miércoles, 26 de marzo de 2014

TRAS LAS FILAS ENEMIGAS

Hola, mi nombre es Bruno Shmuel, y escribo esto para dejar registro de lo que muchos llaman vida, creo que tengo 15 años no lo recuerdo muy bien, me encuentro sentando sobre una colchoneta, en un lugar muy oscuro y frio; siento pasear las cucarachas y los roedores jugar con mis pies. Que ¿qué hago aquí?, pues la respuesta emana un sinfín de pensamientos, y un recuerdo que no se aleja de mi mente, aquella mujer que lloraba, gritaba y forcejeaba para no dejar que se llevaran a su pequeño de 8 años, esa mujer era mi madre.

Todo comenzó un 13 de octubre, cuando un camión llego a las laderas de mi hogar, bajaron muchos soldados, no entendía que ocurría y corrí a los brazos de mi madre, ella me abrazo con un calor de amor tan profundo que nunca voy a poder olvidar, llegó uno de esos soldados y me arrebato de los brazos de mi madre, mientras la retenían en contra de toda voluntad, un soldado me cargaba de la camisa y me introducía al camión. Un miedo agobiante invadió mi ser y lo único que podía ver era a mi madre ser golpeada y repetidamente violada por aquellos soldados, creo que esa escena en mi vida fue tan fuerte, que por algún motivo psicológico de la mente humana, olvide por un tiempo aquel fatídico momento, y olvide quien era yo.

Las ruedas del camión empezaron a girar, y tras un largo viaje paro en la mitad de un camino pedregoso, nos obligaron a bajar. Pero yo no podía controlar mis nervios, estaba ido y no entendía nada de lo que ocurría; un soldado subió al camión y con la culata de su fusil golpeo mi cara, me arrastro de un brazo y desde el borde del camión me tiro al suelo, las lágrimas inmediatamente brotaron de mis ojos y una patada en las costillas las seco por completo. Nos obligaron a caminar durante mucho tiempo, me sentía agotado, tenía sed y el miedo aun me seguía controlando. Llegamos a un sitio muy peculiar, era como una ciudad en la selva, me hizo acordar de mis programas de televisión. Ya era de noche y todos íbamos a dormir, que inocente fui al creer que era como mi programa, en la televisión era un lugar maravilloso, en este lugar transcurriría parte de mi vida.

Cuando apenas el sol asomaba por la montañas, una voz de mando nos despertó, éramos 25 niños todos como de mi misma edad, en los tres días siguientes nos dejaron sin comida, al llegar la mañana del cuarto día traían uniformes para nosotros, y nuestro comandante como lo teníamos que llamar en adelante, dejo las reglas muy claras, teníamos que ganarnos la comida diariamente. Nos entrenaron en labores de combate; los maltratos eran repetidos y tortuosos, ahora entiendo porque lo hacían, para volvernos la sangre fría, que no tuviéramos compasión de nada y aún más importante para borrar cualquier rastro de miedo de nuestras almas, me regalaron un fusil y me enseñaron a usarlo, ganarme el alimento ya no era un problema, las balas, las minas, las armas eran lo que garantizaban la comida. Poco a poco para mí la paz se convertía en sangre, y la crueldad me excitaba. Éramos saqueadores en contra de toda autoridad, el sexo era una forma de dominación, nos llenaba de poder, distinguía quien era mi enemigo y quienes eran los débiles, los carros de juguete y mis compañeros de colegio fueron desapareciendo de mi mente, ahora jugaba con pólvora y con vidas de inocentes personas. Nunca llegue a conocer quién era el líder de la organización pero sabía que era el que me daba de comer.

Un día en una misión de reconocimiento a un pueblo estallo la guerra, intercambiamos ráfagas de disparos repetidas y granadas de fragmentación con el ejército, en un giro de mi cabeza vi a una mujer con un niño escondiéndose detrás de un hogar, esa mujer abrazando a su niño, me hizo recordar aquel calor: “MADRE”. Los recuerdos de mi madre volvieron como dagas al corazón, y la ira nublo mi mente, gire mi fusil y apunte a mi comandante, apreté el gatillo y dispare en contra de los que habían sido mis compañeros de guerra. Cuando todo acabo, me acerque a mi comandante, aún estaba vivo, direccioné el cañón de mi arma y de un tiro de gracia vi cómo se le escapaba la vida por sus ojos.

El ejército me llevo a sus cuarteles, los altos mandos tomaban decisiones de que hacer conmigo, ellos pensaban que por mi hazaña en combate y por tener tan poca edad sería fácil de controlar. Y así me enlistaron en las filas del ejército, en todo caso es como si nada hubiera cambiado, el maltrato era inminente, me inculcaban reglas de moralidad, y en los meses siguientes ya era de nuevo un guerrero activo. La sangre seguía siendo la forma de ganar comida y aunque los abusos contra los civiles eran diferentes no dejaban de ser menos crueles. Mi nuevo comandante siempre decía que estábamos en guerra y que debíamos estar preparados, la población más vulnerada era la de las periferias, y estos soldados también tenían la necesidad de todo hombre. En uno de los patrullajes llegamos a un lugar que me parecía conocido, los soldados como de costumbre saquearon las casas que se hallaban allí en busca de mujeres y cerveza, vi, no muy lejos a una mujer pelear con los soldados para que no le hicieran nada, en uno de sus giros vi la cara de aquella hermosa mujer, era mi madre, por mi mente paso el recuerdo de aquel niño débil e indefenso que veía como maltrataban a su madre, y sabía que no lo volvería a permitir, corrí hacia ella mientras disparaba frenéticamente contra aquellos soldados, todos empezaron a disparar y en medio de las balas abrace a mi madre, mi comandante disparo con su mira puesta en mí, pero el instinto protector de toda madre la impulso a giro y una bala impacto cerca de su corazón, me miró fijamente, y con un abrazo de despedida me susurro al oído “TE AMO HIJO”, mientras moría en mis brazos, dispare lo último que me quedaba del cartucho. Otro comandante muerto, y un hijo desahuciado encañonado. Ese es el porque me encuentro en este lugar.

Ya vienen los soldados, el consejo de guerra decidió mi fusilamiento.

Ahora me llevan encadenado, camino por aquellos húmedos pasillos con rumbo al patio de fusilamiento, en realidad pienso que es mejor que mi vida, si se le puede llamar así acabe; ya no siento miedo, desde muy pequeño me robaron mi infancia, mi inocencia. Algo si es claro me arrepiento de todo lo que hice.

Ya están vendados mis ojos y estoy parado contra el paredón, por mi mente pasa el recuerdo de mi madre; mientras escucho como cargan los fusiles.

–Madre, si estas por ahí abrázame, déjame sentir tu calor una vez más, y perdóname, yo sé que no debes estar orgullosa de mi pero ahora caigo en cuenta que siempre vive tras las filas enemigas.

Autor: Henry Giovanny Velasco Vera.

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