miércoles, 26 de marzo de 2014

La diosa que revivió a un caminante




Muy lejos de esta selva de cemento hay a un paisaje lleno de grandes montañas con sus copas cubiertas de hielo, los cielos se llenan de surcos con las nubes y juegan, tallando figuras que luego se desvanecen con el suave soplo del viento; al pie de estas hay una gran laguna que se tiñe con la puesta del sol. En este lugar nació Pablito hace dos décadas y vivió sus primeros quince años, pero a él, le emocionaba saber el qué habrá tras esas inmensas montañas y apenas cumplió esta edad salió a recorrer medio continente, pasando de pueblo en pueblo sin descansar, así por siete largos años; hasta que de pronto la vida opta por probar el tesón de Pablito con una prueba tan sencilla, pero a la vez devastadora para su alma. Su mundo lleno de emociones y fascinación por los fenómenos naturales y la belleza del ambiente donde él vivió, empezó a dejar de existir y la capacidad de asombro se ocultaba tras la rutina y el cansancio de hacer siempre lo mismo.

Después de haber caminado siete años, sus pies deciden que ya no continuarán más, su cuerpo se desmorona y cae en un profundo sueño que lo lleva hasta el seno del lugar que lo vio nacer. Primero aparece una voz madura que se deja oír a lo lejos, buscando ser encontrada, es la voz de don Manuel, aquel hombre que le enseñó en la niñez cómo hallar la tranquilidad, la serenidad, la paz y la belleza en la armonía de la naturaleza… Aquella voz tiene un sabor de tristeza…

– mijo, hace mucho tiempo no te encuentro por aquí, ¿por qué me has dejado de visitar?, ¿acaso estás olvidando tus raíces?

Luego de estas palabras, el sueño evoluciona en un paso rápido de imágenes a blanco y negro que conforman parte de los mejores recuerdos de Pablito y, como si fuera una película, se reanuda en un nuevo escenario: el cielo, las estrellas en medio de las opacas nubes y la luna en cuarto creciente se configuran para emprender un despliegue de magia; las nubes empiezan una danza seductora y femenina… y en medio de ellas nace, cual Venus celeste, una mujer que baja de a poco, lentamente hacia Pablito, a medida que lo hace arrastra todas las estrellas, plegándose el cielo en su vestido blanco; la piel y cabellera de esta mujer pueden ser comparados con el encuentro del sol y la noche en el ocaso; un
impulso muy humano le hace estirar sus manos para acariciarla, quiere sentir en su tacto aquella belleza que hace mucho tiempo había dejado de sentir.

La sensual mujer le muestra una sonrisa irónica que le hace sentir cierta familiaridad, y le insinúa que sus curvas reposaron sobre sus piernas en más de una ocasión y que sus manos han conversado apasionadamente con sus encantos, con su cabello; pero es más curioso cuando ella comienza a cantar, a pesar de que no se logra entender el idioma, aquella voz escala todas las notas musicales y viaja por todo el sistema nervioso de Pablito y cala en lo profundo de su corazón.

De pronto la mano de don Manuel aprieta su hombro derecho y con una voz más fresca y suave le dice:

- Las raíces, los fundamentos de nuestra procedencia nunca se deben abandonar, porque sobre ellos esta cimentada la vida; así como tampoco se debe renunciar al camino para el cual se fue escogido, por fuertes y feroces que se pongan los tiempos.

Poco a poco se desvanece aquel sueño, sus ojos lentamente se abren y mientras vuelve a la realidad va entendiendo que por más caminos que hubiese recorrido, su propio sendero había quedado abandonado.

Mientras va despertando, busca entre sus cosas un lápiz y una hoja en su bolso de viaje y casi qué instintivamente escribe:
“Entre pensamientos que provienen de un sueño
Un suave murmullo me aborda en este momento
Entre tanto lápiz y hoja se vuelven uno solo
Intentando plasmar con palabras lo que soñé.
Veo una sirena extremadamente hermosa
Bailando entre nubes sobre un catillo encantado
Mientras la luna acaricia su cara,
Su boca desprende impresionantes melodías
Es como un embrujo,
Que no quisiera dejar de sentir jamás.
Veo la plenitud de tu belleza
Y las estrellas bailan al compás del cerrar de tus ojos”

Algo, como la repentina intuición de una antigua y olvidada certeza descarrila el corazón de Pablito, deja de escribir, sonríe y con una voz llena de esperanza pronuncia…

- He soñado con mi guitarra, mi amante fiel y compañera, ¿Cómo me olvidé de ti?

Aquella mujer era un pedazo de la diosa naturaleza que lo vio crecer y que tomó forma de guitarra en las manos de su padre, don Manuel.

Autor: Luis Álvaro Chalacama 

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