ahí,
incluso cuando uno se va. Y a pesar de todo esto, en ese instante, era un amigo
más para compartir banalidades y café. A lo largo de ese semestre nos habíamos visto
con cierta regularidad, para tomarnos
juntos un tinto que ayudara a combatir las frías mañanas en la universidad o
para tomar cerveza y terminar bien el día, siempre y cuando él no tuviera
ningún otro plan con su novia.
Sí, su
novia. Era un hombre con responsabilidades emocionales con alguien que
definitivamente no era yo, así compartiéramos el primer nombre. Aunque, el haber
tenido algún tipo de relación conmigo un par de años atrás, y haber sido mi
soporte durante momentos muy difíciles de mi vida, parecía generarle un sentimiento
de responsabilidad hacia mí. Él realmente parecía querer estar ahí, para sostenerme
cuando no me quedará nada.
Mi malestar solo podía empeorar al ver a la mesera del lugar dando vueltas alrededor de mi mesa verificando si, finalmente y después de tanta espera, alguien caminaba en mi dirección.
Mi malestar solo podía empeorar al ver a la mesera del lugar dando vueltas alrededor de mi mesa verificando si, finalmente y después de tanta espera, alguien caminaba en mi dirección.
Los segundos pasaban, y yo los sentía como los interminables días del final de semestre, eternos, agotadores, frustrantes y con una alta capacidad de acabar con cualquier asomo del ser racional que creo ser. Me distraía vagamente mirando fotografías en redes sociales y preguntándome, incesantemente, en qué demonios pensaba para haberle aceptado aquella invitación.
Días atrás, habíamos peleado como nunca. No estaba muy segura si hubo algún momento donde deje de verlo como el sol de mi mundo, y eso me restaba paz. Llevábamos cerca de un mes sin hablar, sin vernos. Ese día era su primer día de vacaciones, después de un desgastante semestre. Yo ya llevaba una semana de descanso, pero esa tarde había tenido una pésima entrevista de trabajo, además el intenso calor del día aún estaba latente en las primeras horas de la noche. Una cerveza fría con él hubiera compensado aquel desastroso día, pero dadas las circunstancias, sólo lo empeoro, y con creces. Para amenizar mi rato, o fruto de esa mezcla entre licor y desilusión, me inspire para reflexionar, lo cual nunca es buena idea, porque corría el peligro de descubrir alguna verdad de esas que no quería ver.
¿En qué me había convertido sin darme cuenta?
Su
temperamento controlador no me permitió ver hasta ese preciso instante que ya
era yo un factor de distracción, el escape al que recurría cuando no quería ver
ni saber de nadie, ni siquiera de ella. Una opción que debía estar disponible,
preferiblemente cuando le convenía, cuando le quedaba tiempo y quería, o en el
más triste de los casos, cuando no tenía nada más que hacer. Y, ¿con qué me
quedaba yo? Aparte de la sensación de culpa que sentía cuando se acercaba
demasiado.
Llevaba tanto tiempo sin ingerir licor con esa rapidez, que aún con media cerveza en mi vaso, sentía que se me movía un poco el piso. Eso, o aquellas inquietantes emociones estaban causando estragos. Entonces quise darle fin a lo único que aún me tenía sentada en esa mesa, la media cerveza que me faltaba por terminar, pero un “hola” inesperado detuvo mi plan y acallo mis incoherentes pensamientos, poniendo mis pies bruscamente sobre la tierra. Todo se aclaro. Y mientras aquellos ojos verdes me miraban con cautela, al descifrar el pésimo humor en el que me encontraba, decidí que esos hermosos ojos no volverían a verme.
Llevaba tanto tiempo sin ingerir licor con esa rapidez, que aún con media cerveza en mi vaso, sentía que se me movía un poco el piso. Eso, o aquellas inquietantes emociones estaban causando estragos. Entonces quise darle fin a lo único que aún me tenía sentada en esa mesa, la media cerveza que me faltaba por terminar, pero un “hola” inesperado detuvo mi plan y acallo mis incoherentes pensamientos, poniendo mis pies bruscamente sobre la tierra. Todo se aclaro. Y mientras aquellos ojos verdes me miraban con cautela, al descifrar el pésimo humor en el que me encontraba, decidí que esos hermosos ojos no volverían a verme.
Autor: Maria Isabel Montoya Medina
horrorosos los errores de ortografía; palabras que les falto tilde: evito (evitó), empeoro (empeoró), acallo (acalló), aclaro (aclaró) eso cambia la primera, segunda, tercera persona con que se está hablando
ResponderEliminarSé que no son palabras faciles, gracias por mucho MM!
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