Es tarde ya, Arturo descarga los aparejos cerca al bote en el playón que forma el río en verano, levanta la vista y mira en dirección a su rancho, allá está Leonilde, el río trae una brisa fresca que se cuela por entre su camisa.
Arturo sigue organizando sus artes, entre
tanto la noche avanza, los dientes de Arturo brillan cuando entona una canción,
sonríe esperanzado pensando en las manos de Joselito, que le ayudarán en la
pesca cuando él ya esté maduro y le falten las fuerzas. Empieza a caminar
oyendo los grillos y las chicharras en la orilla, piensa en Leonilde y aprieta
el paso andando entre el monte, el pescado que lleva en sus manos aumenta de
peso con el paso del tiempo.
En el camino de repente aparece Ulises
su compadre, -Compa le dice, apúrate! Leonilde está con los dolores
-ajá!
responde Arturo, asintiendo con la cabeza y mirando algo inquieto a su compadre.
Ulises, se pasa una mano por su cabeza, parece
querer decir algo más, finalmente hace un gesto como de impotencia y cabizbajo sigue
el camino.
Arturo se queda mirándolo sin decir nada,
siente cosquillas en el estómago, el hambre y la fatiga que sentía minutos
antes, se cambian por miedo y alegría. Continúa caminando mientras acomoda el
gran bagre cogiéndolo con más fuerza en su mano derecha. En su hombro izquierdo
lleva la atarraya.
El tiempo silencioso se desliza como una
gran serpiente, las sombras extienden sus dominios sobre el cielo y la tierra,
-que noche tan rara, piensa Arturo, no parece tiempo de verano-. Las
luciérnagas batiendo sus alas y desafiando a los espectros nocturnos acompañan
a Arturo.
Inesperadamente el camino de arena
blanca relumbró con la luz de la luna nueva, hay mucho silencio, la humedad se
siente en el aire, la camisa de Arturo mojada se le pega en la espalda. Las
aves reposan en la copa de los árboles, se oye el triste canto de una lechuza.
Arturo alcanza a oír unos gemidos… Leonilde! piensa, el corazón del hombre se
acrecienta.
Súbitamente Arturo se detiene, hay
novedad en el caserío, se oye a unas mujeres que lloran, la muerte llegó a Puerto
San Martín.
-Los hombres salieron al monte en la
mañanita, le dice su tía Julia enjugándose las lágrimas, más tarde llegó la
noticia, el niño José Manuel llegó corriendo y gritando: los tiros salieron del
chamizal! -Antonio alcanzó a huir, corrió hacia el río, dijo José Manuel, agregó
la tía Julia.
Arturo creyó que sus pies eran de plomo,
sintió que estaba clavado en la tierra, el bagre resbalando cayó de su diestra.
Oyó el eco de unas mujeres que lloraban en el velorio de sus hombres, otras mujeres
respondían cantando para honrar a la parca. Arturo no podía moverse, sus ojos
se oscurecieron, su compadre Chú había caído, no más parrandas a la sombra del
almendro después de la pesca.
-Ya clarea piensa Arturo.
En la lejanía, detrás de sus
pensamientos Arturo escucha el estertor de una mujer, es Leonilde pariendo! Piensa.
Entonces empieza a caminar, el plomo de
sus pies se derrite, aligera el paso, trinan las aves, la aurora se declara en
arreboles venciendo la oscuridad, sobreponiéndose a la muerte.
Arturo levanta su vista para darse
cuenta que el río sigue su curso, una mujer suspira con alivio, se escucha un
llanto que reclama el regazo… Acaba de nacer un niño, Es Joselito! Por las
mejillas de Arturo por fin escurren dos lagrimones cuando mirando a Joselito
con voz temblorosa le dice:
-Que
vaina jodida es esta vida, nacer pa morir compae!
Autor: Matute C.
Autor: Matute C.
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