Algunos
carros entraban y aparcaban fuera de la construcción blanca, algunas personas
se saludaban de forma suave, otras estaban de cuclillas abrazando sus piernas,
probablemente para que no los vieran llorar, otros lo hacían notablemente.
Seguí
caminando hasta la entrada, todo era blanco, muy blanco para cualquier gusto,
paredes blancas, luces blancas, sillas blancas, ataúd blanco...
En toda la
mitad de la sala, pegado a la pared estaba el ataúd, con, probablemente, una
persona adentro; las sillas alrededor de él.
Podía contar seis personas allí
adentro, entré despacio y me senté en la silla más alejada de los demás. Deduje
que sus padres eran los que estaban más cerca del ataúd. El hombre, sin ninguna
expresión en su cara, tenía un brazo alrededor de la mujer. Había escuchado que
tenían aproximadamente cuarenta años, pero sus rostros mostraban mucha más
edad; era notable su falta de sueño, al igual que los ojos hinchados de tanto
llorar. A dos sillas de ellos, un muchacho aproximadamente de dieciocho años
estaba sentado tapándose los ojos con ambas manos y apoyando los codos en sus
rodillas; por unos segundos levantó la mirada, tenía ojeras y sus ojos solo
revelaban vacío, un vacío parecido al de una persona muerta, sin brillo alguno,
su boca estaba perfectamente en una línea recta. Cerró los ojos, como quien
quiere que ese momento no exista, que solo sea un sueño.
Pero no, esta era la
realidad.
Abrió los ojos y pude ver, desde donde yo estaba, cómo sus ojos
empezaron a llenarse de lágrimas. Bajó la mirada, y cubrió nuevamente su rostro
con sus manos.
En la esquina, tres mujeres, todas menores de veinte años,
hablaban entre ellas, nada prudente, debo decir.
-¿Cómo es que no lo sabes? Ha
salido en las noticias esta mañana -decía la de cabello rubio.
-Cuando me
dijeron sobre esto pensé que había sido suicidio -comentó la más baja, de
cabello oscuro y corto.
-Ella
nunca me agradó -añadió la primera mirando el ataúd-, de alguna forma creo que
se lo merecía.
La tercera
que estaba en la silla, se levantó rápidamente, y miró fijamente los ojos de la
rubia.
-¿A qué
has venido? Ni siquiera la conocías, y ahora vas por ahí, como si nada,
inventando rumores de alguien muerto, ¿es que acaso no tienes respeto por
ellos? -dijo entre dientes.
La rubia
ofendida se marchó, llevándose a la otra de la mano.
La pequeña
de cabello largo, se acercó al muchacho que aún seguía cubriéndose la cara.
-Es mejor
que no sigas aquí, sé que la querías pero es mejor que nos vayamos -dijo ella
tiernamente tocando el hombro de él.
El
muchacho volteó su cabeza para mirarla, pero no era lo que ella esperaba. Sus
ojos estaban llenos de ira y odio.
-Lárgate tú -espetó él, y volvió a tapar su mirada.
Ella no
esperaba eso pero no insistió y salió de la sala; minutos después sus padres
abandonaron la estancia también.
Solo
quedábamos el muchacho y yo. Me acerqué al ataúd y la vi, pero no parecía ella.
La habían maquillado mucho para estar presentable.
Yo sabía
la verdadera historia.
Seis de
agosto, en la noche, dos jóvenes salen de un concierto pero uno de ellos tiene un
accidente en la carretera al pasar la calle, todo por culpa de un conductor
ebrio, al cual nunca capturaron.
Sufrió
grandes heridas, la mayoría en su rostro, de cristales que habían rasgado su
piel.
Ahora no
parecía que hubiera pasado por eso hace tan pocas horas, pero aun así, no
parecía ella.
-Yo sé
quién es usted -dijo una voz detrás de mí-, es mejor que se largue, no soy
responsable de lo que le pase si se queda.
Era el
muchacho que hablaba tranquilamente, pero hacía un gran esfuerzo para que así
fuera. Ahora no tapaba sus ojos, pero miraba al suelo.
-Lo
sien... -empecé a decir.
-Ahora lo
último que quiero escuchar es su estúpida voz -dijo casi gritando-,
desaparezca. Seguía sin mirarme, y no quería que lo hiciera. Fui hacia la
salida donde ahora ya quedaban menos de diez personas de las dieciocho que
habían ido.
Caminé
hacia arriba del cementerio, en el suelo habían varias inscripciones antiguas
de mucha gente.
<<-¿Qué
estás haciendo? –pregunté amablemente.
Cerca de
una de las inscripciones había una mujer joven arrodillada en el suelo. Al
verme me sonrió.
-Solo
arreglo algunas lápidas -contestó ella- hay personas que las dejan olvidadas.
-¿Sabes a
quién le pertenecen? -pregunté yo.
-No
realmente, pero eso no significa que deje de hacerlo.
Ella se
levantó con un ágil movimiento.
-Esa
inscripción es de mi madre -empecé a decir-, no la había visitado desde hace
dos años, y parece que la has cuidado mejor que yo.
La lápida
estaba limpia y no como las demás que habían quedado ya sepultadas bajo tierra,
estaba decorada con flores. Casualmente las favoritas de mi madre.
-Perdón, no lo sabía -dijo avergonzada.
-No
importa, no hacías nada malo -apunté yo.
Ella
sonrío.
-Pero
espero que hasta hoy haya llegado mi trabajo- dijo mientras se alejaba- no la
vuelvas a olvidar, ella nunca te olvido a ti.
Se
despidió con un movimiento de mano y, dando media vuelta, se fue>>
Pensé que
jamás la volvería a ver, pero ahora era la tercera vez que la veía.
Esa había
sido la primera vez, la tercera estaba en un ataúd blanco en una sala casi
vacía, la segunda…
Después de
ser despedido de mi cuarto empleo, pensé en tomar de más en un bar, conduje
ebrio por la calle y casualmente pasé por una de las salidas menos transitada
de un concierto; el seis de agosto, iba a una velocidad indebida, el semáforo
estaba en verde, pero no vi las dos pequeñas figuras que pasaban la calle,
ellos tampoco me vieron a mí. El golpe me llevó por sorpresa, el miedo y el
asombro de lo que había hecho me llevó a huir de la escena. En ese momento no
sabía si realmente había pasado, pero al día siguiente, más sobrio, la verdad
cayó sobre mí.
Cerré los ojos y sentí la brisa que recorría el
cementerio a esa hora, todos se habían ido. Era hora de que me fuera, con una
culpa que me quemaba por dentro. Algo de lo cual jamás me olvidaría.
Un periódico que estaba volando cayó cerca de mis pies, era una página nada más, casualmente la página donde estaba la noticia de su muerte, la muerte de esa joven de solo dieciséis años, y yo era su asesino.
Autor: María Isa Tangarife.
Un periódico que estaba volando cayó cerca de mis pies, era una página nada más, casualmente la página donde estaba la noticia de su muerte, la muerte de esa joven de solo dieciséis años, y yo era su asesino.
Autor: María Isa Tangarife.
No me esperaba ese final... esta muy bien hecho
ResponderEliminarEste comentario ha sido eliminado por el autor.
ResponderEliminarMe lo leí! y, me gustó. Att. La persona que le gusta lo mismo que tu, pero odia a kira :3 voté por ti
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