En
esta ocasión, este Escritor había terminado sus compromisos con prontitud para
tener el tiempo suficiente con que
escribir un cuento antes del inicio de la clase de las dos. Su deber consistía
en comportarse como en excelente escritor, nada más. En primer lugar decidió
comprar un café, pues, según decires populares, los buenos escritores
acostumbran beber y fumar. Si bien no estaba convencido de ello, tenía claro
que su deber era valerse de cuanto fuera necesario, y con esa razón bastaba
para intentarlo. Sin embargo, antes debía solucionar un problema: en beber café
tenía un mínimo de experiencia, pero en cuanto a fumar contaba únicamente con
pautas teóricas. Así que se le ocurrió buscar un lugar en dónde él representara
el rol de bebedor y otro u otros simularan el de fumadores. Con ello en mente,
se dirigió al Bloque 12. Allí no habría fallo, pensó.
La
tarde estaba insoportablemente calurosa o, dicho mejor, insoportablemente
soleada. Mientras se dirigía a su lugar predestinado, advirtió como en días tan
ardientes caminar se convierte en una carrera por las sombras y tanto
‘Ingenieros’ como ‘Humanistas’ aman de súbito árboles y edificios
indiscriminadamente. Sonrió. Una vez llegó al 12, lo rodeó hasta la zona
trasera y, no más haberse asomado un poco, logró notar una humareda en forma de
aureola que se desvanecía anormalmente. Supuso que había encontrado sus
fumadores, entonces se acercó de modo que, sin perturbar mucho el espacio,
pudiese hacer parte de la escena colectiva.
Tremenda
sorpresa se llevó cuando, al querer identificar los responsables de la
humareda, descubrió que se trataba de una pareja besándose con tanta pasión y
desenfreno, que de sus cuerpos salía un denso vaho, cuyas partículas se
convertían en rocío al hacer contacto con las hojas del único árbol que los
asombraba. Esto era, en efecto, mucho mejor que cualquier fuma, y, a causa del
clima, se podría pensar que en verdad se estaban quemando. No obstante, guiado
por su deber, lo único que pensó este Escritor fue cómo podían estar besándose
apretujados en un clima tan picante…
Qué
mejor manera de apaciguar su disfrazada envidia que ubicarse en un sitio en
donde la intimidad de aquella pareja se viese corrompida y, a la vez, le
permitiera aprovechar sus reacciones como inspiración para su escrito. ¡Eureka!
Una sonrisa maliciosa dejó entrever sus intenciones y, sentándose en una piedra
contigua a un árbol mediano y frondoso, ubicada a menos de 5 metros de sus
víctimas, sorbió dichoso su primer trago de café.
Sin
resquemor se dispuso en frente como si se encontrara en un teatro y ellos en
primer plano. De inmediato la mujer, al notar esa inoportuna, imprudente y
chocante compañía, se acomodó de manera que el cuerpo de su hombre escondiera
lo más posible su rostro. ¡Victoria! Los tenía literalmente sobre las líneas. No
había tiempo que perder, su deber era escribir, ahí, a la perfección. Sacó con una
mano un cuadernillo, digno de un buen escritor; luego abrió el bolsillo en
donde siempre guardaba el portaminas, pero no estaba ahí. Entretanto, la mujer
cruzó una mano sobre el cuello de su novio… Al parecer lo había guardado en
otro lugar. Asomó levemente la cabeza para cerciorarse del asunto.
Al
instante, un viento repentino y brusco le golpeó su cara. Alzó la cabeza de un
tirón y fijó su mirada en la pareja. La mujer, a la vez, descubrió su rostro
levemente y, luego, meneando la muñeca, le hizo notar que ella tenía el
portaminas.
Aquel
hombre estaba nuevamente atrapado. Una vez más había fracasado su intento por
liberarse del amor eterno al que su novia, una maga de la palabra, lo tenía
condenado.
Éste,
otro Escritor más, había desaparecido.
Autor: Carlos Gallego
y porque el 70? no se toca para nada en el cuento... pudo haber sido el numero 20, 30 etc no concuerda
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