jueves, 27 de marzo de 2014

Asesinato esquizofrénico



Semidormido, agotado tras una jornada nocturna de lectura incesable, leo y releo la historia del arte, y me pierdo en el sin sentido de las palabras que no se meditan, la concentración se aturde, en el agudo llanto de un vaso desquebrajándose contra el despiadado y rígido suelo. Apunto la mirada a aquel accidente y me deleito viendo como el agua antes contenida en aquel recipiente, ahora se dispersa y deja guiar por las hendijas de la cerámica verde; aquella que en un primer momento fue elegida para aludir a campos relucientes y efervescentes de vitalidad; pero que a fin de cuentas termino siendo solo una superficie fría e irrelevante, de un espacio vacío de emoción, a no ser por la poética de aquel recorrido hídrico engalanado con el vidrio roto, e iluminado con la luz amarillenta y contrastante de la lámpara de mesa, a la que se le suma la paranoia del jornalero de la creatividad, que ve en este insignificante acontecimiento, la escena del asesinato esquizofrénico de un enigmático individuo traslucido, al que ni siquiera conozco, pero que sin duda alguna, mi fiel bruno si ha podido ver; él es un viejo can enceguecido por los pelos gruesos y polvorientos, que cubren las tres cuartas partes de su cuerpo y sobre todo sus ojos, aunque esto no le impide atender a toda sombra o leve sonido, que frente a su presencia desfila.

Tras el sobresalto de ambos, se deduce que el acto enigmático de este fallecimiento , solo pudo haber sido causado, por una mente atormentada, desesperada y altamente sensible por las injusticias de un bombillo a medio morir, palpitante e intermitente, que desvela un sueño descoordinado, entre pasión y carpas de circo; en el que la bestia, a punto de penetrar el aro de fuego y arder en las llamas del desenfreno letal de un éxtasis subliminal, despierta inadvertidamente con su seño arrugado, iracundo con los ojos oscuros y letales, como si les recorriera sangre ennegrecida y putrefacta, estira su brazo por encima de un libro lleno de letras e ilustraciones somnolientas, hasta chocar con una fuerza implacable, contra el cristalino contenedor viajero de los aires, que va descendiendo en picada hasta su colisión, en esquirlas de heridas cortantes, bajo la maraña polvorienta de un ladrido del can a media noche.

Absurdamente el duendecillo aún sigue sonriendo.             


Autor: Valentín Marín Jaramillo

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