jueves, 27 de marzo de 2014

EL SEPTIMO DÍA

Otra Vez llega el séptimo día de la semana, mi traje negro, que hace unos meses atrás solía estar empolvado, ahora es un uniforme de este día. Todo sería diferente y aún estuvieras conmigo..., no entiendo por qué era el momento de que te fueras, si no lo era... o tal vez sí, de lo contrario, aún sentiría tu respiración junto a mí, escucharía tu voz, sentiría tus carias, y tendría tus dulces labios junto a los míos. 

En los días que uso mi traje negro, suelo salir por la mañanas, e ir hasta el mercado de las flores, pero no sin antes oír el ligero sonido de unos tacones azotando el pavimento al compás de una las piernas de una bella portadora, que me suelen seguir...

Luego de salir del mercado de las flores, me dirijo hasta la estación del tren, para hacer un pequeño viaje. Pero antes de abordar el tren, justo cuando éste arriba a la estación, a través de los vidrios de las ventanas del tren,  se puede ver el reflejo de las personas, que junto a mí, esperaban abordar al tren. Entre los rostro de éstas, pude reconocer el tuyo..., ¡estabas ahí!, a unos metros detrás de mí..., Atónito por volver a verte, ningún musculo de mi cuerpo puedo tener el valor de darse la vuelta para abrazarte, lo único que mi cuerpo puedo generar, fue humedecer mis ojos, y que la lagrimas se deslizarán por mis pálidas mejillas. 
Cuando reuní el aliento suficiente para girar hacia ti y mirarte fijamente, con el corazón sumamente agitado..., ya no estabas ahí, habías desaparecido, como por arte de magia. Mirando a mi alrededor, aun con mis ojos húmedos, sólo inhale un poco de aire y expulsándolo en un enorme suspiro, decidí seguir mi camino. 

Después de un breve viaje, llegue a mi destino. Baje del tren, salí de la estación y luego de caminar unas cuantas cuadras, entre en un enorme jardín, donde la gente con lágrimas, lamenta la pérdida de un ser querido. Me detuve justo en la lápida que tenía tu nombre, sin fuerzas, me derrumbe física y emocionalmente, quedando de rodillas y llorando tu partida y admirando con gran tristeza tu tumba, dejé las hermosas flores que había comprado, en mi visita al mercado de la flores. 

Con el alivio que llevaba dentro de mí, de haberte visto, porque en realidad te vi. Sí, ¡sí lo hice!, estaba lleno de felicidad, porque estabas viva, y no atrapada en ese obscuro agujero. Estabas viva como antes, tan bella como siempre, con tus hermosos ojos de un color que sólo las abejas tenían el placer de crear. Estabas viva, tal vez no en mi imaginación, en verdad si lo estabas, ¿pero cómo poder comprobarlo?, si al llegar a este lúgubre lugar, la realidad estropeaba aquella ilusión, porque en realidad eso era, una ilusión de mi mente, que necesita compañía, como sólo tú me la podías dar...

Ahora, cada día sueño despierto,  de que estás a mi lado, que tus labios y los míos se encuentran por fin, que tus brazos me abrazan cada vez que yo quiero, y tu mirada y la mía se encuentra y se observan durante horas, que me acompañas en el trascurso de los días..., te veo entrar y salir de la casa, caminado por ahí llena de vida...,  y claro está, que esto dura hasta que llega el día que luzco mi traje negro, y que la alegría y el amor, se torne en amargura y tristeza, al ver tu tumba. Siendo la realidad que destruye lo que mi mente hace para aliviar mi ser.
 

Autor: Luis Alejandro Agudelo.

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