miércoles, 26 de marzo de 2014

El funeral

Siete de agosto. Seis y catorce de la tarde, las nubes tapaban el cielo y todo era de un azul apagado, los árboles, y todo a mi alrededor, se veía más aterrador de lo normal, sentía miles de miradas sobre mí, aunque nadie me observaba. Pasaba por el sendero de cemento, caminando lento sin alzar mucho la vista, evitando a todo aquel que se acercaba, pero nadie notó mi presencia, todos estaban pensando en una misma cosa: el funeral.

Algunos carros entraban y aparcaban fuera de la construcción blanca, algunas personas se saludaban de forma suave, otras estaban de cuclillas abrazando sus piernas, probablemente para que no los vieran llorar, otros lo hacían notablemente.

Seguí caminando hasta la entrada, todo era blanco, muy blanco para cualquier gusto, paredes blancas, luces blancas, sillas blancas, ataúd blanco...
En toda la mitad de la sala, pegado a la pared estaba el ataúd, con, probablemente, una persona adentro; las sillas alrededor de él.
Podía contar seis personas allí adentro, entré despacio y me senté en la silla más alejada de los demás. Deduje que sus padres eran los que estaban más cerca del ataúd. El hombre, sin ninguna expresión en su cara, tenía un brazo alrededor de la mujer. Había escuchado que tenían aproximadamente cuarenta años, pero sus rostros mostraban mucha más edad; era notable su falta de sueño, al igual que los ojos hinchados de tanto llorar. A dos sillas de ellos, un muchacho aproximadamente de dieciocho años estaba sentado tapándose los ojos con ambas manos y apoyando los codos en sus rodillas; por unos segundos levantó la mirada, tenía ojeras y sus ojos solo revelaban vacío, un vacío parecido al de una persona muerta, sin brillo alguno, su boca estaba perfectamente en una línea recta. Cerró los ojos, como quien quiere que ese momento no exista, que solo sea un sueño.
Pero no, esta era la realidad.
Abrió los ojos y pude ver, desde donde yo estaba, cómo sus ojos empezaron a llenarse de lágrimas. Bajó la mirada, y cubrió nuevamente su rostro con sus manos.
En la esquina, tres mujeres, todas menores de veinte años, hablaban entre ellas, nada prudente, debo decir.
-¿Cómo es que no lo sabes? Ha salido en las noticias esta mañana -decía la de cabello rubio.

-Cuando me dijeron sobre esto pensé que había sido suicidio -comentó la más baja, de cabello oscuro y corto.

-Ella nunca me agradó -añadió la primera mirando el ataúd-, de alguna forma creo que se lo merecía.

La tercera que estaba en la silla, se levantó rápidamente, y miró fijamente los ojos de la rubia.

-¿A qué has venido? Ni siquiera la conocías, y ahora vas por ahí, como si nada, inventando rumores de alguien muerto, ¿es que acaso no tienes respeto por ellos? -dijo entre dientes.

La rubia ofendida se marchó, llevándose a la otra de la mano.

La pequeña de cabello largo, se acercó al muchacho que aún seguía cubriéndose la cara.

-Es mejor que no sigas aquí, sé que la querías pero es mejor que nos vayamos -dijo ella tiernamente tocando el hombro de él.

El muchacho volteó su cabeza para mirarla, pero no era lo que ella esperaba. Sus ojos estaban llenos de ira y odio.

-Lárgate tú -espetó él, y volvió a tapar su mirada.

Ella no esperaba eso pero no insistió y salió de la sala; minutos después sus padres abandonaron la estancia también.

Solo quedábamos el muchacho y yo. Me acerqué al ataúd y la vi, pero no parecía ella. La habían maquillado mucho para estar presentable.

Yo sabía la verdadera historia.

Seis de agosto, en la noche, dos jóvenes salen de un concierto pero uno de ellos tiene un accidente en la carretera al pasar la calle, todo por culpa de un conductor ebrio, al cual nunca capturaron.

Sufrió grandes heridas, la mayoría en su rostro, de cristales que habían rasgado su piel.

Ahora no parecía que hubiera pasado por eso hace tan pocas horas, pero aun así, no parecía ella.

-Yo sé quién es usted -dijo una voz detrás de mí-, es mejor que se largue, no soy responsable de lo que le pase si se queda.

Era el muchacho que hablaba tranquilamente, pero hacía un gran esfuerzo para que así fuera. Ahora no tapaba sus ojos, pero miraba al suelo.

-Lo sien... -empecé a decir.

-Ahora lo último que quiero escuchar es su estúpida voz -dijo casi gritando-, desaparezca. Seguía sin mirarme, y no quería que lo hiciera. Fui hacia la salida donde ahora ya quedaban menos de diez personas de las dieciocho que habían ido.

Caminé hacia arriba del cementerio, en el suelo habían varias inscripciones antiguas de mucha gente.

<<-¿Qué estás haciendo? –pregunté amablemente.

Cerca de una de las inscripciones había una mujer joven arrodillada en el suelo. Al verme me sonrió.

-Solo arreglo algunas lápidas -contestó ella- hay personas que las dejan olvidadas.

-¿Sabes a quién le pertenecen? -pregunté yo.

-No realmente, pero eso no significa que deje de hacerlo.

Ella se levantó con un ágil movimiento.

-Esa inscripción es de mi madre -empecé a decir-, no la había visitado desde hace dos años, y parece que la has cuidado mejor que yo.

La lápida estaba limpia y no como las demás que habían quedado ya sepultadas bajo tierra, estaba decorada con flores. Casualmente las favoritas de mi madre.

-Perdón, no lo sabía -dijo avergonzada.

-No importa, no hacías nada malo -apunté yo.

Ella sonrío.

-Pero espero que hasta hoy haya llegado mi trabajo- dijo mientras se alejaba- no la vuelvas a olvidar, ella nunca te olvido a ti.

Se despidió con un movimiento de mano y, dando media vuelta, se fue>>

Pensé que jamás la volvería a ver, pero ahora era la tercera vez que la veía.

Esa había sido la primera vez, la tercera estaba en un ataúd blanco en una sala casi vacía, la segunda…

Después de ser despedido de mi cuarto empleo, pensé en tomar de más en un bar, conduje ebrio por la calle y casualmente pasé por una de las salidas menos transitada de un concierto; el seis de agosto, iba a una velocidad indebida, el semáforo estaba en verde, pero no vi las dos pequeñas figuras que pasaban la calle, ellos tampoco me vieron a mí. El golpe me llevó por sorpresa, el miedo y el asombro de lo que había hecho me llevó a huir de la escena. En ese momento no sabía si realmente había pasado, pero al día siguiente, más sobrio, la verdad cayó sobre mí.

Cerré los ojos y sentí la brisa que recorría el cementerio a esa hora, todos se habían ido. Era hora de que me fuera, con una culpa que me quemaba por dentro. Algo de lo cual jamás me olvidaría.
Un periódico que estaba volando cayó cerca de mis pies, era una página nada más, casualmente la página donde estaba la noticia de su muerte, la muerte de esa joven de solo dieciséis años, y yo era su asesino.


Autor: María Isa Tangarife.

3 comentarios:

  1. No me esperaba ese final... esta muy bien hecho

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  2. Este comentario ha sido eliminado por el autor.

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  3. Me lo leí! y, me gustó. Att. La persona que le gusta lo mismo que tu, pero odia a kira :3 voté por ti

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