Era sábado, La mañana
era fría como de costumbre, el horizonte no se divisaba, todo era tan oscuro,
tan vacuo, como siempre.
Iniciaba mi aburrida
rutina mirándome al espejo y pensando: ¿cómo demonios termine solo, sin
familia, sin amigos, sin mascota, sin nada?, el siguiente paso era afeitar mi
esquelética cara, vestirme para ver gente que no quiero ver, y disponerme a
desayunar, lo único diferente el día de hoy era una visita al mercado, ¡Ah!,
una aburrida visita al mercado por la estúpida razón de haberme olvidado de
traer leche para el desayuno. Mientras mis manos estaban ocupadas buscando mi
billetera y mis llaves, mi mente solo pensaba en lo que tendría que hacer para
ir desapercibido al mercado y ahí, de vuelta a casa.
Al asomar tímidamente
mi cuerpo a la calle, me encontré con la misma gente tonta, superficial y
vacía, la misma gente que solía ver de camino a mi soso empleo, como por
ejemplo mi vecino, nada fuera de lo común, con quien esperaba no…-¡Buenos días,
señor Vélez!-. Alcé mi ceja derecha como símbolo de reciprocidad hipócrita del
gesto de mi despreciable vecino, con quién precisamente no quería toparme. Mi
vecino, el señor Herreño no era una mala persona, ni mucho menos, pero tenía
una simpatía, una alegría, una efervescencia que me resultaba repugnante, así
que continué mi paso a marcha veloz, queriendo evitar todo tipo de contacto con
otro ser humano repulsivo, al llegar al mercado todos tenían la misma sonrisa,
eso lo sé porque realicé en mi mente una serie de operaciones algebraicas para
hallar la distancia que resultaba entre la esquina del labio superior hasta
donde comienza la oreja, en fin, entré y salí lo más rápida y calladamente
posible, y retomé la marcha anterior para llegar a casa, en mi trayecto el
cielo empezó a tomar forma de dedo anular cuando inició soltando pequeñas gotas
que en cuestión de segundos ya eran lagos encapsulados, traté de correr, pero
habían varias razones por las cuales no debería hacerlo: la primera, ya estaba
lo suficientemente mojado como para correr hacia algún lugar dónde esperar
mientras la lluvia cesaba, la segunda, qué razón tiene correr, si adelante hay
más lluvia, así que continué mi camino, al tratar de esquivar unasbolsas de
basura que ese día habían sacado temprano a la calle, resbalé, recuerdo que caí
al frio y mojado pavimento, me golpeé la cabeza, pero nada por lo qué
alarmarse, llegué a casa, dejé la leche en la cocina y subí a mi habitación
para cambiarme, cuando me disponía a hacerlo, no encontré nada de mi ropa, pero
todas mis otras cosas estaban en su lugar, así que desciendo rápidamente las
escaleras y me dirijo a la cocina, descuelgo la bocina del teléfono y comienzo
a discar, de repente empiezo a escuchar una extraña voz que me dice:-no llames
a nadie, bueno, no por ahora, yo fui quien botó toda tu ropa, y antes de que me
grites, lo hice porque pienso que deberías renovarte, renovar tu armario, tu
forma de ver las cosas- A lo que yo muy calmadamente respondí,-y ¿con qué
derecho se atreve a hacer semejante cosa?- y lo hice así, porque en mi niñez y
juventud estaba acostumbrado a escuchar voces, así que no me asusté, pensé que
podía haber estado alucinando tras el golpe que me di, seguí la conversación y
tras no haber obtenido respuesta a mi primer pregunta, me decidí por hacer una
segunda-¿quién eres tú?-, y está vez la respuesta no tardó mucho.
-¿Yo?, ¿no me
recuerdas?, soy tu buen amigo Silencio, ese que siempre ha estado contigo, ese
que escuchaba todo lo que hacías en la escuela, ese que se sentaba contigo al
verte triste, ese que ha visto como dedicaste tu vida a convertirte en una
miserable persona, ese soy yo-.
-Pues señor Silencio…no
creo haber escuchado de ti antes…pero… ¿Qué estás haciendo aquí?-.
-Vine a salvar tu vida,
he visto en lo que te has convertido y no me gusta, extraño a mi buen amigo-.
-Te debes estar
confundiendo, te repito, no te conozco--.
-Y no tendrías por qué
hacerlo. Tienes toda una vida por delante, deja fluir las cosas como deben ser,
aprecia lo mejor de cada persona, disfruta lo que cada día tiene para
brindarte, no te dejes afectar por la ordinaria persona que estas siendo en
este momento, piensa en la extraordinaria persona que puedes llegar a ser-.
Fue entonces cuando
comprendí que debía empezar a hacer un verdadero cambio en mi vida, antes solía
ser como mi vecino, el señor Herreño, no exactamente como él, pero sí con
muchas de sus cualidades.
Así que de inmediato
comencé a hacer un cambio, el más pronto, el de ropa, tuve que ir a comprar
ropa nueva, para evitar adquirir un resfriado.
Gracias a Silencio pude
ver el ruido, el ruido que no me dejaba trascenderme, el ruido que me detenía
en mí mismo, Silencio me estaba ayudando tanto, pero en un punto no sé qué
pasó.
A medida que iba
haciendo un cambio en mi vida, mi amigo, el señor silencio, más precisamente su
voz se iba desvaneciendo, a medida que los días iban pareciendo más radiantes,
toda la esencia de Silencio se evaporaba como hielo en pleno sol, entonces fue
cuando lo entendí, fue ahí cuando comprendí que Silencio ya no era externo,
entendí que Silencio ya estaba dentro de mí, que mi única salida es Silencio,
el silencio.
Era sábado, la mañana
estaba fría como de costumbre, era un frio tonificante, me gustaba ese frio,
pero lo que más estaba disfrutando de ese día era el silencio.
Autor: Sebastián Vásquez
Zuleta
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