Estaba recostada en la cama en un día de invierno,
mientras por la ventana se veía llover, aunque ella solo veía aquel hombre que
una tarde la hizo sonreír, que no fue tan simple como una sonrisa si no que
aquella tarde ese hombre hizo florecer el amor en aquella frágil mujer. La mujer aunque sola y sin ver por unos
largos años a aquel hombre suspira al pensar en él, al pensar en sus ojos, en
sus palabras, en su voz, pero sobre todo pensaba en la sonrisa que ese hombre
le saco aquel día en que simplemente él le dijo que para ella escribía un
poema, un poema que luego le entregó y que ella leyó sin que de las manos del
hombre saliera, ella en su emoción, en su afán de ver que palabras estaban escritas
en el papel, en aquel papel que no era más que una simple hoja de un cuaderno
rayado y argollado, y, que el hombre no
se había tomado la molestia si no solamente de arrancar la hoja de aquel
cuaderno al que le hacía una falta aquella hoja para ser completo; sin siquiera
recortarla, simplemente el hombre la arranco y con un sencillo doblez la hecho
al bolsillo para más tarde al ver a aquella mujer entregársela. Aunque pasaron
más de dos días para que aquel hombre y aquella mujer se vieran luego de que él
le dijo a ella que le escribía un poema no hubo ni un solo segundo en que el
hombre y la mujer no se pensaran el uno al otro pues simplemente se habían
enamorado.
Mientras seguía lloviendo aquella mujer empezó a
sonreír y fue su sonrisa tan gentil que el aire de su habitación se tornó dulce
y amoroso; mientras que la mujer simplemente pensaba en aquel hombre que ese
día flechó su corazón y fue cuando ahí recordó que las palabras escritas en
aquella hoja de cuaderno simple y fría eran más cálidas que el mismo sol, más
que la arena blanca de la playa cuando al pisarla con los pies descalzos en
pleno día de verano se queman y no se hace más que andar a brincos. Esas
palabras que transmitían que la historia de los dos se resumiría en una
canción, pero fueron esas simples palabras las que hicieron que aquella mujer
sonriera de nuevo y desatarán en ella miles de recuerdos, sentimientos,
miradas, sonrisas, acciones y palabras que a veces hacían que estuvieran
felices o que estuvieran preocupados, enojados, o solo pensando el uno en el otro… Cada uno era feliz a su manera pues
se complementaba con aquella persona con la que compartía su vida. Fue entonces
cuando él decidió que era tiempo de llevar esa amistad a una relación más seria
y tomó la mano de ella invitándola a que viniese con él. En su camino
encontraron algunos amigos, algunos sonreían al verlos juntos, otros solo se
giraban para no verlos y otros solo fruncían su frente creyendo que no era
justo que aquella mujer anduviera de la mano de aquel hombre y que los dos se
vieran tan felices.
Luego al llegar al parque, y no era cualquier parque
en donde hay sillas, árboles, personas, niños jugando, flores, olores, carritos
de ventas de comidas, músicos, parejas, prados, senderos y mascotas corriendo
para aquí y para allá, este parque tenía algo especial algo simple pero hermoso
que lo hacía diferente de todos los demás aquí se veían esplendidos atardeceres
aquí se veía el hermoso paisaje de aquel pueblo en donde vivía la pareja feliz,
en donde en agosto hay música al viento y un carnaval de abrazos, en donde la
navidad se celebra junto con los vecinos y familia en toda la cuadra, en donde
se esfuerzan por hacer faroles para el ocho de diciembre, en donde todos se
conocen con todos y se llaman por sus apodos, en donde aquí y allá ves a
alguien conocido, y en donde siempre encontrarás una sonrisa. Es aquí donde
ellos dos se conocieron, en donde floreció ese amor, un amor que como muchos
dicen y pocos sienten un amor eterno, un amor que rompería hasta la barrera de
la muerte. Él toma la mano de ella, la invita a sentarse en aquel banco frente
al hermoso horizonte, luego le dice: “que para él ella lo es todo, ella lo hace
tan feliz que no quisiera que ella se fuera de su lado, que debía pensar en que
si aceptaba ser su novia”; Ella con su singular expresividad lo mira fijamente,
dibujando una sonrisa en su rostro, grita de un momento a otro que “sí, que
desea ser su novia, que no hay nada más feliz que ser parte de algo que es más
fuerte que ellos dos”. Luego fundiéndose en un hermoso beso ocurre algo que
ella describe como: “hasta la tierra siente celos del amor que tú y yo
sentimos”, pero que él lo describe como: “Es algo tan natural, algo tan simple
que no tiene nada de especial, que por pura casualidad ese día debía temblar y
que no era que la tierra estuviera celosa”. Ella lo mira como: ¿por qué tenías
que dañar el momento?, pero él inmediatamente lo lee en sus ojos. Continuando
con su charla pasan las horas hasta que llega el atardecer, en donde abrazados
lo contemplan, porque no hay mayor placer que el ver un lindo atardecer junto a
la persona que se quiere.
Ella cada vez llena más de dulzura su habitación
porque cada que piensa en aquel momento, el amor brota por sus poros y deja en
ella una cara de “pastel” de la felicidad que siente que ni puede describir, y,
siendo solo eso un recuerdo del momento en donde su felicidad inicia, ya que
fueron muchos más momentos como esos los que vivió junto a él, como cuando
aquel día en el que recibe de las manos de él un cuaderno en donde él ha
escrito miles de palabras llenas de amor que juntas forman poemas que juntos
hacen que su amor crezca cada vez más, y que llevan escritos los momentos que
juntos caminaron por montañas verdes, por paisajes extraños para alguno de los
dos, o como la vez que él a ella le enseñaba a patinar que con su miedo mejor
bajo una cuadra empinada en medias porque ella “ni loca bajaría por ahí en
patines” o como cuando los dos sacaban a pasear a “Candela” como él decía y que
ella lo regañaba diciendo “no es candela, es canela”, “Una cachorra igual de
loca y juguetona que tú” decía él y ella simplemente sonreía. O como cuando se
sentaban en el andén frente a la casa de ella para hablar por horas y que
odiaban porque el tiempo que pasaba para ellos era como un solo par de minutos,
o como cuando se volvían a ver después de varios días y se fundían en un abrazo
en el que ninguno quería dejar separar el cuerpo del otro. Fue entonces con un
suspiro que ella volvió en sí y vio que aún no paraba de llover que habían
pasado por lo menos dos horas desde que se recostó y que su cara de
“pastel” la inundo con una nostálgica emoción que empezó aquel día
y que hoy aun a pesar de la distancia y sabiendo por todo lo que los dos han
pasado sigue recordándolo y amándolo un poco más cada día desde aquella vez en
que tembló porque fue cuando supo que él era el amor de su vida. Autor: Natali Restrepo Londoño.
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